El invierno favorece el silencio y la introspección; es la estación con que armonizan mejor algunos temperamentos humanos. La primavera que le sigue favorece el movimiento y la extroversión a riesgo de hacernos perder la orientación, riesgo que acompaña casi siempre a los cambios y que hace que muchos desconfíen de ellos o los rechacen.
La primavera es cambio, tanto que el mito griego decía que al paso de Afrodita se cubrían de flores los senderos. Afrodita era un emblema de la transformación primaveral, un símbolo de la experiencia humana de la vida en flor.
El mito mapuche hace de la mujer una estrella enviada a la Tierra para acompañar al hombre, que estaba solo. Ella fue depositada suavemente sobre el suelo mediante un soplo del cielo, y cuando comenzó a andar brotaron los árboles y la vegetación: la mujer, como la primavera, es el florecimiento de la vida. Su misión es despertar a los varones, en la que sigue todavía.
La palabra primavera se puede entender como "primer verdor", que en nuestro clima se ve largamente precedido en las fases finales del invierno, en la preparación de la tierra que se festeja en el día de la Pachamama el primero de agosto.
"Primavera" es una palabra originalmente compuesta de "primero" y "vera", del sánscrito "vas", que dio el latín "vesta", diosa del altar doméstico. “Vas” significa arder, brillar, y apunta a un fuego siempre encendido, siempre brillante.
La primavera es floración y ardor, esplendor y exuberancia, calor y vida, el renacer.
El 21 de septiembre es el equinoccio de primavera en el hemisferio sur, el día en que el sol está 12 horas por sobre el horizonte y 12 días oculto.
En la antigua Roma, antes de que los emperadores Julio César y Octavio César Augusto hicieran pesar sus egos de dimensiones imperiales sobre el calendario y agregaran meses -julio y agosto- para halagarlo, el año comenzaba en primavera, como había sido durante milenios en los pueblos tradicionales, desde la China y la India a Mesopotamia y Egipto.
Desde la Europa anterior a Roma, cuando los celtas bailaban en torno de una hoguera al inicio de la estación florida, hasta la cultura mexica, la primavera fue observada con cuidado y esperanza y festejada con devoción y alegría.
En el equinoccio primavera en México hay festejos relacionados con las tradiciones indígenas mezcladas con ritos religiosos modernos.
En Chichén Itzá, en Yucatán, miles de personas se reúnen cada primavera, ahora como antes de la invasión europea, para presenciar las luces y sombras de la pirámide de Kukulcán. Quetzalcóatl, o la serpiente emplumada, desciende por la pirámide de Chichén Itzá durante los equinoccios, dos veces por año.
La pirámide fue construida de modo de arrojar sombras que semejan una serpiente descendente durante el equinoccio, para los mayas el descenso del dios Kukulcán.
En Teotihuacán, "la ciudad donde nacieron los dioses" y los hombres se convierten en dioses, es decir, alcanzan la iluminación, cada año miles de personas vestidas de blanco conmemoran el equinoccio de primavera.
Es la supervivencia de ritos ancestrales de las culturas aborígenes, que en primavera se reunían para renovarse junto con la naturaleza.
En la antigüedad de Grecia y Roma persistía el recuerdo milenario de la Gran Madre de todos los dioses y de las cosechas. Se la festejaba en primavera con juegos y competencias, juegos y banquetes.
Así como el equinoccio de primavera simboliza un renacimiento, lo mismo acontece en el interior de cada uno, que se siente más vivo y enérgico que lo que acontecía durante el invierno. Es tiempo para retemplar ideas y acompasarse con los cambios primaverales.
De la Redacción de AIM.
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