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Caleidoscopio
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La sociedad del cansancio

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han plantea en el siglo XX la existencia de lo que llama el paradigma inmunológico, que es la existencia de una cultura que distingue entre el adentro y el afuera, entre el yo y el extraño. Es para Han un siglo caracterizado por la noción del enemigo externo, donde el extraño aparece como objeto pasible de ser atacado, aún cuando no resulte peligroso, simplemente por ser otro.

Estamos frente a una posición dialéctica donde yo niego la negativa del otro y, en ese procedimiento, lo reconozco como tal. Estamos frente a lo que Foucault llamaba la sociedad disciplinaria reflejada en la idea de uno vigilando al otro, vigilando que cumpla con lo que se debe y eventualmente castigándolo ante la violación de la norma.

A diferencia de esto, Han para el siglo XXI dice que tenemos un nuevo paradigma al que llama neurológico, en el que enemigo ya no está afuera sino que, por el contrario, vive adentro de cada uno. Ya no existe el otro viral que amenaza, sino un yo totalmente positivo que todo lo abarca y que todo lo cubre; y ese paradigma que se afirma en uno mismo, produce enfermedades neuronales como reacción: depresión, bipolaridad y tantas otras enfermedades psíquicas que hoy abundan.

Acontece la depresión en el momento en el que el hombre ya no puede poder más, el sujeto de rendimiento se somete a la culpa de no poder en una sociedad del sí puedo, se enferma de positividad, de eso se trata este paradigma inmunológico: la violencia de lo positivo contra la violencia del otro viral, la violencia del uno mismo contra la violencia del otro.

Pasamos entonces de una sociedad disciplinaria a una sociedad de control, en las que prevalecen nuevas formas de violencia, inmanente al sistema y que por ser constitutiva del mismo no se reconoce como extraña, ni genera una reacción inmunológica violenta. Ha dejado de ser una sociedad de control por la vigilancia para convertirse en una de control por el rendimiento.

Ahora, el término control se queda corto para nuestra unidad, ya que control supone rasgos de existencia de negatividad y la existencia de alguien que controla a alguien que es controlado, mientras que la obligación de rendimiento es consustancial a la propia persona. Un ejemplo de esto es la cultura del emprendedor, tan enraizada en nuestra forma de vida, un sujeto que todo lo puede por su propia voluntad, un culto al hacer y al poder hacer.

Aquella sociedad disciplinaria era una sociedad de la negatividad, su factor dialéctico sustancial era no poder/deber: no hacer lo que puedo, sino lo que la norma me indica que debo hacer. En cambio, nuestra sociedad de rendimiento tiene un factor base positivo que es poder: porque yo debo poder, yo puedo poder; solo existe la noción de poder: sí puedo, sí se puede es la meta deseada en nuestro tiempo. Proyectos, iniciativas y motivaciones reemplazan a las prohibiciones, los mandatos y las leyes.

De la sociedad disciplinaria del no, de la prohibición generadora de locos y delincuentes, pasamos a la sociedad del rendimiento, del sí, donde no hay límites y, por lo tanto, generadora de depresivos y fracasados. De la disciplina pasamos a la autodisciplina: yo soy mi jefe, yo soy mi propio amo. Es la sociedad del rendimiento donde el amo se ha vuelto esclavo de sí mismo.

Entramos en una libertad paradójica que llama Han a esa sensación de ser libre porque hago y hago y siento que todo lo puedo hacer; paradójica, porque ese hacer permanente es al mismo tiempo mi cárcel social.

Esta sociedad de rendimiento genera un excesivo cúmulo de positividad, lo que produce exceso de estímulos e impulsos que afectan la economía de la atención. La multitarea no es una habilidad privativa del hombre hipermoderno, sino una capacidad natural primitiva que obliga a los animales a activar muchos niveles de percepción para su supervivencia; el problema es que cuando la atención se dispersa se hace difícil la contemplación, que es una facultad del espíritu humano. Por eso Han dice que el multitasking debe entenderse como una instancia de regresión hacia instancias de supervivencia animal.

La hiperatención que focaliza en diversos puntos al mismo tiempo tiene escasa tolerancia al vacío y huye del espacio del aburrimiento que genera la acción contemplativa. Aburrirse, entonces, es una virtud, como sostiene Walter Benjamin cuando sostiene que “el aburrimiento es el pájaro del sueño que incuba el huevo de la experiencia”. Quien puede tolerar el aburrimiento encuentra nuevos tiempos, nuevos espacios para la creación. El propio Nitzsche recomendaba la necesidad de recuperar la capacidad de contemplación para realimentar el pensamiento y la mirada. Decía que hay que volver a aprender mirar, hablar y pensar, aprender a mirar es acostumbrar el ojo a la contemplación, no someterse a los impulsos, aprender a no responder con ellos, a controlar los instintos, a decir no.

Decir no convierte la vida contemplativa en la más activa de las vidas, porque existe una dialéctica de la hiperactividad, hiperpasividad, es un error suponer que cuanto más activo uno es más libre. La verdadera libertad es la contemplación y el detenerse, el entretiempo; en cambio, en la actualidad no hay espacio para la interrupción, para el detenerse, para el entretiempo; solo ha tiempo para el tiempo, convirtiendo todo en un presente prolongado. Un ejemplo de ello es el enojo; la rabia es una emoción que requiere detenerse para alimentarse, por eso nuestro tiempo solo está hecho de enojos circunstanciales, no de rabia. El enojo, el enfado, no generan cambios; mientras que la rabia requiere detenerse, analizar y producir cambios de estado. El enojo es a la rabia como el temor al miedo.

La computadora hace cálculos, incluso con mayor capacidad que el ser humano porque carece de otredad, es pura positividad, es puro rendimiento, es pura actividad; en ese mismo marco de positividad, la sociedad y el sujeto se vuelven máquinas de rendimiento autista; según Hegel, es la negatividad la que permite una vida llena de vida; existen dos potencias: la potencia del hacer y la del no hacer, la potencia del no, por eso el no hacer no es impotencia sino un camino alternativo que completa el hacer. Si solo se tuviera la capacidad de percibir y no la capacidad de no percibir, el mundo sería una masa atosigante de estímulos. Del mismo modo, si solo se tuviera la potencia de pensar sería imposible reflexionar, porque todo sería una secuencia infinita de pensamientos sin espacio, sin detenimiento.

La negatividad del no es fundamental para la contemplación o la meditación, por eso toda la negatividad también es activa y no pasiva; ya que solo se hubiera positividad se estaría pasivamente sometido al objeto.

El imperativo de vivir en una sociedad del rendimiento conduce al rendimiento sin rendimiento, una actividad sin pausas, sin detenciones, que produce agotamiento; pero no un agotamiento fundamental, sino excesivo y que requiere de sobreestímulos para seguir, o bien, no seguir y caer en la angustia, una sociedad del dopaje que permita a los individuos seguir rindiendo.

Para Han, estamos construyendo una sociedad del cansancio agotador que aísla y fragmenta. No es el cansancio virtuoso de la demora, sino el cansancio que me agobia, un cansancio violento que destruye toda comunidad y cercanía.

Fuente: De la Redacción de AIM
SIGLO XXI filosofia BYUNG-CHUL HAN

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