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Por qué el agua es el nuevo petróleo

La ONU estima que 2.200 millones de personas no tienen acceso seguro al agua potable. Para el fondo BlackRock, gestionar e incrementar artificialmente esa escasez es una excelente oportunidad de negocios

En su mansión al norte de Nueva York, Laurence Fink, uno de los treinta hombres más poderosos del planeta, se despertó con sed. Era 2 de noviembre y cumplía 66 años. Todavía no había pandemia. Se levantó de la cama a las cinco de la mañana y no tomó nada. Con la garganta reseca apretó la nariz contra la ventana de la sala de estar, mirando al parque de cuatro hectáreas. Después de veinte segundos inmóvil, tragó saliva. Las mejores ideas de su vida las había tenido siguiendo intuiciones. Nadie sabría cómo se gestó la más reciente ofensiva sobre el agua, pero Larry recordaría siempre esa sedienta mañana.

Fink tiene ahora 68 años, es más largo que alto, tiene una alopecia profunda y usa anteojos sin marco. Se ríe seguido y la comisura derecha se le levanta con picardía porteña. Su padre era zapatero y su madre, profesora de inglés. Nació en Los Ángeles y estudió ciencia política en la Universidad de California, donde se unió a la fraternidad universitaria Kappa Beta Phi. Catorce años después de recibirse, fundó y se convirtió en el número uno de BlackRock, hoy el fondo de inversiones más grande del mundo. En 2020, el grupo gestionó fondos por 8,7 billones de dólares, una riqueza que lo posicionaría como la tercera potencia mundial, solo detrás de Estados Unidos y China.
El fondo es copropietario de más de diecisiete mil empresas entre las principales farmacéuticas (Pfizer), alimentarias (Bayer-Monsanto y Coca-Cola), petroleras (Exxon Mobile) y tecnológicas (Apple y AOL), entre otras. Es la cueva donde nunca descansan los mejores lobos de Wall Street; una manada de la que Larry es el macho alfa. Si bien toma impulso con sus intuiciones, Fink siempre se basa en las proyecciones.
Desde hace años conoce los informes sobre la escasez del agua en el mundo, acelerada por el derretimiento de los glaciares, la contaminación y su uso intensivo, en particular del sector agrícola –el 72 por ciento del consumo global se utiliza de ese modo de acuerdo a la ONU–, los municipios y las industrias. Según el World Resources Institute, en los últimos cincuenta años la demanda doméstica se incrementó en más de un 600 por ciento. Pero la ONU estima que aún 2.200 millones de personas (casi un tercio de la población global) no tienen acceso seguro al agua potable, y tres mil millones no acceden siquiera a lavarse las manos con agua y jabón. Para los jugadores como Fink, gestionar e incrementar artificialmente esa escasez es una excelente oportunidad de negocios.

BlackRock avanzó en su proyecto por distintos frentes. En julio de 2020 publicó el informe Troubled Waters (Aguas turbulentas), en el que advirtió que el estrés hídrico –mayor demanda que disponibilidad del recurso– produciría graves riesgos financieros en las próximas décadas. Mencionó especialmente los riesgos para el sector inmobiliario, el agrícola y la generación eléctrica. Lo vinculó, además, con las sequías y las inundaciones producto de la crisis climática. Reconoció el contexto y tomó carrera.
En diciembre de 2020, el agua comenzó a cotizar en Wall Street, esa cueva de Fink y otros popes de la economía de mercado global. Se trata, por el momento, de precios futuros para el comercio de agua de cuencas de California para el mercado agrícola. Pero también es lo que parece: el mecanismo técnico necesario para abrir formalmente el camino a la commoditización del agua.

Luego la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, reconoció que “durante años, varias generaciones pelearon guerras por el petróleo; en un corto tiempo se pelearán por el agua”. Para defender el recurso, Harris la catalogó como una “commodity preciosa”. Plantea así un escenario en el que el agua nos llevará o bien a la guerra formal y conocida o bien a otra más abstracta, pero igual de sangrienta, que deviene de ingresarla con un valor cuantificable, competitivo y comerciable. Lo que propone la vicepresidenta norteamericana es que si queremos evitar que nos arrebaten el agua al calor del hierro, debemos aceptar –y abrazar– su valorización económica.

En 2020 Fink mostró su primer modelo de ataque. Copropietario de la farmacéutica estadounidense Pfizer, dueña de una de las vacunas que se comercializa contra la covid-19, habría exigido que los países que querían comprar la droga pusieran activos soberanos a modo de garantía para responder ante eventuales juicios futuros. El caso fue develado por una investigación periodística del Bureau of Investigative Journalism y reiterado en Argentina por Jorge Rachid, asesor del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, quien declaró que Pfizer le exigió a la Argentina que sancionara una ley que eventualmente permitiera embargar los glaciares andinos. Si algo salía mal con la vacuna, Argentina respondería con sus cuerpos de hielo, nada menos que sus reservas de agua. El país, hasta ahora, rechazó esas condiciones.

Cordillera de los Andes. Centro-oeste de la Argentina. Departamento de Las Heras, provincia de Mendoza. Allí se emplaza la Reserva turística Villavicencio. Un paraíso verde entre las altas cumbres, a casi dos mil metros sobre el nivel del mar, que corona una construcción blanca de estilo andina. El Hotel Villavicencio tiene cuatro pisos y techos de tejas ocre. La reserva posee el ocho por ciento de la superficie total del departamento. El dominio de esas 72 mil hectáreas que incluyen el manantial, tres ecosistemas distintos, 240 especies de fauna y 200 especies de flora es privado. Desde el año 2000, lo administra la compañía multinacional Danone. El acceso es arancelado (hoy ingresar cuesta unos dos dólares) y parte de los caudales de agua son embotellados por esa compañía en botellas que llevan la imagen del hotel impresa y luego son vendidas a un dólar el litro.

Lejos de la figura clásica del villano de película que acompaña a las corporaciones agrotóxicas, fósiles o megamineras, las que venden agua avanzan con rostro humano y cercanía a las poblaciones. Son la vanguardia sensible de esta embestida sobre el bien estratégico del siglo XXI.

Según datos de 2018, solo tres corporaciones controlan el 85 por ciento del mercado del agua en Argentina: Danone, Nestlé y Coca-Cola. ¿Quién se esconde detrás de las tres? Los lobos. El 10 por ciento de Coca-Cola (Coke Inc.) es controlada por BlackRock; en Danone, aunque el principal fondo de inversión es otro –el Massachusetts Financial Services–, el gigante norteamericano tiene más del cinco por ciento; y en Nestlé ningún accionista supera el 3 por ciento, excepto la compañía de Fink. Estos gigantes financieros lanzan sus inversiones detrás de toda gran empresa global. Esto es clave para entender el criterio que aplican sobre el agua y su commoditización, así como para identificar a los ganadores y los perdedores de esta idea que deja de ser amenaza latente para convertirse en realidad.

La intención se oculta con publicidad. Coca-Cola propone que sientas el sabor. Nestlé habla de buena comida, buena vida. Danone va más allá: un planeta, una salud dice en un registro épico. Los sitios web de las principales embotelladoras están inundados de noticias sobre sustentabilidad, medio ambiente, bienestar y reciclaje. Parecen una oenegé, cuando su core business es embotellar un derecho. La estrategia de marketing está disfrazada de responsabilidad social.

Coca-Cola, por ejemplo, acordó con el Gobierno de Salta que llevaría agua potable a la región. En principio, con una prueba piloto que aplicara veinte (sí, veinte) filtros familiares a comunidades originarias de los departamentos de Rivadavia y San Martín. No importa que para fabricar un litro de Coca-Cola se utilicen litros y litros de agua, sin contar la cantidad utilizada para el envase o el endulzante. A pesar de su rol clave en el sector del agua embotellada, a través de Bonaqua y Kin, el foco de la empresa norteamericana sigue siendo su gaseosa de bandera y su estrategia comercial no logra despegarse del impacto que produce como sí intenta, con mejor éxito, la francesa Danone.

Ya sea en la promoción de lácteos como garantes de salud o en la gestión del agua, Danone no solo busca parecer una oenegé: también las financia. Así, junto al programa SedCero –que integra junto con el Rotary Club, la empresa de marketing sustentable Diamonds, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y organizaciones sociales–, lanzó en 2018 en la Casa Rosada la Plataforma del Agua. Esta herramienta busca, según su sitio web, facilitar procesos de “desarrollo inclusivo y sustentable”. Desde ese espacio, el último Día Mundial del Agua que se celebró el 22 de marzo, Danone, SedCero,
Avina y la Universidad Nacional de Quilmes firmaron un convenio con el Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Sociales que depende de la Jefatura de Gabinete de la Nación. El documento, con la carta intención, no se hizo público ni se conocieron avances posteriores, pero tanto desde el Estado como desde las organizaciones firmantes aseguran que la colaboración pondría a disposición del Consejo la información sobre vulnerabilidad en el acceso al agua generada por la mencionada plataforma, financiada por la principal embotelladora del país.

Los datos de escasez de agua en Argentina son alarmantes. Según el INDEC, cinco millones trescientas mil personas no tienen acceso al agua potable en sus viviendas y más del 13 por ciento de los argentinos no gozan de acceso permanente a este recurso vital. En las zonas rurales, como el Gran Chaco –donde centra su actividad el programa SedCero–, la situación se agrava y la escasez hídrica alcanza al 41 por ciento de los hogares. La inexistencia de una ley nacional para regular el agua aumenta la complejidad del abordaje, imposibilita el acceso a los datos reales y deja librada la gestión a colaboraciones con privados que se benefician con la venta del recurso que se busca garantizar.

El Consejo Nacional es un espacio de articulación entre distintas áreas del Estado que busca optimizar los recursos en relación a las poblaciones más vulnerables. Su presidenta, Victoria Tolosa Paz, no considera que el rol del sector privado en la gestión de estos datos despierte ninguna alarma. Por el contrario: cree que los datos hay que buscarlos allí donde están, para poder cruzar la información existente con los mapas de vulnerabilidad y acceso al agua y acercar soluciones urgentes a los que más necesitan ese recurso. “Sin datos no se pueden tomar decisiones”, dice. Durante las semanas que duró esta investigación intentamos comunicarnos con la empresa, pero no se logró más que una promesa de respuesta futura.

Buscando otras respuestas, aparece una declaración del exdirector financiero de Danone Argentina entre 2007 y 2010, François-Xavier Lacroix, ahora a cargo de Aguas Danone España. En una entrevista con ElEconomista.es, Lacroix reconoció que “el agua corriente no es competencia [a su negocio], pero dar agua gratis puede ser contraproducente”. Su razonamiento es el siguiente: “Hay que darle un trato adecuado al agua, porque si se ve como algo gratuito sin interés ni sofisticación, toda la categoría agua cae, y da más espacio a los productos que pueden ofrecer una experiencia de consumo más atractiva pero son menos sanos”. No es un caso aislado en el sector. En esta misma línea se expresó tiempo atrás Peter Brabeck-Letmathe, CEO de Nestlé entre 1997 y 2008: “La posición de que todo ser humano debe tener derecho al agua es extrema. […]Personalmente creo que es mejor darle al agua un valor de mercado para que todos seamos conscientes de que tiene un precio”.
Fuente: Ctxt

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