Antes de convertirse en la bizarra figura pública que es ahora, Javier Milei escribió con su socio, Diego Giacomini, "Libertad, libertad, libertad", el "grito sagrado" del himno nacional. La "casta", el grupo que lucra y nos domina por mecanismos políticos, es atacada con fuerza en ese libro, dentro de las ideas del estadounidense Murray Rothbard y de la escuela austríaca de economía.
Cuando Milei anunció su postulación a diputado y luego la decisión de donar su sueldo para marcar diferencias con los otros legisladores, Giacomini comentó sucintamente: "a Javier se lo comió la casta".
Es cierto que los políticos tienen un apetito portentoso y que son capaces de digerir con provecho clavos oxidados e incluso a Milei; quizá por eso la cuestión merezca alguna reflexión.
En síntesis, Giacomini significaba que en adelante Milei sería un político más; que se abría para él el camino de la corrupción que decía combatir, porque el que se mete en una olla de agua hirviendo sale puchero.
La idea de que la corrupción y el poder del Estado hacen juego, que una cosa implica la otra, es muy antigua; modernamente fue elaborada de una parte por algunos anarquistas y de otra por ultracapitalistas como los austríacos Carl Menger, von Mieses y von Hayek.
En el feudo
Según una interpretación muy resumida, idealizada, de la gestación del feudalismo en Europa, cuando decayó Roma se poblaron de bandidos los caminos, y los campesinos buscaron protección. La hallaron en jóvenes audaces, fuertes, en algunos casos con instrucción militar romana, que en la descomposición del Imperio también andaban sin rumbo. Les ofrecieron todo, hasta lo que no tenían, para que organizaran la defensa contra los bandidos. Los que no encontraban un jefe capaz, perecían.
Los sucesores de esos jóvenes, con el paso del tiempo, cuando las instituciones se estabilizaron, se convirtieron en señores feudales, siempre con el compromiso de proteger a los campesinos vasallos, que podían refugiarse en caso de ataque dentro de las murallas de los castillos y volver a sus cultivos cuando el peligro había pasado.
Por otra parte, refiriéndose a una etapa posterior, Bakunin había constatado la declinación necesaria por la pendiente de la corrupción del que ejerce el poder.
La escuela del Estado
El Estado es dominación y explotación normatizada, regularizada, sistematizada. Los que ejercen el poder, supuestamente elegidos en libertad por las masas, pueden comenzar sintiéndose iguales al resto; pero la función de mandar, cuando se convierte en hábito, provoca el desprecio por las masas y la sobreestimación de los méritos propios.
Implícitamente, aun si no formula la idea, el jefe actúa como si las masas hubieran reconocido que ellas mismas no pueden gobernarse y por eso lo eligieron, admitieron su superioridad.
Tiende a creer que los demás no pueden pasar sin él, por lo que su oficio de gobernante es un servicio que pronto se vuelve muy oneroso. El que fue elegido por su inteligencia y sensibilidad, deja en el altar del poder la cabeza y el corazón.
Es posible entonces, como ocurría ya con las bandas de piratas cuyas hazañas narra la Odisea, que confluyan la corrupción y el poder del Estado.
Es imposible querer erradicar la corrupción manteniendo el Estado, tanto como querer ver algo que no tenga forma ni color. La corrupción fue usada desde que hay Estado para mantener una especie de solidaridad entre los miembros de la clase dirigente/dominante, de modo que nadie pueda sacar los pies del plato impunemente.
El primus inter pares deja a los miembros de su equipo robar, a veces dentro de los límites de la discreción, a veces a la arrebatiña, siempre para mantenerlos en el corral. Podrán escaparse, pero no irán lejos. Es el principio de coordinación del Estado, conocido ya en la antigua Roma, vivito y coleando hoy en día.
La idea de prevalencia de la razón como principio organizador de la sociedad, la intención de hacer del mundo un orden racional, pronto quedó oscurecida por la presencia indisimulable de una vieja conocida desde que existe el Estado: la corrupción.
Antes y ahora
La primera prueba documental de corrupción estatal es de los tiempos del faraón Ramsés IX, 1.100 años antes de la era corriente. Peser, ex funcionario de Ramsés, denunció a otro funcionario de confabulación con profanadores de tumbas. Esta denuncia se produjo miles de años después del nacimiento del Estado, en uno monumental y muy desarrollado.
Los griegos obligaron a huir en el -324 al gran orador Demóstenes, acusado de haberse apoderado de dinero depositado por el tesorero de Alejandro en la Acrópolis, donde el Partenón guardaba el tesoro ateniense además de ser el templo de Palas Atenea. Y el incorruptible Pericles se habría llevado alguna mordida de la construcción del Partenón.
Hace 3500 años, los tratos económicos con un poderoso que hoy serían considerados corruptos eran vistos en Mesopotamia como necesarios para las relaciones pacíficas que mantenían a la sociedad en paz.
En Roma, cuando los senadores salían de sus casas para ir al senado, iban acompañados de una nube de "clientes" que los vivaban y aplaudían por el camino y eran su escolta armada. Los vítores y los aplausos eran recompensados luego por el senador, que en un día establecido volvía a salir de su residencia para repartir entre su clientela política harina, aceite, vino, etc.
Aquellos clientes son el antecedente de las clientelas políticas actuales, que tienden a ahogar la democracia como dice Enrique Santos Discépolo, mirando de reojo el mismo fenómeno en las primeras décadas del siglo pasado en la letra de Que Vachaché: "El verdadero amor se ahogó en la sopa: la panza es reina y el dinero es Dios".
La honorable contención
Sin caer en la plena aceptación de lo que hoy sería para nosotros corrupción, los romanos pretendían basar sus costumbres políticas en el honor, como hoy se presenta a la política como una actividad ética.
Por eso los romanos veían mal la corrupción y exigían de sus políticos tener currículo y educación, presentar una fianza al principio de su mandato, dar cuenta de su patrimonio al final y devolver lo que sobrara. Eran medidas de vigilancia que la corrupción supo siempre saltarse con pocas dificultades, desde que es intrínseca al poder.
En el Estado romano, ejemplo de su especie en muchos aspectos porque construimos sobre sus ruinas y nos dejó su derecho, sus palabras y sus ideas en alguna medida, desbordaba de denuncias de corrupción de funcionarios y magistrados. Cicerón dijo que los que compran la elección a un cargo se desempeñan en él de manera de "colmar el vacío de su patrimonio"; expresión que parece demasiado tibia para describir las costumbres de nuestros políticos.
Catón el censor, cuyo nombre (Cato) lleva un sitio argentino de internet dedicado a la ideología neoliberal, sufrió 44 procesos por corrupción.
No hay nada nuevo bajo el sol, y tampoco el sol romano alumbraba distinto del actual. El teatro de Nicea, en la actual Turquía, costó diez millones de sestercios -unos 30 millones de dólares actuales- pero tenía grietas y su reparación implicó más gastos que los que había costado construirlo. Como si se tratara de una ruta argentina.
El poder de la razón
La ilustración condenó la religión como fuente de oscurantismo, contraponiendo una moral a otra. Diderot recuerda la actual condenación neoliberal de los pobres, pero mirando siempre a la influencia religiosa: “El cristianismo, predicando el espíritu de sacrificio y la renuncia a toda vanidad, introduce en su lugar la pereza, la miseria, la negligencia; en pocas palabras, la destrucción de las artes”. Algunos retoques y tenemos el discurso ético capitalista.
En tiempos de Maquiavelo la corrupción era el aire que se respiraba. Por eso recomienda al príncipe no preocuparse "de incurrir en la infamia de estos vicios (la corrupción), sin los cuales difícilmente podrá salvar al Estado”. La lucidez de Maquiavelo pone el acento en un punto: sin corrupción el Estado no es viable.
Al cielo con alas doradas
En el genocidio español de Abya Yala resuenan como acompañamiento fúnebre las palabras de Colón en el diario que le atribuyen: "con el oro hasta las ánimas pueden subir al cielo". En ese texto la palabra "oro" figura más de 100 veces.
En pleno apogeo del imperio británico, Tomás Carlyle reflexionó: “hay épocas en las que la única relación con los hombres es el intercambio de dinero”, el "cruel pago al contado" del que habla Marx para describir el orden burgués de su tiempo.
Napoleón decía que a sus ministros que les estaba concedido robar un poco, siempre que administrasen con eficiencia. Es la letanía del "roban, pero hacen" con que la mentalidad popular justifica la corrupción de que es la primera víctima y una confesión del uso de la corrupción para mantener unida y leal a la tropa.
Un poco no daña mucho
La corrupción formó siempre parte del funcionamiento del Estado, es la condición misma de su existencia como instrumento de dominación de clase.
En el siglo pasado, las dictaduras mostraron la ética en los discursos y la corrupción como soporte del Estado.
El primer ministro británico, el gran maestre Winston Churchill creía que “un mínimo de corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia”. “Corrupción en la patria y agresión afuera para disimularla” era una frase de Winston para explicar la política exterior imperial británica.
Carlo Brioschi, historiador italiano radicado en Austria, como conclusión de su breve historia de la corrupción, la considera "un fenómeno inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de la reciprocidad. Según la lógica del intercambio, a cada favor corresponde un regalo interesado. Nadie puede impedir al partido en el poder crearse una clientela de grandes electores que le ayuden en la gestión de los aparatos estatales y que disfruten de estos privilegios. Es algo natural y fisiológico”.
Sin confiar demasiado en esta materia en las explicaciones "naturales y fisiológicas", recordemos que la corrupción es un instrumento de regulación y coordinación dentro del Estado, al que debe su florecimiento ininterrumpido desde la más remota antigüedad.
De la Redacción de AIM
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