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EE.UU. frente a una disputada elección presidencial y la obsesión de Donald Trump

La energía con la que Donald Trump se ha entregado a la recta final de la campaña, tiritando de frío en Michigan por la tarde y sudando de calor a medianoche en Florida, con hasta cinco mítines al día, se explica mejor al repasar cuál ha sido la obsesión y el motor de toda su vida: ganar, ganar y ganar.

Y, cuando no se puede, nunca admitir un fracaso, como hizo cuando tuvo que declararse en quiebra y deshacerse de sus casinos en Atlantic City, y durante años siguió hablando de aquella aventura como una historia de éxito. Porque en el mundo de Trump, dice su sobrina Mary Trump, no hay nada peor que un perdedor. “La única forma de que pierda es estas elecciones es que haya fraude”, lleva meses diciendo el presidente, enfrentado a una dura reelección.

El abogado Roy Cohn, mano derecha del temido senador Joseph McCarthy, es una de las personas que más le ha influido

Nacido en Nueva York en 1946, el tercero de tres hermanos, en el rígido esquema de su padre, Donald John Trump no estaba predestinado a hacerse con las riendas de los negocios familiares en el sector de la construcción en Queens y Brooklyn. Pero la hermana mayor, por ser mujer, no fue considerada. Y el primogénito varón, Fred –padre de Mary, muerto a los 42 años víctima del alcohol– no dio la talla a ojos del patriarca.

Las humillaciones sufridas por su hermano enseñaron a Donald que no hay nada peor que pedir perdón, asegura su sobrina en Demasiado y nunca suficiente . “Mentir era una forma de sobrevivir”. Aprendió a “engrandecerse para convencer a los demás de que era mejor de lo que realmente era”.

Su paso, a los 13 años, por una escuela militar alimentó su espíritu competitivo. El documental 2020 The Choice narra cómo se convirtió el líder de los cadetes y dirigió su dormitorio con mano de hierro y tácticas que hoy se definirían como bullying.

La crisis inmobiliaria de los años 70 le dio la oportunidad de impresionar a su padre. Se fue a Manhattan y compró el hotel Commodore, símbolo de la decadencia de la ciudad, tras negociar ventajas fiscales con el ayuntamiento. El negocio le puso en contacto con la persona que, junto a su padre, más ha influido: el abogado Roy Cohn, mano derecha del senador McCarthy.

“Una simbiosis que cambió América”, ha escrito de su relación la revista Vanity Fair. “Todo lo que aprendió de Cohn –ataca, nunca te disculpes, da la impresión de estar al mando– valía entonces y vale ahora”, afirma Ken Auletta (The New Yorker). “Usa las tácticas que tengas a mano: engaños, intimidación... Es un sentido transaccional del mundo, siempre pensando ‘qué puedo sacar yo de esto’”, relata el profesor Jelani Cobb.

“Si no tienes un gran ego no vas a triunfar en los negocios”, decía Trump cuando le preguntaban por sus inversiones en casinos de Las Vegas y Atlantic City. Como ahora en la Casa Blanca, que él esté al frente debía ser garantía de éxito. La crisis de 1992 se llevó todo por delante. Los inversores, la peor parte. Él, protegido por las leyes y las lecciones de Cohn, siguió comportándose como un ganador. Si los 90 estuvieron marcados por las bancarrotas y los divorcios, de los que dicen que sacó la lección de que nunca hay que compartir el poder, el nuevo siglo le llevó a la tele. Como presentador de El Aprendiz durante 14 temporadas, la imagen de éxito que proyectaba deslumbró a los americanos, dio relumbrón a su marca y combustible a sus negocios hoteleros y en el mundo del espectáculo.

Una investigación de The New York Times concluyó que, a la vista de las pérdidas declaradas, “tuvo más éxito interpretando a un magnate en la tele” que siendo uno en la vida real. Ganar, ganar, ganar. Y cuando no se puede, no dejar de aparentarlo. Es lo que muchos temen que haga si no gana las elecciones.


Fuente: La Vanguardia.

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