La sílaba aum, que suele degradarse a remedio transitorio contra las adversidades desde que el oriente está de moda -como predijo Schopenhauer hace casi dos siglos- es una síntesis del Veda, una fórmula de la totalidad. Representa los cuatro estados aparentes de la realidad incondicionada, aquella "tras la que no hay nada que conocer", según Shankara.
La A arranca en el fondo de la garganta en posición media que da lugar a las demás vocales, simboliza el estado de vigilia; sigue con la U redondea los labios y llena la boca y simboliza el sueño con ensueños, y termina en la M, que simboliza el estado de sueño profundo. El cuarto componente no está manifiesto, es el silencio, con el que comienza y termina el mantra.
El sonido y el silencio simbolizan uno el ser y el otro el no ser que lo precede y lo sigue, lo envuelve. El Bhavagad Gita dice que el estado anterior al nacimiento es inmanifestado, manifestado después del nacimiento y de nuevo inmanifestado después de la muerte.
Fue Blas Pascal y no un gurú de la India el que dijo que los problemas de los hombres derivan de que son incapaces de estar sentados sin hacer nada; es decir, de la incapacidad de permanecer sencillamente en silencio, sin buscar nada, sabiendo que nada falta ni nada sobra.
No es solamente una valoración de la palabra, que se ha desviado en dirección al ruido al punto de ya no se sabe vivir sin ruido. El silencio en las ciudades modernas es un bien costoso, observó Eduardo Galeano.
La civilización occidental valora la actividad incesante, la agitación, la velocidad, la acción sobre la contemplación, al joven sobre el viejo, al que transforma y deforma sobre el que admira y respeta.
El último estado hasta ahora de la sociedad que no quiere recordar la muerte es el neoliberal, que se impuso con el derrumbe soviético y el establecimiento de una hegemonía que terminó con el estado de bienestar.
Aquella oposición entre silencio y palabra, entre acción y contemplación, entre activo y pasivo, resolutivo e indeciso, ha invadido progresivamente todas las esferas. El triunfo del dinamismo trajo otros triunfos parciales, que fueron desalojando ideas que parecían eternas, como la de justicia.
Hoy escuchamos que la justicia social es un fraude y una estafa, criterio que prepararon los ideólogos neoliberales bajo apariencia económica.
Para Friedrich von Hayek la justicia social es un peligro porque la esgrimen los totalitarios socialistas en su camino de servidumbre. Javier Milei, por ejemplo, dice que la justicia social es mandar a un patotero a robar al vecino exitoso y creer que eso es justo por escribirlo en un papel (referencia a la ley).
Su homólogo chileno, Axel Kaiser, sostiene que "no hay diferencia entre robar a tu vecino a punta de pistola y que el Estado redistribuya el dinero. "La desigualdad es perfectamente justa y no es razón para que el Estado intervenga igualando a todos".
Las posiciones de la "escuela austríaca" resplandecen en estas palabras del economista español Jesús Huerta de Soto: "la justicia social (...) ha sido utilizada en los Estados de bienestar y en regímenes socialistas para justificar la mayor injusticia, a saber, quitarles a los ricos para darles a los pobres”.
Estas opiniones suenan dulces a oídos amargados por las injusticias, aunque preparen injusticias mayores, y son el descenso de las teorías neoliberales a las bocas de militantes políticos, dirigidas a los que se dejen impresionar.
Hace años, desde el ámbito socialdemócrata, John Rawls volvió en los Estados Unidos al contrato social como base de un consenso racional para establecer relaciones sociales justas.
El filósofo español Luis Villoro, radicado en México, donde murió en 2014, expone frente a Rawls un punto de partida diferente para considerar la justicia, el silencio y los derechos en sociedades diferentes: no es lo mismo una que tiene detrás un pasado democrático que otra donde la democracia es advenediza y no está fundada con solidez.
Villoro advierte frente a Rawls que en Nuestra América no son comunes comportamientos consensuados que tengan por base la justicia para todos.
Lo más notorio es la marginalidad y la injusticia. Invita por eso a partir de un punto de vista diferente, no del consenso para fundar justicia sino de su ausencia; de la injusticia real.
Villoro considera a su vía de tratar la cuestión de la justicia una "vía negativa", la ausencia de justicia, signada por el sufrimiento que causa.
Es una cuestión para sentir más que para pensar; tal como los hechos singulares que trata de alumbrar la poesía, por ejemplo, son diferentes de los conceptuales que son materia filosófica. Reaparece un tema que Villoro trata en otra de sus obras: el lenguaje en sus varias formas, como racionalidad que recubre la realidad pensable y como sensibilidad que expresa la realidad inmediata.
Villorio considera al poder como un flujo incesante que solo termina con la muerte, pero propone para enfrentarlo buscar el "no poder".
Un equivalente del silencio, que contiene como posibles todos los sonidos mientras no realice ninguno, llevaría al sujeto a dejar de determinarse por voluntades ajenas para determinarse por sí mismo.
En la crítica de Rawls, Villorio no insiste mucho en el silencio como vía negativa, pero lo deja implícito. El silencio es un caso extremo de negación, porque todo lo inusitado y extraño rebasa la palabra discursiva, solo el silencio puede nombrarlo, como al sufrimiento y a la muerte.
De la Redacción de AIM.
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