Un humorista vasco hizo notar hace años que en castellano "líder" se lee al revés "redil" (corral de ovejas). Esto posiblemente sea algo más que una mera coincidencia o una curiosidad lingüística. Por lo pronto, el líder y el redil son la imagen en el espejo uno de otro; uno no existe sin el otro, se necesitan mutuamente.
"Partido" es una palabra que quiso y pudo ser prestigiosa. La teoría presenta a los partidos como la articulación entre el Estado o sociedad política y la sociedad civil; por lo tanto prestadores potenciales de un servicio importante.
Pero a fuerza de desengaños y de no interesarse mucho en la teoría, la gente ha llegado a entender otra cosa y resignarse. En el mejor de los casos, por necesidad o incluso ya por costumbre, no espera más servicio que le pongan algo en la mano tendida.
La palabra partido viene por supuesto de "partir", dividir, fracturar, quebrar, seccionar. Quiere significar que si hubo algo entero, ya no lo es. El significado de secta es el mismo, porque "sectar" o seccionar, significaba partir, dividir. También "sexo" se relaciona con estos significados porque un sexo es una sección, una separación hecha en el cuerpo del hipotético andrógino, como narra Platón en uno de sus diálogos más famosos, el Banquete.
A las agrupaciones políticas incipientes, muy anteriores a la edad moderna, los antiguos las llamaban "sectas", no para significar lo que hoy entendemos por esa palabra, sino algo más próximo a "partido".
Aquellos partidos-sectas eran de base religiosa, hoy se han despojado de ella como conviene a la modernidad, pero no por eso son menos "partidos". Existieron por ejemplo en el helenismo y en Israel, como el movimiento de los Macabeos contra los seléucidas o luego para oponerse al imperio romano. A una de ellas alude el evangelio como encabezada por Simón Pedro.
Los partidos modernos tienen poca relación con aquellas sectas políticas históricas. Son enteramente hijos del capitalismo, no anteriores al siglo XVII. Responden a intereses relacionados con las clases sociales y a la idea de que la soberanía reside en el pueblo. Tienen la misión de representarlas y expresar sus puntos de vista, pero no pueden resolver las contradicciones entre ellas.
Si lo intentaran, transgredirían los límites que la “democracia” capitalista les impone con el fin de salvaguardar la misión esencial del Estado de garantizar el dominio de una clase sobre las otras.
Si un animal o un ser humano están en una situación contradictoria permanente que no pueden resolver, se vuelven neuróticos.
Un partido dentro del capitalismo en una situación equivalente no tarda en “neurotizarse” de alguna manera: por ejemplo corromperse y degenerar hasta no ser capaz ya de responder a su tarea de “articular” nada. Recuperaría la salud solo si rompe los moldes en que está obligado a desenvolverse.
Su crisis es la de la sociedad en que actúan. Las sectas políticas de sociedades anteriores se expresaban en términos religiosos o teológicos, en el capitalismo la expresión debe ser económica y la decadencia tomará un aspecto también económico: el soborno, la corrupción, la coima.
Al punto que los partidos tradicionales están muriendo o desdibujándose rápidamente; ahora sus miembros muestran a cara descubierta una rapacidad que antes disimulaban, se han atomizado y han abierto el camino a líderes carismáticos sin partido que han asumido las funciones partidarias renegando de la política.
Los políticos que transaron para modificar la constitución en 1994 con el fin de que Carlos Menem sea reelecto pusieron un artículo que considera a los partidos el fundamento de la democracia, con lo que dicen involuntariamente quizá más de lo que querían.
Por lo pronto se perfilaron como una clase cada vez más cerrada y casi hereditaria que se distribuye beneficios en calidad de representantes del poder real.
Este poder tarda en aparecer tal cual es, pero algo ya hizo en Europa, donde creyó llegado el momento de imponer abiertamente gobiernos a su gusto. Nuevas elecciones han producido nuevos problemas, de modo que la evolución sigue con un desenmascaramiento creciente.
Nuestro país tiene desde hace un semestre un presidente que expresa bien estas novedades. Considera que su trabajo principal es hacer propaganda de las ideas anarcocapitalistas de Murray Rothbard, que resume en “vida, libertad y propiedad”.
Para eso asumió la táctica de atacar a gobiernos de otros países, incluso relacionados estrechamente con la Argentina, como Brasil y España, con resultados sin duda muy negativos para el interés nacional, pero con vistas a instalarse como líder mundial de la ultraderecha en ascenso.
La prodigalidad con que desparrama insultos sobre sus adversarios, sobre todo el socialismo considerado como algunos sectarios consideran al diablo, y la convicción que toda la verdad está en él y todo el error en los otros, lo aproxima a la definición de secta: "grupos autoritario que trata de imponer un sistema de vida nuevo, generalmente aborreciendo el vigente, y que obliga a sus miembros a la sumisión a un líder".
Sus seguidores andan escasos de criterio. Por ejemplo, la diputada que preside la comisión de ciencia y técnica de la cámara baja es terraplanista, adhiere a pesar de su cargo a una creencia pseudocientífica surgida al calor de las redes sociales, totalmente ignorante de la física y la astronomía.
Es una muestra más de la era de la posverdad en que todo vale y la verdad y la opinión parecen intercambiables. El fenómeno se instala mejor cuanto más seria es la desorientación general. Es una epidemia psíquica equiparable con una enfermedad mental.
La consideración del poder que saca y pone gobiernos sin atender a procedimientos prescriptos, elecciones ni parlamentos, llevaría a considerar sociedades, algunas secretas o discretas, que en realidad no son sectas pero tienen fines que empiezan a conocerse mejor.
Su finalidad no es embaucar sino prever, programar y mandar. Su tratamiento excede las sectas y obligaría a considerar desde los Illuminati de Baviera -que algunos dicen que ya no existen pero ¡quién sabe!- a la masonería, que languidece con la misión cumplida, pasando por Skull & Bones, a la que pertenecía Bush padre y pertenece Bush hijo hasta el grupo Banderbild, que está vivo y activo en discreta penumbra, y varias otras.
Estas sociedades, seguramente fraternalmente relacionadas entre sí, son continuadores lejanas de otras como los Rosacruces, de las que pueden haber tomado el molde pero en condiciones muy diferentes, quizá solo para el secreto o la discreción.
Son esencialmente profanas y su misión es asegurar y acrecentar el predominio del capital financiero. Hasta donde se las puede juzgar por sus efectos, funcionan como comisión directiva de clubes de plutócratas que cada vez más tienen a su servicio todas las otras actividades humanas, políticos y científicos incluidos.
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