La necesidad de controlar va pareja con la necesidad de ejercer poder, en principio sobre lo que rodea al que controla, y en última instancia sobre todas las cosas.
Es un trabajo exigente que suele terminar en frustración, lamentos y acusaciones (y también, más raramente, en esclarecimiento), porque la realidad que se procura dominar siempre termina fuera de control, no es totalizable; ningún sistema, ni el más elaborado, la contiene por completo, algo o todo se escapará tarde o temprano hacia donde nadie sabe qué sucederá.
Los políticos trabajan sobre el miedo y la esperanza de los gobernados o de los que aspiran a gobernar y vienen desarrollando desde hace milenios medios eficaces para mantener la esperanza y azuzar el miedo.
Según Benito Spinoza, la esperanza es una alegría inconstante que brota de la idea de una cosa futura o pretérita; y el miedo es una tristeza inconstante del mismo origen. Ninguno es seguro, dudamos de algún modo de su efectividad.
El que tiene esperanza también tiene dudas porque imagina algo que excluye la existencia de lo que espera en el futuro y se entristece. Quien tiene miedo también duda de la realización de lo que odia y se alegra; es decir, mantiene la esperanza de que lo que teme no suceda.
Hay gente que se toma muy en serio sus esperanzas, que con el miedo son el instrumento de dominación preferido por los gobernantes. Llegan a concebir que la realidad se está acercando a lo que esperan hasta casi tocarlo; hacen causa común con los que conciben las cosas como ellos, continúan por pensar de acuerdo con sus esperanzas como las conciben y retroalimentan con los miembros de su círculo sus puntos de vista. Lo que surge de todo eso suele ser una secta, un partido, una escuela, una creencia, una fe.
En el mundo moderno la fortuna es cada vez es más incierta, menos seguro el porvenir, más cerrado el horizonte y más se apela a la esperanza, rebajada a variante de la superstición.
Y más fácilmente se es víctima del miedo, que lleva a las multitudes a reacciones irracionales que suelen ser ávidamente aprovechadas por quienes las provocaron.
Spinoza se refirió al tema en su Tratado Teológico político -blasfemo para católicos y protestantes y rápidamente prohibido- y en su obra mayor, que no publicó en vida, la "Etica demostrada al modo geométrico": "La esperanza no es, pues, otra cosa que una alegría inconstante, nacida de la imagen de una cosa futura o de una pasada, de cuyo evento dudamos. El miedo, por el contrario, es una tristeza inconstante, nacida también de la imagen de una cosa dudosa. Además, si se suprime la duda de estos afectos, de la esperanza se produce la seguridad y del miedo la desesperación".
Es la caracterización a nivel social de un tiempo revuelto, cuando la intolerancia iba a dar frutos amargos, pero también despuntaban por contraste cuestionamientos a la autoridad de los que el mismo Spinoza es un antecedente egregio.
El uso alternativo del miedo y la esperanza como instrumentos de control no es exclusivo de los tiempos modernos: son recursos que han empleado siempre los religiosos y los Estados. Las religiones instituidas como madres solícitas que guían y los Estados encarnación del paternalismo protector que da.
Las sectas, políticas o religiosas, de arribistas o creyentes, de desorientados o manipuladores, usan los mismos principios básicos, porque el control prefiere poco probado a mucho por probar.
Las sectas, las religiones, los políticos, usan en dosis diferentes con sus miembros el misterio, los milagros, la autoridad y las promesas de salvación o bienestar. Allí aparecen a la vista de los creyentes, por fin, respuestas concretas, promesas de buen aspecto de logros sociales y afectivos, de que tantos están tan faltos.
Políticos, religiosos y sectarios en general dominan el arte de la seducción con dosis variables de esperanza y miedo, de identificación de un adversario y de aceptación incondicional del ámbito de ayuda donde el adversario no puede entrar.
Los seductores saben que después de la seducción viene la frustación, y que si bien algunos no la soportarán, otros quedarán prisioneros del juego y se aferrarán a una esperanza nueva, a la nueva seducción como en política con gran estrépito cada cuatro años.
El miedo y la esperanza, la seducción y la frustración, son medios de manipulación tan viejos como la sociedad humana, en el que los miedosos y esperanzados, los seducidos y frustrados, son materia dúctil y maleable en manos de los manipuladores.
La limitación del lenguaje, su reducción a unos pocos cientos de palabras, hace que fuera de ellas no sea posible expresar ningún pensamiento. Reduce sustancialmente la capacidad de racionalizar y formular ideas y abre el paso a la violencia como medio de expresión.
Para remachar, el lenguaje está siendo manipulado de modo que quienes usan la variante recomendada se sientan incluidos, y excluidos los otros. Ese lenguaje sirve para no pensar.
El feligrés, el sectario, el amigo político, el cliente, no se pregunta nunca "por qué tengo que creer esto", por el contrario, cree con firmeza y lamenta que otros todavía no estén en condiciones de creer.
Si llega a aparecer en ellos alguna duda, se ponen en la senda de la apostasía, la humillación, el transfuguismo: quedan expuestos a la soledad que quisieron evitar por insoportable o a la miseria de que querían huir por dolorosa.
Es necesario entonces liberarse de las trampas, de las mezquindades presentadas como ayuda, de los cálculos en que cada uno es una cantidad intercambiable, y alcanzar la serenidad que procura el conocimiento del Sí Mismo.
La autorrevelación, el conocimiento directo de lo que hemos sido siempre no necesita de ninguna revelación externa, de ningún artefacto político ni religioso que haya que hacer operante en la realidad.
De la Redacción de AIM.
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