Para la astrónoma Cecilia Payne Gaposchkin no se trataba de la promesa romántica de bajar la luna sino de entender de qué materia está hecho el sol, pero también de superar los obstáculos que debían enfrentarlas mujeres de su tiempo.
Tuvo muy en claro qué adversarios tenía enfrente cuando a principios de la década de 1920 terminó sus estudios de física en la universidad británica de Cambridge pero no recibió ningún título, porque la universidad los negaba a las mujeres. En esa posición se mantuvo hasta 1948.
A los 25 años decidió viajar a los Estados Unidos, donde pensaba que tendría más oportunidades. Lo que encontró no se compadecía con estas esperanzas: el presidente de la universidad de Harvard, donde empezó a trabajar en el observatorio astronómico, juró que nunca ascendería a una cátedra mientras él estuviera vivo, una inquina que hoy es difícil de entender pero que tenía raíces milenarias.
Payne mostró enseguida su temple científico y su determinación a descubrir de qué están hechas las estrellas. En el observatorio de Harvard estudió lo que creyó que necesitaría, por ejemplo la física cuántica; es decir, las herramientas necesarias para lograr sus fines.
En 1925, cuando preparaba su tesis de doctorado, Cecilia expuso su conclusión: el sol y las demás estrellas están hechos de hidrógeno y de helio, los dos gases más livianos de la naturaleza.
El hidrógeno fue descubierto en 1766 por el físico y químico extravagante Henry Cavendish, francés radicado en Inglaterra, que lo llamó "aire inflamable" y descubrió que al quemarse produce agua; "hidrógeno" significa justamente "engendro agua".
El helio fue descubierto en 1868 por astrónomos que estudiaban el sol. Apareció en sus instrumentos el espectro de un elemento nuevo, desconocido en la Tierra entonces, al que bautizaron con el hombre del dios de la mitología griega que personificaba al sol, Helios. Fue el primer elemento descubierto fuera de nuestro planeta.
La conclusión de Cecilia, fruto de sus observaciones y de sus facultades deductivas, fue ridiculizada por los otros científicos, que no aceptaban que la composición de las estrellas fuera muy diferente a la de la Tierra; pero al final debieron rendirse.
Cuando conoció la tesis de Cecilia, uno de los astrónomos más famosos de ese tiempo, Henry Norris Russell, le recomendó no incluir esa idea en su tesis, ya que estrellas hechas de hidrógeno eran un hecho "claramente imposible".
Pero algunos años después Russel admitió que Cecilia tenía razón y que la “clara imposibilidad” se había hecho menos clara y más posible a sus ojos, aunque en realidad lo había sido siempre.
Algunos años antes de 1925, el físico austríaco Ludwig Boltzmann también había enfrentado a la comunidad científica reavivando el atomismo de los griegos cuando sus colegas sostenían que la materia era continua, no formada por átomos separados por vacío.
Luego llegó para Cecilia el reconocimiento completo de otros astrónomos que tras estudiar los fundamentos de su idea calificaron su tesis como "la más brillante jamás escrita en astronomía".
El brillo derivaba del estudio y la tenacidad. Cecilia determinó la temperatura de la superficie de las estelares y su composición química utilizando ideas del físico indio Megnad Saha. Concluyó que el el helio y el hidrógeno eran los componentes principales de las estrellas.
La demostración de Cecilia no se limitó a las estrellas porque estableció también que el hidrógeno, el elemento químico más sencillo, un átomo formado por un protón y un electrón, es el componente fundamental de todo el universo.
Gracias a la intervención de Russel, Cecilia había relativizado esta conclusión en su tesis, donde la dio como probablemente errónea.
Su lucha contra las dificultades suplementarias que debían afrontar las mujeres tuvo su resultado cuando obtuvo una cátedra y fue la primera mujer que dirigió el departamento de Astronomía en la universidad de Harvard.
Quedaba el rabo por desollar: a Cecilia, por razones no explicitadas pero que se pueden suponer, le pagaban menos que a los demás, todos varones.
Ella se consideraba "una rebelde contra el rol femenino", es decir, contra el lugar que la sociedad asignaba a las mujeres, que atribuía a "misoginia sistemática". No aceptaba, según sus propias palabras "ser pensada y tratada como inferior".
En la Newham College, institución de la universidad de Cambridge, estudió botánica, física y química.
Cuando recibió el premio que llevaba el nombre de Russell, Cecilia sintetizó su experiencia vital en dos frases: "la recompensa del joven científico es la emoción que se siente al ser la primera persona en la historia en ver o entender una cosa nueva. Nada puede compararse a esa experiencia…
La recompensa del viejo científico es la sensación de haber visto evolucionar un boceto hasta convertirse en un paisaje magistral.
De la Redacción de AIM.
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