La leyenda del hombre y la bestia tuvo forma literaria en “El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde”, la novela gótica que Robert Luis Stevenson publicó en 1886. Por casualidad, o por designio del destino, en una isla costera del estado de Georgia llamada “Jekyll” siete banqueros concretaron en 1910 la idea de la Reserva Federal, que fue ley en 1913.
Esa ley delegó la función indelegable del congreso de acuñar moneda en una empresa privada. La Corte Suprema de los Estados Unidos sentenció que la ley es inconstitucional, pero sigue vigente como si nada porque como había dicho el banquero Mayer Amschel Rothschild, al que hace el dinero no le importa quién hace las leyes.
En síntesis: cuando la cosa importa al poder real, no hay congreso, constitución ni corte que valga. En aquella reunión de banqueros en la isla Jekyll se echaron las bases para cambiar el capitalismo, la “mano invisible del mercado” de Adam Smith (que algunos socialistas aprecian todavía) por el monopolio.
Más de un siglo después la idea se ha impuesto en toda la línea, pero permanece en la discreta penumbra necesaria para que triunfen los fraudes, sobre todo uno tan enorme como este.
Hace poco el comentarista político y cineasta estadounidense Edward Griffin, autor de "La criatura de la isla de Jekyll", dio una síntesis de por qué es necesario ponerle un cascabel al gato que se transformó en el más hambriento de los tigres: Según Griffin la Reserva Federal se debe eliminar porque:
Es un instrumento supremo de usura
Alimenta la guerra
Es un instrumento de totalitarismo
Desestabiliza la economía
Es incapaz de cumplir los objetivos que tiene establecidos.
Es un cartel que opera en contra del bien común.
Genera el impuesto más injusto, que es la inflación. .
Según una historia el presidente norteamericano de entonces, Woodrow Wilson, admitió luego haber cometido un error terrible al aprobar la ley, votada de madrugada, en navidad, cuando los legisladores habían viajado a sus estados o estaban por viajar, y muchos no habían leído el texto. “Arruiné inconscientemente a mi país” habría dicho el presidente. Otra versión es que actuó así para evitar que cierta infidelidad conyugal suya fuera proclamada a los cuatro vientos, que lo volarían a él antes que nadie.
Cuatro décadas más tarde, otro presidente, John Fitzgerald Kennedy, se propuso eliminar el sistema de la reserva federal para terminar con un banco central que imprime billetes y tiene acogotado al gobierno de los Estados Unidos con una deuda de 30 billones de dólares. Kennedy fue asesinado poco después y los banqueros siguen cobrando intereses, que llegaron a 174.000.000.000 de dólares apenas en los tres primeros meses de 2006.
Los banqueros están cada vez más ricos y el mundo cada vez más pobre, y la tierra cada vez más exhausta debido a la impiadosa explotación a que es sometida. 85 familias de banqueros tienen el 95 por ciento del dinero del mundo.
Otros tiempos, otras opiniones
Benjamín Franklin entendía que Inglaterra había pretendido cobrar impuestos excesivos a sus colonias de Norteamérica porque el rey había tomado demasiados créditos en el Banco de Inglaterra y debía pagar los intereses (la guerra es cara).
Esa era una de las causas de la revolución americana, creía, y se propuso evitar en los Estados Unidos algo semejante al Banco de Inglaterra, más de dos siglos anterior a la Reserva Federal y principal antecedente suyo.
Otro padre de la patria norteamericana, James Madison, redactor de la constitución, dentro del espíritu religioso de la época comparó a los banqueros con los “cambistas” del evangelio, que Jesús expulsó del templo.
“La historia nos dice que los cambistas han utilizado todos los medios posibles de abuso, intriga, engaño y violencia para mantener su control sobre los gobiernos controlando el dinero y su emisión, afirmó Madison.
Thomas Jefferson también sospechaba de la intención de los banqueros: “Creo sinceramente que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos permanentes. Ya han creado una aristocracia del dinero que ha desafiado al gobierno. El poder de emisión debería ser arrebatado a los bancos y restaurado a aquellos a los que pertenece”.
Lo que pasó en 1913 gracias a la inconsciencia o la complicidad de Wilson fue que los bancos arrebataron el poder de emitir dinero al gobierno.
Durante la guerra civil norteamericana, la opinión de Abraham Lincoln no era más suave: “Los poderes del dinero se alimentan de la nación en tiempos de paz y conspiran contra ella en tiempos de adversidad. Son más despóticos que un monarca, más insolentes que la autocracia y más egoístas que una burocracia. Denuncian, como enemigos públicos, a todos los que cuestionen sus métodos o saquen a la luz pública sus crímenes. Tengo dos grandes enemigos: el Ejército del Sur frente a mí y los banqueros detrás. De los dos, el que está atrás es mi mayor enemigo”.
No era profeta, pero profetizaba a la fuerza, sobre todo cuando veía venir tormenta y escuchaba truenos. “Veo que se acerca en el futuro cercano una crisis que me inquieta y que me hace temblar por la seguridad de mi país… han entronizado a corporaciones y seguirá una era de corrupción en los cargos importantes, y el poder del dinero del país se esforzará por prolongar su reino utilizando los prejuicios de la gente hasta que toda la riqueza se acumule en unas pocas manos y la República sea destruida.”
No es seguro que haya dicho esto, pero hay que tomarlo en cuenta y considerarlo una prognosis moderada de lo que estamos viviendo ahora. Y advirtamos dónde veía Lincoln la inseguridad de su país y dónde la ven ahora los banqueros.
La reserva federal es tan beneficiosa al interés público como un misil nuclear en una megalópolis. La gente acostumbra en navidad y año nuevo a festejar los cohetes y las cañitas voladoras, pero debería advertir que lo que viene volando ahora es algo mucho más ruidoso.
Quizá estemos a tiempo de reaccionar y advertir que el mundo funciona de manera sencilla, bajo las órdenes de una plutocracia ciega para todo lo que no sea su ganancia y racional sólo para el lucro. O quizá seamos una especie destinada a terminar sin gloria un paso por la Tierra que parecía glorioso.
Parece pero no es
La Reserva Federal de los Estados Unidos no es federal porque a pesar de las apariencias no depende del gobierno sino de un puñado de banqueros y no es reserva porque no crea dinero sino para prestar; en realidad, solo cobra intereses por sus préstamos. Parece una entidad casi gubernamental, pero es privada y está gobernada por un grupito de plutócratas cada vez más poderosos.
Los gobiernos de todo el mundo, cada uno con su banco central o su propia “reserva” siguen el modelo impuesto por el capital financiero, que en síntesis es endeudar mediante préstamos y cobrar intereses. Cuando un gobierno pide un préstamo, el capital financiero crea el dinero necesario de manera solo virtual, y exige el pago de intereses.
Pero no crea el dinero suficiente para pagar los intereses, de modo que al final no será posible devolver y habrá que entregar bienes: campos, empresas estatales, permisos mineros de explotación, reservas de materias primas y todo lo que sabemos gracias a la doctrina neoliberal.
Mientras tanto, los resultados inmediatos y tangibles de esta política son la crisis de Europa, la lucha sudamericana contra la deuda externa impagable, la pérdida de servicios sociales, de trabajo, de vivienda y de salud de miles de millones de personas en todo el mundo, todos sacrificados por el capital financiero, una fuerza que casi no conocen, y que llega a sus oídos como noticias sobre la inflación, las tasas de desempleo, la bolsa, la cotización de los “commodities” y el déficit de las cuentas del Estado, en un lenguaje lo bastante confuso como para que se entienda poco y simule esconder mucha complejidad.
Los gobiernos siguen pidiendo créditos a los bancos y como contrapartida cobran impuestos a contribuyentes agobiados que no pueden pagar más.
De la Redacción de AIM.
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