Detrás de estos fenómenos naturales hay un mensaje que interpela a toda la sociedad, y es que el cambio climático está sucediendo.
Brasil está experimentando una devastadora serie de inundaciones que sacuden al país en términos humanos y económicos. Los saldos de la tragedia climática con más de un centenar de muertos y otro de desaparecidos, y casi 2 millones de damnificados.
El gobierno del país vecino brindará una ayuda cercana a los 10 mil millones de dólares para las regiones más perjudicadas. Las imágenes de ciudades sumergidas y personas evacuadas son desgarradoras, e incluso asolaron a Argentina, con evacuados en la provincia de Entre Ríos.
Detrás de estos fenómenos naturales hay un mensaje que interpela a toda la sociedad, y es que el cambio climático está sucediendo. Al igual que las sequías regionales del año pasado, estas inundaciones envían otra advertencia sobre el estado de los suelos y la forma en que son tratados. Y es que hay un aspecto crítico que, aunque menor que el humanitario, merece la atención: el golpe al sector agropecuario.
El poderoso sector agrícola de Brasil, conocido por su aporte a la economía global a través de cultivos como la soja, está sufriendo graves derivaciones. Las tierras destinadas a la siembra directa se ven afectadas, lo que compromete la producción agrícola y, a su vez, los mercados internacionales.
Este impacto económico es innegable, pero se debe profundizar más para entender la raíz del problema. Detrás de estas inundaciones hay una historia más amplia sobre el manejo de los suelos. Durante demasiado tiempo, los métodos convencionales de producción llevaron a una degradación de los recursos naturales. Esto es algo que la ciencia descubrió no hace mucho tiempo.
La deforestación, el uso no responsable de agroquímicos, la falta de implementación de buenas prácticas agropecuarias, entre otras cosas, exacerbaron los efectos del cambio climático y hoy se vislumbran. Pero frente a tal realidad, la salida no es echar culpas. Tampoco lo es la parálisis o el miedo, sino al contrario; es la acción por el planeta lo que debe generar la mayor motivación posible. Es decir, ¿cómo contribuir de cara al futuro?
Un aporte puede ser producir alimentos de una manera más responsable, con prácticas que cuiden a todo el agroecosistema, así garantizar un futuro sostenible para las generaciones venideras.
Por ejemplo, la utilización de insumos orgánicos, la implementación de prácticas de conservación del suelo, o la adopción de métodos de producción que no comprometan la capacidad para cultivar alimentos en el futuro, son contribuciones acordes a los tiempos que corren y que ya se está llevando a cabo.
Asimismo, al ser una demanda de los consumidores, hoy no se trata solo de una necesidad ambiental, sino también de una oportunidad económica. La sustentabilidad no solo beneficia al medio ambiente, sino que también abre mercados y aumenta la competitividad. Ese enfoque más sostenible y ético es una promoción rentable y hasta financiera que el mundo empresarial ya tiene incorporado.
Lamentablemente, las inundaciones en Brasil son un recordatorio vívido de que los suelos están enviando señales ambientales, pero también es una oportunidad para la reflexión y el cambio. La discusión por la sanidad de los suelos no es algo menor. Estamos hablando de la fuente de los alimentos que abastecen a un mundo de casi 8 mil millones de personas.
Nada es casualidad. A disposición están las herramientas para adoptar un camino de prácticas agrícolas sustentables, los conocimientos y las tecnologías avanzadas, los bioinsumos, los drones y la inteligencia artificial, e incluso el requerimiento de los consumidores en el mercado. Sólo restan atender las señales ambientales y actuar en consecuencia.
Fuente: Ámbito