El organicismo concibe la realidad por analogía con un organismo, por ejemplo la Tierra como un ser vivo o el átomo como un resumen del sistema solar. Es muy antiguo, remonta a los clásicos griegos. El mecanicismo, en cambio, es propio de la modernidad. Al comienzo de su carrera eliminó el finalismo por aversión a la escolástica y a Aristóteles; concibe la realidad como una máquina, medible y cuantificable, comprensible en la medida de que es obra del hombre.
Modernos y orgánicos
En Nuestra América, el krausismo apañó la fantasía de unir el agua y el aceite: el estado liberal proveniente de la ilustración y el organicismo católico proveniente de la colonia española.
Karl Christian Friedrich Krause era un kantiano, heredero de la ilustración. Pasó inadvertido en Alemania, que no era entonces un Estado sino alrededor de 300 territorios feudales donde no había condiciones sociales para una revolución como la francesa.
Armonicemos
Yrigoyen, el presidente krausista argentino, intentó armonizar -esa era una palabra clave krausista- el liberalismo con las tradiciones organicistas. La armonización no se sostuvo con Perón, que nunca aceptó la forma liberal del Estado, sino que la padeció hasta que los liberales lo voltearon en 1955 como habían volteado a Yrigoyen en 1930.
Pueblo y populismo
El pueblo para Yrigoyen era una entidad armónica, unida, orgánica, contraria al atomismo liberal; en este sentido se sentía más próximo al unamismo colonial que a la tradición individualista liberal.
El historiador y sociólogo italiano Loris Zanatta, profesor de la Universidad de Bolonia, es especialista en la historia latinoamericana y en el peronismo; da una explicación llamativa sobre un aspecto del organicismo que vincula la política con la religión, donde está la resistencia al mecanicismo "liberal y ateo".
Para Zanatta Perón era más pragmático que Yrigoyen, admitía mejor la necesidad política de pactar. Hoy en día, para el profesor italiano, el kircherismo es el heredero natural del peronismo de Evita, que era religioso, fanático como la misma Eva repetía y exigía.
Cuando habla de "religioso", Zanatta aclara que no se refiere a la creencia en divinidades, sino a una visión maniquea del mundo, una "grieta" incolmable entre el bien y el mal, donde se trata de aniquilar al otro sin posibilidad de mediación.
El abismo al medio
Ese planteo ético permite transformar la lucha política en un análogo de las guerras de religión, donde el bien somos nosotros y el mal los otros, y es lícito destruir el derecho y la república en nombre del bien.
Aparece un protagonista privilegiado; el pueblo, pero como masa, anónimo como el soldado desconocido, al que se arrojan flores sobre la tumba en su día. La condición -decía Antonio Machado- es que siga desconocido, no que se yerga y diga: "yo me llamaba Juan Pérez", porque entonces habría que mandarlo a callar y decirle antes de volver a enterrarlo "esto no va contigo, Pérez".
Si no hay plata, que haya símbolos
El populismo necesita dinero para repartir, pero si no hay, como ahora en la Argentina, siempre encontrará lugar porque es un fenómeno de raíz moral, ética, más allá de las tropelías que han cometido sus partidarios.
Y es así porque una idea raigal del populismo es que la mundanidad, la vida, corrompen al hombre. El pueblo ideal del populismo es anterior al pecado original, anterior a la inevitable corrupción provocada por la historia.
La vida es caducidad y corrompe. El pueblo populista es un pueblo puro e inocente, que los políticos se apresuran a utilizar y manipular.
Un populismo sin dinero puede volverse por necesidad más racional, porque debe hacer las cuentas y la aritmética es lógica.
Pero la naturaleza populista reaparecerá distribuyendo bienes simbólicos cuando no haya bienes materiales. Entonces es factible que el populismo se vuelva más agresivo e intolerante, que la grieta se convierta en abismo. Semejante conducta tiende a ocultar la impotencia en el campo socioeconómico.
Ética y retórica
Para el marxismo, por ejemplo, la ética es un aspecto superestructural de la realidad, pero no para el populismo, que pone a la ética en la base de su acción.
El populismo tiene un discurso de redención, que es una palabra equivalente para los populistas a revolución: una es religiosa, evangélica; la otra profana, política.
Zanatta afirma que el peronismo eleva al pueblo, a los pobres, a la condición de custodios de una identidad moralmente superior.
Estas ideas iluminan algunas expresiones políticas. Por ejemplo Emilio Pérsico, coordinador nacional del Movimiento Evita, estudió en un colegio de La Plata que según él "forma en los valores del evangelio".
En un discurso hace tiempo, recordó palabras de la vicepresidenta Cristina Kirchner, que según dijo lo enamoraron: "tenemos que llenar la política de pobres para construir el bien común".
Pobres los otros
"Yo no conozco otros países del mundo que (como la Argentina) hagan del pobre un ser moralmente superior que la política debe proteger", dice Zanatta. Pone como ejemplo las letras de algunas canciones que circulan entre los jóvenes argentinos: "por qué laburar, se puede vivir con menos".
La conclusión es que el trabajo no es ya un valor social, y por esa vía se filtra la aceptación y finalmente el culto a la pobreza. Otra cosa es vivir bien con lo necesario, menos cosas pero que aporten a la vida; no vivir en la calle, en el hacinamiento ni en la miseria.
Zanatta da su propia interpretación de la teología jesuítica de la pobreza, y la atribuye a que para los jesuitas -la orden del Papa argentino y según algunos, peronista- el peligro es la corrupción del estado originario, que es la pureza de alma del pobre.
El ex jesuita extravagante Salvador Freixedo rechaza también esa teología después de estudiarla y defenderla durante 30 años. Se alza contra el "bienaventurados los pobres" del evangelio de Mateo: ¡"Pero Señor, a los pobres siempre los partió un rayo"!
Una sociedad como la argentina actual, que promueve el culto del pobre, producirá pobres. La iglesia es para Zanatta el origen del culto del pobre como custodio de la pureza evangélica de la nación, con la advertencia de que esa visión se ha hecho hegemónica en la Argentina, al punto de que es compartida por gobiernos antiperonistas.
Argentina, mente política hendida
"A alguien que viene del extranjero el discurso público argentino le parece esquizofrénico, porque por un lado habla de combatir la pobreza, pero por el otro lado el pobre es el modelo social que hay que tomar".
El discurso político populista es paternalista y está en boca de los que hablan en nombre de los pobres sin ser ellos mismos pobres. En el relato, como es necesario, el pobre jamás es una persona concreta, es alguien que no tiene rostro a quienes otros han tomado como modelo.
La acción política populista argentina tiende a alabar al pobre con la condición de que se mantenga pobre porque es Cristo llevando la cruz y permite a la sociedad aliviarse del sentido de culpa.
De la Redacción de AIM.
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