El caburé es un ave de no más de 15 centímetros de longitud con garras desproporcionadamente poderosas y un pico muy fuerte. Los caburés son políticos consumados: cazan a sus presas haciendo un gran barullo que las confunde y luego se las comen. Según la leyenda, cuando el rey de los pájaros quiere cazar se posa en la rama de un árbol alto y lanza un grito dominante que paraliza de terror a los pajaritos próximos. Entonces elige su alimento sobre todo entre los pichones.
Los criollos han tejido leyendas alrededor de su fama. La pluma de caburé da suerte con las mujeres, similar a la que él consigue con su ruido atronador, y por extensión en la lotería. De todos modos, no es comparable a la suerte, indefinidamente futura pero seguramente pasada, que tenía en mente Borges: "Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos".
La metáfora del caburé pone en un polo el procedimiento atribuido a un ave que usa su dotación instintiva y en el otro a élites que en un tiempo generaron adhesión pero se han convertido en oligarquías decadentes que generan sumisión.
Para Maquiavelo, fundador de la politología moderna, la política es esencialmente conflicto, y él pretendía por lo menos mantenerla en la esfera pública. La idea persiste entre otros en Ernesto Laclau, el populista que se convirtió el blanco fácil para los neoliberales y "libertarios" que prosperan como moscas verdes al calor de la descomposición.
La leyenda del caburé es solo una de tantas. Otra con parecida finalidad ejemplificadora tiene antigua raigambre en la India, donde nació la ciencia política mucho antes de Maquiavelo. El gran teórico político indio es Kautilya, cuatro siglos antes de nuestra era, conocido en occidente solo a inicios del siglo XX con asombro. Era casi increíble que la mística y brumosa India fuera cuna de una mentalidad de precisión quirúrgica, de descarnado realismo, muy ajena a las ilusiones y a los idealismos.
Kautilya y su tratado político, el Arthasastra, llegaron a Europa cuando los intelectuales europeos estaban seguros de que el pensamiento filosófico era griego de nacimiento, y que solo la civilización occidental lo había continuado. Todavía hoy se alude a la emergencia del logos en el territorio del mito como "el milagro griego". Sin embargo, el mito nunca fue sino una cubierta en la India, donde vale más hablar de pensamiento simbólico que envuelve al racional y de mito como ropaje plástico para los que necesitan acercarse a la verdad por esa vía.
La fábula india narra que un gato flaco y hambriento, corrido por los campesinos, encontró amparo en la cueva de un león, que le ofreció compartir las sobras de sus comidas. No era una oferta desinteresada: el león sufría el acoso de un ratoncito que le roía la melena cuando dormía la siesta. Los leones no cazan ratones, pero los veloces gatos, sí. El gato ministerial cumplía a satisfacción su misión y recibía su parte de las comidas regias, que comenzaron a engordarlo. El ratón se mantenía silencioso en su inaccesible agujero, pero cierta vez hizo un ruido y el gato lo cazó y se lo comió. Entonces el león, libre definitivamente del ratón, empezó a ver inconveniente la compañía del gato y lo devolvió al campo, a luchar contra el hambre.
El equilibrio inestable entre el león, el gato y el ratón es el equilibrio entre la soberbia, la claudicación y el miedo, que no cuesta mucho descubrir entre nosotros. Se rompe en las guerras, las revoluciones, en la larga costumbre de los excesos, en la somnolencia cuando el poder parece seguro, entre otras cosas.
Los puntos de vista más descarnados se pueden endulzar con moralina, un destilado de sentimiento degradado en sensiblería con que se pretende a veces compensar en vano el ultrarracionalismo amoral.
Según el teórico alemán Heinrich Zimmer, que resume a Kautilya, la afirmación esencial en materia política es que a través de la incesante lucha por el poder las amistades y las alianzas son solo temporarias, forzadas por los intereses comunes y sugeridas por la necesidad y el deseo. Cuando pasó la urgencia de la ayuda mutua, pasó también la seguridad de la compañía; la política no está nunca gobernada por la amistad sino por el auxilio momentáneo, inspirado por amenazas comunes o por afines esperanzas de lucro y apoyada por el egoísmo de los aliados. No hay nunca una alianza altruista. Las lealtades no existen en política, salvo entre los que miran de afuera la representación -tragedia o comedia- y se entusiasman con ella.
La política tiene un punto de vista totalmente amoral o premoral que formula, con precisión algebraica, las leyes fundamentales que gobiernan la vida política en todas partes.
Kautilya coincide sin duda sin conocerlo con el estratega chino Sun Tzu, quizá dos siglos anterior a él, en que la política más aconsejable consiste primero en neutralizar los planes estratégicos del adversario; en segundo lugar, erosionar su sistema de alianzas; y sólo en tercer lugar en combatir en campo abierto, es decir, la guerra.
Para Maquiavelo, en cambio, "un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra, que es lo único que compete a quien manda", lo que estrecha mucho las miras del ejercicio del poder.
El caburé, según la leyenda, escucha imperturbable los chillidos de queja de los otros pájaros, en total indiferencia, después de cazar aturdiéndolos con su estrépito.
De la Redacción de AIM.
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