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Caleidoscopio
Caleidoscopio

Las "consecuencias" del hedonismo

Las consecuencias del hedonismo moderno no son las mismas que el antiguo, ya que no está basado en las mismas premisas que el epicúreo, sino que ante el quiebre de los lazos sociales, se constituye como meta una felicidad individualista donde muchos placeres son forzados por el mercado y el deber.

Como se pasó de las pequeñas polis al Imperio, la historia se reprodujo en mayor escala con el paso de los pequeños estados a la globalización, que borró las fronteras y forzó el surgimiento de nuevas éticas, donde el resurgimiento del hedonismo fue apropiado por el mismo sistema, que banalizó las relaciones, desestimó los vínculos y desalentó la participación, generando nuevos productos políticamente correctos y saludables que “obligan” a una tranquilidad del alma similar a la epicúrea (αταραξ?α) pero esta vez mediante la reproducción mecánica de la sexualidad y el consumo, elementos de fuga que no permiten al sujeto transformar lo dado y reencontrase con sus verdaderos objetos de deseos.

Con la crisis de la modernidad y la caída de las instituciones, se configuró una nueva cartografía, donde la idea de amor se presenta como un escollo ante las demandas de consumo y superación profesional exigida por el mercantilismo. A ello se suma al vacío que genera el estado de yecto del individuo, sumido a sistemas de control que son cada vez más fuertes, por lo que la trascendencia no se presenta como el reconocimiento del amado, sino como el reconocimiento de una comunidad global, mediada por dispositivos que fuerzan un goce perenne que garantiza la adquisición de objetos producidos por el mercado.

Ingerencia del paso de las ciudades-estado al Imperio
“[…]cuando la vida de la ciudad-estado, compacta y omniabarcadora tal como Platón y Aristóteles la habían concebido, vino a romperse y los ciudadanos se vieron inmersos en un todo mucho más vasto, el individuo se encontró inevitablemente lanzado a la deriva, sin las trabas o amarras que le habían sujetado a la Ciudad-estado” Coplestón F. Historia de la Filosofía. Tomo I
Alejandro Magno marcó un quiebre en la organización de las polis griegas, reconfiguración que impactó en los habitantes de ellas, ya que no sólo amplió las fronteras, sino que integró, por medio de una hegemonía, a los dominados , actitud rechazada por Aristóteles, su maestro quien:

“[…]nunca compartió las aspiraciones universalitas de Alejandro, considerando absurda la fusión de helenos y persas en un plano de igualdad. Tampoco llegó a comprender la transformación revolucionaria que implicaba el concepto imperial de Alejandro respecto de la polis helénica tradicional.”

En ese contexto de cambio, el epicureismo y el estoicismo, son movimientos de pensamiento que fueron ubicados en la primera etapa del desarrollo de la filosofía helenística-romana; éste período se extendió desde fines del siglo IV hasta mediados del siglo I aC. y acentuó su enfoque en la conducta y en la consecución de la felicidad personal.

Es así que la sociedad cosmopolita la filosofía centró su atención en el ideal de ciudadanía universal y en el extremado individualismo, lo que hizo predominar la orientación ética y práctica y se relegó las especulaciones físicas y metafísicas a un segundo plano .

Así la filosofía de la escuela del pórtico (Στο? Ποικ?λη), que dirigió Zenón, y ?? ?π? τ?ν κ?πων fundada por Epicuro, intentaron establecer una especie de guía para orientar la vida del individuo en el nuevo mundo, por la pérdida que significó el paso de la vida familiar contenida en pequeñas ciudades a la gran sociedad del Imperio. En ese sentido, Festugière explica que “desaparecida la ciudad, quien hasta entonces se ofrecía como un ideal al cual servir, el individuo no tiene ya otra cosa que buscar sino su propio contento. Y si éste contento resulta de la paz del alma, deben evitarse todas las cargas que perjudicarían a la ataraxia”.

Más allá de marcar una distancia con sus antecesores (Platón y Aristóteles), las dos escuelas recurrieron a los filósofos de las colonias, por lo que partieron supuestos: Epicuro recurrió al atomismo de Demócrito y Zenón a la física de Heráclito, para construir sus sistemas éticos.
En la actualidad, se puede pensar un proceso similar producto del borramiento de las fronteras de los Estados Nación ante las nuevas tecnologías y el capital. Así, se presenta un nuevo Imperio, que Michael Hardt y Antonio Negri sostienen que se caracteriza por la falta de fronteras:

“[…]el dominio del imperio no tiene límites. Ante todo, pues, el concepto de imperio propone un régimen que efectivamente abarca la totalidad espacial o que, más precisamente, gobierna todo el mundo <>. Ninguna frontera territorial limita su reino. En segundo lugar, el concepto de imperio no se presenta como un régimen histórico que se origina mediante la conquista, sino antes bien como un orden que suspende la historia y, en consecuencia, fija el estado existente de cosas por toda la eternidad” .

Siguiendo ésta línea de pensamiento, podemos interpretar que la hegemonía del Imperio se presenta como un régimen sin fronteras temporales, que opera en todos los registros del orden social, ya no gobernaría sólo una población, sino que ”crea el mundo que habita” . De esta manera, podemos inferir que quienes están a su servicio maquinan una nueva ética, que utiliza dispositivos que mediatizan las experiencias del goce.

La negación de deseos en post de la dicha
La moral de Epicuro es utilitarista; reduce al mínimo vital posible el deseo , donde el placer es la ausencia del dolor. Así el deseo es regulado por la prudencia (φρ?νησις), quien conducirá a saber qué deseos aceptar y cuáles rechazar. En este sentido, el pensador de Samos, dividió en tres los tipos de deseos: naturales y necesarios, naturales y no necesarios y los no naturales ni necesarios.

“[…]Del mismo modo hay que saber que, de los deseos, unos son necesarios, los otros vanos, y entre los naturales hay algunos que son necesarios; y otros tan sólo naturales.”
Los primeros son los que hacen referencia inmediata a la supervivencia y causan dolor si no son saciados de inmediato; los segundos no surgen como reacción al dolor sino que se presentan como variación del placer -los sexuales-; los no naturales ni necesarios surgen no como reacción frente al dolor ni como variación o diversificación del placer, sino como producto de la δοξα, como los honores, glorias y triunfos políticos: el reconocimiento.
El pensador, aseguró que el placer es el principio y fin de la vida, pero en su sistema reivindica los primeros deseos naturales y necesarios, rescata mediante la φρ?νησις los naturales y no necesarios y resigna los que interpretó que fueron generados por la mera opinión (δοξα). De este modo, φρ?νησις utiliza la renuncia y el sacrificio como elementos que habilitan la αταραξ?α:

“El hombre quiere ser feliz. Pero lo que pone trabas a su felicidad es el temor y el deseo. El deseo porque es infinito y por lo tanto media siempre en un abismo entre el objeto que se propone y el que alcanza. El temor porque turba la paz del alma” .

Según el autor, se deben examinar los deseos, distinguir cuáles corresponden a exigencias de fondo y cuáles son adventicios, por lo que los deseos naturales y necesarios serían pocos y bastarían los bienes más simples para satisfacerlos:

“Pero esta libertad no se logra sin renunciamientos, y una de las primeras cosas a que el epicúreo debe renunciar es la acción política. La razón es clara. El hombre no se compromete en negocios públicos sino por deseo de poderío, riquezas u honores. Pero estos tres deseos nos ponen bajo la dependencia de los hombres y de la Fortuna y turban la paz del alma. Si esta es la paz, bien supremo, merece cualquier sacrificio; y la primera condición para tenerla es vivir ocultamente (λ?θε βι?σας), lejos del tráfago, al abrigo de la multitud” .

Así, liberado de los dioses, el temor a la muerte y de los “vanos deseos”, el hombre lograría la felicidad, por medio de la α?τ?ρκεις –autosuficiencia- y la αταραξ?α, producto de la renuncia .
La apropiación del hedonismo por el mercantilismo
Si bien se podría hacer una genealogía de los distintos tipos de hedonismo, éste trabajo nos invita a pensar un pequeño contraste entre el principio de αταραξ?α propuesto por Epicuro y la “serenidad” de individuo en la post-modernidad exigida por la economía del goce perenne dispuesta por el mercado.
Arribado a este punto, nos podemos preguntar qué sucede en la actualidad, donde se plantea la resignación inconsciente de los sujetos post-modernos ante la falsa conciencia que reduce la libertad a una emancipación espiritual, desecha la sensualidad y fomenta el “consumo saludable”, excluyendo la transformación del orden establecido, captándolo en su individualidad y fomentando la competitividad productiva.
El hedonismo epicúreo tomado por autores modernos comenzó como denuncia del logo-centrismo y terminó entrampado en el sistema mercantilista actual, que afianzó una cosificación de objetos y sujetos:

“La sociedad logocéntrica enfatizó en la necesidad de orden social y sacrificó la libertad y expansión de aptitudes, capacidades y deseos humanos. Según Marcuse, el hedonismo es su contrapunto. Pero, como esta corriente considera que la felicidad es algo exclusivamente subjetivo, que sólo vale el interés particular, encuentra puntos en común con el individualismo de mercado.”

Siguiendo ésta línea, podemos señalar que las democracias modernas que sostienen este sistema mercantil, se transformaron en hedonistas, donde se exige el placer como algo dado en sí mismo, donde se borró la relación racional entre producción y consumo. En este sentido, Slavoj ?i?ek explica que los sujetos post-modernos rechazan las grandes metas y se dedican a sobrevivir colmados de placeres cada vez más refinados y estimulados en forma artificial:

“¿Qué pasó con nosotros? ¿Qué salió mal? Cualquier lector atento del Marqués de Sade no puede dejar de notar la paradoja que surge cuando la afirmación sin restricciones de la sexualidad sadeana la convierte en un ejercicio mecánico carente de auténtica pasión sensual. Y cabría preguntarse si acaso no es fácilmente discernible una inversión similar en el callejón sin salida de los Últimos Hombres de hoy, los individuos “posmodernos” que rechazan las grandes metas y se dedican a sobrevivir colmados de placeres cada vez más refinados y estimulados en forma artificial. Si las antiguas sociedades jerárquicas oprimieron las fuerzas vitales a través de sus rígidos sistemas ideológicos y del aparato del Estado que los impusieron, las sociedades de hoy están perdiendo su vitalidad por medio de su hedonismo demasiado permisivo: todo está permitido, aunque descafeinado y despojado de su esencia.”

Así hoy existiría una exigencia de placer que mataría todo placer , que también se podría leer como un instrumento del sistema que se constituye como fuga de los individuos, quienes por lograr esas metas trazadas se subyugarían inconscientemente a un orden dado, quedándose pasivos ante la opresión naturalizada, resignando hasta su propia libertad.

Reflexiones finales a modo de conclusión
Siguiendo las proposiciones anteriores, podemos inferir que el individuo post-moderno en su lucha por el reconocimiento, de su ser-para-otros, acepta pasivamente una lógica hedonista que le exige gozar perennemente, lo que de alguna manera se constituiría como la negación misma del placer, al configurarse como un deber.

Así, la intrascendencia y la incertidumbre, del individuo yecto se llenan con placeres “descafeinados” exigidos, para que el individuo pueda identificarse con el mundo, lo que marca la diferencia con el hedonismo propuesto por Epicuro donde el placer verdadero era alcanzable sólo por la razón. Más allá de sus diferencias, ambas posturas se constituyen como herramientas de fuga, al aceptar el orden establecido.

Es así que nos preguntamos cómo se pueden imaginar nuevos mundos posibles donde se conjugue el goce y la transformación de las condiciones de existencia. Donde el hedonismo no sea producto de un sistema que constituye al individuo como un consumidor, sino que responda a las necesidades de un sujeto consciente de sus condiciones y responsabilidades.

Por: Renzo Righelato, director periodístico AIM.

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