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Caleidoscopio
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Progreso y progresismo

El progreso es una idea habitual, que integra nuestro lenguaje sobre todo desde la revolución francesa y la transformación del mundo feudal en capitalista. Pero tiene una prosapia de 2500 años: es la humanidad avanzando del pasado al futuro, o del salvajismo a la barbarie y de la barbarie a la civilización, según la formulación del antropólogo Luis Morgan a fines del siglo XIX. La idea de progreso implica el tiempo lineal, una línea irreversible que va del pasado al futuro en que el presente sintetiza al pasado y es la potencia del futuro.

Desde Pablo de Tarso y Agustín de Hipona hasta Marx y el presente, el conocimiento es consustancial con el avance, la mejora, el perfeccionamiento. Ni siquiera los totalitarismos del siglo XX, como el nazismo o el stalinismo, fueron de otra opinión, aunque para ellos el progreso estaba determinado por la raza, el Estado, la nación o el partido.

Otro aspecto más particular de la misma cuestión es la convicción de que el hombre puede mejorar su vida mediante la expansión de las fuerzas productivas.

Pero el desarrollo exponencial de la tecnología moderna, que se propone ante todo eficacia, se identifica habitualmente con un progreso vertiginoso, que puede dejar el tendal de víctimas.

Un ejemplo es la primera máquina de coser. El inventor inglés desafió públicamente a una docena de sastres a confeccionar ciertas prendas. El desafío se concretó en un teatro de Londres, donde el inventor y su máquina se impusieron; pero los sastres, lejos de aplaudir en nombre del futuro, sin aceptar que "los mató el progreso" obligaron al vencedor a huir corriendo por los techos y ver su máquina hecha pedazos, porque presintieron que los iba a desbancar, que para ellos los contratiempos superarían a las ventajas. Ya no se sintieron motivados a reverenciar el progreso, que de todos modos los pasó por encima, como un camión a un carrero.

Progreso y desarrollo de las fuerzas productivas marchan a veces acuerdo, a veces en contradicción. Por eso, el perfeccionamiento de la idea no identificó ya al progreso con la invención de más y mejores máquinas sino con la transformación de la sociedad. La exigencia era ahora que la nueva capacidad vinculada a las máquinas derrame sus beneficios para todos y no para sus propietarios únicamente.

El progreso, sobre todo para el socialismo, ya no fue invención de máquinas poderosas, sino transformación de las estructuras sociales de modo de beneficiar a todos. La última de las 11 tesis de Marx sobre Feuerbach dice: "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo." Señalaba el paso de la especulación a la praxis de modo que la misma filosofía quedara superada.

La idea de transformación social había reemplazado al maquinismo, que quería reducir costos sin cambios sociales, usando máquinas.

El progresismo vino a mostrar al ímpetu revolucionario un desvío, un sustituto simbólico cuando los cambios sociales amenazaron posiciones consolidadas, para las que se había construido reputación de eternas. El sustituto durará mientras funcione y si persiste sin funcionar, será como superstición.

El progresismo consiste en transformaciones simbólicas para algunas minorías que tienen reivindicaciones específicas; y también, más urgentemente, en asistencialismo para las masas con fines de control social. Finalmente, la transformación real se convierte en simbólica: se trata de conservar antes que de transformar, de dar apariencia de cambio sin cambio; por ejemplo de dar empleo a 10.000 "transgéneros" cuando hay cuatro millones de desocupados.

El progresismo tiene un aspecto irracional que le quita relación con las ideas liberales clásicas, de desarrollo de fuerzas productivas, y con las ideas socialistas de transformación social. Es la irrupción de una mentalidad con frecuencia conservadora aunque disfrazada, a veces reaccionaria, atractiva para muchos y casi siempre superficial.

El progresismo se perfiló a comienzos del siglo XXI junto con una reestructuración creciente que convirtió a nuestro subcontinente y a buena parte del mundo en depósito de población sobrante.

En pocas décadas los trabajadores organizados en países con pleno empleo se vieron desocupados y desorganizados. Entonces el progresismo les mostró sustitutos simbólicos para minorías y los invitó a seguir algunas reivindicaciones como las más adecuadas a los nuevos tiempos, en que los esquemas anteriores debían considerarse superados.

El triunfo indiscutible de la derecha con Ronald Reagan y Margaret Thatcher implicó la desorganización de la izquierda tradicional. A mediados del siglo XIX empezó a asustar en Europa el fantasma del comunismo, que luego encarnó en la comuna de París, en Rusia en 1917, en China, en Africa y en Nuestra América. Fue un hervidero de un siglo y medio que terminó con la caída del muro de Berlín.

Desde entonces han aparecido movimientos de desclasados de la clase media -sin programa ni tradiciones propias- como los indignados en España, los "mileuristas" europeos (los que perciben mil euros mensuales o menos), los antiglobalización, los ocupas de Wall Street y los piqueteros argentinos.

La nueva mentalidad tomó ideas del posmodernismo, por ejemplo de Michel Foucault y Jean Baudrillard.

Había que abandonar la idea de clase social, el modelo debían ser los nuevos movimientos sociales. Ya no debía haber clases ni lucha de clases, solo sujetos individuales o "nuevas identidades".

Estas nuevas identidades toman forma en el feminismo radical, el indigenismo, el ecologismo, el campesinismo y en una cantidad indefinida de otros "ismos", que a veces hacen mucho ruido amplificados por los medios de prensa y a veces se pierden en la insustancialidad.

Algunos de estos grupos tienden a pulverizar el lenguaje, siguiendo la atomización social de la que ellos mismos son una consecuencia. Por ejemplo, en algunos casos se trata de hablar sin verbos (porque los verbos son autoritarios); otros se dedican a abrazar los árboles.

El capital está cada vez más concentrado en muy pocas manos, pero la izquierda sustitutiva sugiere ubicarse frente al poderoso adversario como átomo individual desguarnecido y aplicar su energía a reivindicaciones como usar la "e" inclusiva en lugar de la "o" patriarcal.

El irracionalismo se perfila nítido en la liquidación del sexo y en particular de la mujer (definida a veces como "cuerpo con capacidad de procrear"). Se prefiere la designación LTGB+, de modo que cada una de las letras, pero sobre todo el +, indica un género dentro del número indefinido en que estalló la antigua noción de sexo.

La ley argentina permite a cada uno poner en el documento de identidad "el género autopercibido". En algunos municipios hay normas que permiten a quien se declare transgénero acceder a un empleo público municipal, obviando incluso la exigencia de idoneidad contenida en la constitución nacional.

Por ahora está hibernando otro modo de concebir, el objetivo, que el polímata argentino Mario Bunge definía como adecuación a la realidad o validez independiente de los intereses del que conoce. Don Mario pedía no mezclar los hechos con factores extraños subjetivos; y aclaraba por las dudas, porque conocía el paño, que es un objetivo difícil de cumplir.
De la Redacción de AIM.

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