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Giró político del Papa, admite la unión civil entre personas del mismo sexo como un derecho

El papa Francisco ha demostrado una vez más —en esta ocasión por sorpresa y a través de un canal de comunicación inédito— que ha elegido una orientación decididamente progresista. En realidad, ha dicho algo que ya practican muchos párrocos que han acogido a fieles homosexuales que conviven en la vida de la parroquia aunque, al mismo tiempo, no podemos negar que se desvincula firmemente de lo que es la moral oficial de la Iglesia católica.

El nuevo matiz, además de los ampliamente conocidos, enriquece la imagen de Francisco como papa misericordioso con los pecadores y los no creyentes, como luchador contra el mal uso del dinero en la Iglesia. Un aspecto que lo caracteriza como hombre libre no solo con respecto a la rígida moral de la institución, sino también como hombre desvinculado de la tradicional atención por mantener los equilibrios dentro de la comunidad de los fieles. Esto lo confirma como un Papa capaz de entender los tiempos en que vivimos. En efecto, resultaba terriblemente anacrónico seguir apoyando una oposición a las uniones civiles homosexuales cuando casi todos los países avanzados las están legalizando.

Sin embargo, ha sido arriesgado manifestar que las parejas homosexuales también deben ser capaces no solo de defender legalmente su vínculo, hecho generalmente aceptado, sino también “tener derecho a una familia”. Quizá Francisco no sepa que esta frase se utiliza de modo habitual para pedir el reconocimiento del derecho a la “progenitoriedad”, es decir, a conseguir tener hijos por diferentes medios. Es muy difícil pensar que su apertura abarque también este punto, aunque la frase utilizada parece ambigua. En efecto, si la apertura fuera completa, se plantearían problemas descomunales porque iría en contra de una moral bioética que se ha pronunciado siempre contraria a la fecundación asistida, la inseminación heteróloga, los vientres de alquiler.

Con esta afirmación el papa Francisco se acerca mucho al núcleo de los principios no negociables que hasta ahora había evitado afrontar abiertamente, limitándose a minimizar la urgencia de su defensa. De hecho, cuando se manifestó sobre estos asuntos, el aborto o la eutanasia, había mantenido posiciones muy tradicionales. Es evidente que la nueva afirmación supone un giro en el tratamiento de una cuestión éticamente delicada, que ha sido siempre objeto de batallas políticas. Un giro que comparto, y que parece dictado más por el sentido común y el reconocimiento de que no todo el progreso inspirado en la tan criticada ampliación de los derechos individuales es erróneo y peligroso. Tal vez podría haberse formulado con mayor precaución, porque se trata de un campo en el que las palabras son piedras.

No obstante, no se puede negar que aquellos católicos comprometidos con la política, que durante décadas han tenido que luchar por cada proyecto de ley abierto a reconocer las uniones homosexuales, bajo pena de no ser reconocidos como católicos, se sienten hoy desorientados e incluso un poco traicionados. Sus demandas en este sentido, y las ha habido, jamás han sido atendidas, jamás han abierto una discusión. Parecía un asunto concluido que se ha reabierto de modo inesperado mediante una intervención desde arriba.

En mi opinión, el giro era inevitable, y es positivo, pero debería haber estado precedido por una discusión, un proceso cultural que preparara para el cambio. En la Iglesia está prohibido discutir sobre temas de bioética, en eso a los laicos no les queda más que obedecer. Y los problemas solo se abordan desde el punto de vista teológico, lo cual deja poco espacio para otros puntos de vista igualmente necesarios.

El giro era inevitable, y es positivo, pero debería haber estado precedido por una discusión

Hoy, de repente, y una vez más desde arriba, se nos presenta el nuevo curso. Pero ¿cuándo llegará el día en que los laicos, los verdaderos expertos puedan tratar libremente sobre identidades sexuales, la vida y la muerte, la propiedad del cuerpo humano? ¿Cuándo llegará el día en que se nos considere adultos, capaces de entender y aconsejar a la casta sacerdotal intocable, de la que también forma parte el papa Francisco, y a cuyo estilo se adapta en la práctica con su repentina toma de decisiones?

Fuente: La Vanguardia – La Stampa.

El Vaticano

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