Los idiomas que los filólogos alemanes llamaron "indogermánicos" en el siglo XIX se llamaron luego "indoeuropeos", manteniendo la convicción de que fueron hablados desde hace cinco o seis milenios por unas tribus protoindoeuropeas hipotéticas, que habrían habitado en aquella época entre el mar Caspio y el mar Negro.
A partir de allí, gracias a algunos logros como la domesticación de los caballos, el cultivo del trigo y la invención del carro, los protoindoeuropeos, llamados "arios" con una palabra vinculada al arado, se habrían extendido por toda Europa y hasta Persia y la India.
La revolución agrícola y el sedentarismo, quizá invención de las mujeres, que posiblemente fueron también las que pintaron las cuevas paleolíticas, fueron un paso civilizatorio decisivo. Se produjo un cambio total en la relación de los seres humanos con los animales ya domesticados, sobre todo los canes, los bóvidos y los equinos.
La alianza con los perros permitió invadir las estepas y conquistar un territorio enorme, ya que los herbívoros pueden vivir de los pastos a diferencia de los seres humanos. Y los herbívoros proporcionaban carne y leche ahí donde antes no era posible alimentarse.
Esa relación entonces nueva con los animales domesticados fue decisiva para la constitución de los géneros gramaticales que subsisten todavía en las lenguas indoeuropeas; pero hoy son objeto de un cuestionamiento de raíz ideológica y emocional, que inflige una herida más a una sociedad en apuros.
El llamado lenguaje inclusivo considera que el masculino genérico, el género marcado, discrimina a las mujeres y que seguir usándolo es injusto.
Para los impulsores del lenguaje inclusivo, el masculino genérico contribuye a la "invisibilización" de las mujeres y es un reflejo en el lenguaje de la sociedad machista.
La filóloga española Teresa Meana pone un ejemplo notable: ¿cómo puede un hombre ser padre sin tener hijos? Las respuestas en frío son todas desencaminadas, pero la luz se hace fácilmente: teniendo hijas.
El genérico masculino "hijos" incluye a las hijas, pero ellas no aparecen en la mente de los que tratan de responder la pregunta, que por "hijos" se representan solo a los varones.
El masculino genérico incluye a toda la especie y el específico sólo a los machos. Se distinguen por el contexto pero las confusiones dan pie a la denuncia de "invisibilización" de las mujeres.
El pensamiento mágico está resurgiendo en el presente, posible consecuencia de la declinación de la modernidad ilustrada y de la aparición de "tribus" urbanas.
La reaparición del pensamiento mágico ha sido advertida por los psicólogos en la práctica cotidiana con pacientes; una de sus manifestaciones es la idea -obvia para Meana- de que un cambio del lenguaje producirá un cambio correspondiente de la realidad social.
Si fuera así, sociedades como la turca serían igualitarias, porque los idiomas túrquicos no conocen el género gramatical, y sin embargo, las sociedades turcas mantienen a las mujeres en una subordinación que las palabras no registran.
El genérico masculino es una característica de las lenguas indoeuropeas desde tiempos inmemoriales. Contiene la posibilidad de que el femenino excluya el masculino. Por ejemplo: "sean todas bienvenidas" deja afuera a los hombres e incluye solo a las mujeres, porque es una característica del femenino plural.
El masculino plural genérico es incluyente, en cambio el femenino es excluyente.
En el origen, los géneros en la protolengua indoeuropea no existían. La distinción se hacía entre seres animados y seres inanimados, y también entre seres humanos y animales.
Apenas hay algunas palabras del protoindoeuropeo que se pueden reconstruir gracias al método comparativo a partir de las lenguas actuales descendientes y las muertas pero conocidas. Por eso todo lo que se diga en esta materia tiene mucho de hipotético.
Verosímilmente, cuando los animales pasaron a tener gran significado para la economía humana, fue necesario tener palabras para distinguir los machos de las hembras. Así suele ser la norma para lo que interesa: los esquimales, los inuit, por ejemplo, tienen 18 palabras para la nieve y nosotros, una.
Era mucho más importante para la economía del grupo protoeuropeo tener una docena de hembras y dos machos que al revés, por el significado de los sexos para la reproducción de los animales, de la que dependía buena parte de la subsistencia de la comunidad.
"El género femenino no es la costilla que salió del masculino, sino la costilla que salió del genérico. Y éste, al nacer el femenino de una costilla suya, tuvo que desdoblarse y servir a partir de entonces no solo para el genérico, que ya representaba, sino para el masculino, que se oponía al nuevo género.
El genérico masculino nació, pues, como consecuencia de la importancia de la mujer y de la hembra animal en las antiguas sociedades humanas. No se creó como fruto de la dominación de los varones, sino como consecuencia de la visibilidad femenina".
Esta explicación de la prehistoria de los géneros gramaticales en el protoindoeuropeo es la conclusión a que llega el lingüista español burgalés Alex Grijelmo en su libro "Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo", publicado en 2019.
Es una conjetura sobre los orígenes del lenguaje y sobre la evolución ininterrumpida que nos trajo hasta acá. La conjetura de Grijelmo no se aviene con las exigencias de reivindicación del lenguaje inclusivo, que parecen más perentorias e impositivas que inclusivas y quizá no vengan acompañadas del progreso que pretenden sus entusiastas.
Las reparaciones de la discriminación recomendadas por el lenguaje inclusivo no son resultado de la sedimentación secular sino de la urgencia ideológica.
Podría ser entonces que avanzando por el camino de lo políticamente correcto no lleguemos a la libertad y a la igualdad sino al ridículo, porque la lengua es inclusiva por naturaleza: todos somos libres para usarla sin necesidad de legislación ni manuales ad hoc.
Cualquier imposición sobre cómo usarla es un acto autoritario, a los que cada vez estamos más acostumbrados.
De la Redacción de AIM.
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