Si la realidad estuviera configurada por la lengua, los cambios lingüísticos cambiarían la realidad, como esperan los impulsores (y las impulsoras) del lenguaje llamado "inclusivo".
Los esfuerzos por cambiar la lengua, por redefinir las palabras según un programa o por modificar la sintaxis con intención de cambiar la realidad, suelen tener poco éxito. Por este camino, es posible que lo que todavía no pasa de ser una jerga ensayada con dificultad por una minoría mayoritariamente urbana y juvenil, estudiantil y de clase media, termine olvidada y convertida en el rescoldo tibio de un pasado ardiente.
La dificultad del poder para modificar el lenguaje aparece clara en una anécdota atribuida al emperador Carlomagno. La lengua materna de Carlomagno era el tudesco; pero impuso el latín en la corte del Sacro Imperio Romano Germánico. En cierta ocasión dirigía a los eruditos de que se rodeó un discurso en latín cuando se equivocó en la declinación de una palabra. Se molestó cuando recibió una advertencia de su error: dispuso que en adelante, la palabra se declinaría como él lo había hecho; pero no obstante el mandato regio, la palabra no se inmutó y siguió siendo la misma.
Por otra parte, a partir de Sarmiento los maestros estuvieron obligados durante un siglo a hablar de "tú" dentro del aula con la intención de impedir el "voseo" argentino (no el boxeo, que también tiene sus detractores). Pero fuera del aula los alumnos volvían a tratarse de "vos" con más naturalidad y virulencia que nunca. Un siglo de imposición oficial y hoy el "tú" es desconocido en el habla coloquial argentina.
Parece que el lenguaje no se puede moldear a pedido; menos por motivaciones políticas ni reivindicativas y menos todavía desde los sentimientos y las emociones, que para muchos son razones insuperables.
Cada palabra esencial -pan, arroyo, estrella para Juan Ramón Jiménez- tiene una historia milenaria, que solo en algunos hablantes se vuelve consciente, pero que pesa sobre todos al punto que muchas veces somos hablados por ellas en lugar de hablar nosotros con ellas. Apuntando a esa experiencia milenaria sedimentada en las palabras, se ha dicho que el lenguaje es más sabio que cualquiera de sus hablantes.
La contraposición o/a para marcar el género, propia en general de las lenguas indoeuropeas, está bajo la lupa ahora con motivo del auge del lenguaje llamado "inclusivo". Proviene de un tema del latín, en que buena parte de las palabras terminadas en "o" eran masculinas y femeninas las terminadas en "a". Y en esa contraposición estaría latente el germen del dominio ancestral de un sexo sobre otro.
El masculino genérico, el uso del masculino gramatical como género "no marcado" es universal, no solamente propio del castellano. Y es universal porque no hay igualdad entre el hombre y la mujer y así lo testimonia el lenguaje. Por cierto da lugar a muchos equívocos. ¿Puede un hombre ser padre sin tener hijos? Las respuestas desconcertadas apuntan a ser cura, a adoptar, a los hijos de la pareja, etc. Pero la verdad es sencilla: teniendo hijas. El malentendido, la "invisibilización" de las hijas, proviene de que "hijos" puede ser genérico o específico y depende del contexto determinar qué es en cada caso.
Los cambios lingüísticos se suelen producir por razones de economía o mejor, de eficacia, y no conscientemente. "Rueda" deriva del latín "rota". La "t" es una consonante "sorda", no usa las cuerdas vocales. Para pronunciar "rota" es necesario usar las cuerdas vocales en la "o", cesar en la "t" y volver a usarlas en la "a". Pero en “rueda” no es necesario ese esfuerzo porque la "d" intervocálica es sonora. El proceso que lleva de rota a rueda, largo e insensible, desconocido para los hablantes que son pasivos ante él, termina en una identificación ingenua del objeto rueda con la palabra que lo designa, sin consciencia de los hechos fonéticos que determinaron sus cambios.
Los cambios impulsados por el lenguaje inclusivo no responden a criterios lingüísticos de azar o eficiencia sino a intenciones políticas conscientes; tratan de anular el sexismo implícito en la lengua con intención reivindicativa; quieren eliminar una injusticia social milenaria incidiendo en el lenguaje que la expresa.
Sin embargo, la relación entre sexismo del lenguaje y la inferioridad social de la mujer, que parece evidente a los promotores del lenguaje inclusivo, no lo es tanto. Hay lenguas como el árabe y el turco que no tienen diferenciación de género; pero la igualación en el lenguaje está lejos de corresponderse con la igualdad en la sociedad. En el ámbito del lenguaje puede haber indistinción entre los sexos, pero no así en las sociedades.
Aunque no configure la realidad, o la configure en escasa medida, la lengua la expresa con sus problemas y prejuicios, excelencias y bajezas, estructuras de poder y dominio, con sus riquezas y pobrezas. Entre otras cosas es también sexista, invisibiliza y margina a las mujeres.
¿Podrá volverse igualitaria la sociedad justo cuando tiende -incluso programáticamente- a ser menos igualitaria que nunca? Como sea, el cambio deseado no se produciría sino logrando primero y manteniendo después la igualdad social durante varios siglos.
De la Redacción de AIM.
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