Los últimos derrames de petróleo en la selva amazónica ecuatoriana y en las costas peruanas han puesto de nuevo de manifiesto la vulnerabilidad de los ecosistemas ante estos sucesos que suelen repetirse con frecuencia.
Cientos de peces y aves embadurnados y muertos por el crudo y la contaminación en 24 playas de la costa central de Perú, así como en la Reserva Nacional del Sistema de Islas, Islotes e Islas Guaneras y la Zona Reservada de Ancón, es el balance del derrame de petróleo ocurrido a mediados de enero y que ha sido calificado por el gobierno peruano como el mayor desastre ecológico en Lima.
No obstante, los derrames forman parte de la cotidianidad del país sudamericano. “Oficialmente se han contabilizado 404 entre 2016 y 2019”, apunta a DW Juan Carlos Riveros, director científico de la organización Oceana Perú. “Son derrames o fugas muy pequeñas, que por lo general son reportadas por pescadores y controladas por las empresas encargadas”, añade.
Sin embargo, no solo la costa peruana es escenario de derrames, la Amazonía también ha sufrido sucesos que han causado fuertes impactos en su ecosistema. “La mayor parte de la infraestructura de transporte en la selva fue construida en los años 80, al igual que las plataformas marinas frente a la costa, en el norte del país. No hay inversión en mantenimiento o es muy costosa, o el acceso no es fácil, por lo cual las fugas suceden con regularidad”, considera Riveros, que califica de insuficientes las medidas de control del Estado peruano.
“La falta de control ha sido una constante por mucho tiempo, en especial cuando no existía una regulación ambiental como la de ahora. Hay muchos pasivos ambientales sobre los cuales no se han realizado medidas adecuadas de remediación”, coincide Sidney Novoa, investigador y biólogo peruano.
A ello hay que sumarle que “las multas son muy bajas y muchas veces a las empresas les resulta más conveniente pagarlas antes que invertir en renovar la infraestructura”, considera Riveros.
Algunas de estas causas coinciden con los derrames que también se producen habitualmente en Ecuador, como confirma la rotura de un oleoducto en la provincia amazónica de Napo. “Hay factores que inciden en esto, como malas tecnologías o falta de mantenimiento de este oleoducto que lleva el crudo desde la Amazonía a la costa, y también es una zona que tiene muchas amenazas naturales: muchas lluvias fuertes, hay sismos, vulcanismo…”, explica a DW Nicolás Cuvi, profesor investigador de Flacso en Ecuador. “Por otro lado hay que entender que el gran oleoducto que reventó ocupa un vastísimo territorio y es mucho más visible, pero en los campos petroleros, en los pequeños ductos, los derrames se producen permanentemente”, agrega.
Consecuencias para la salud humana y la flora y fauna
La tragedia ambiental peruana movilizó a centenares de personas a implicarse en las tareas de limpieza de las costas. “Al inicio, y en ausencia de una respuesta coherente, muchos jóvenes trataron de recuperar la fauna marina o bien tratar de limpiar sin contar con los equipos de protección, registrándose varios casos de desvanecimientos por la exposición a los vapores”, lamenta Riveros. Y explica que estas personas, mayoritariamente voluntarios, sufrieron afecciones respiratorias y problemas de la piel.
Se trata de un problema que también se ha vivido en otras partes del país. “En Perú, la mayoría de los derrames de petróleo han ocurrido en la selva, y han afectado la salud de muchos pueblos indígenas cuyos territorios y áreas de uso han sido atravesados por el oleoducto norperuano”, dice a DW Novoa.
Aunque ya no se están llevando a cabo trabajos de limpieza sin los equipos adecuados, además de estas consecuencias a corto plazo, este tipo de sucesos plantean otras problemáticas. “A mediano plazo, el principal riesgo es la vulnerabilidad alimentaria de cerca de 2.000 familias que dependen de la pesca y el medioambiente local para sobrevivir, desde pescadores, hasta la gente que vende alimentos a los turistas, los que operan los paseos en botes…”, dice el director científico de Oceana Perú. “A largo plazo, el temor es que las sustancias tóxicas del petróleo entren a la cadena alimenticia y afecten la inocuidad de la pesca. Es posible que tengamos que esperar varios meses para que los peces y mariscos que se extraen de esa zona sean aptos para consumo humano”, agrega.
Además de la salud humana, la naturaleza también es la gran perjudicada por estos episodios, de los que le cuesta recuperarse. “En Ancón falleció una familia entera de nutria marina, un animal muy raro y territorial. La única forma que se recupere es que este sitio sea colonizado nuevamente por otra familia de nutrias. Animales marinos, como moluscos y equinodermos que se adhieren en la zona intermareal, con ciclos más rápidos de reproducción, podrán recuperarse en la medida que el petróleo desaparezca del sistema en el que se desarrollan”, detalla Novoa.
La transición energética, la solución definitiva
Los expertos consultados por DW apuntan a una cuestión de raíz por la que se repiten estos episodios: la dependencia de este combustible fósil en las economías de ambos países. “En Ecuador, desde años se está abordando la transición hacia una sociedad que no se dependa del petróleo como fuente de energía; el cierre de la actividad petrolera sería lo que podría permitir tener unos territorios libres de este tipo de problemas”, apunta Cuvi, investigador de Flacso.
Asimismo, plantea otro tipo de acciones para evitar que sigan sucediendo este tipo de incidentes: “Evitar que la frontera petrolera amazónica siga expandiéndose, en la parte Norte de la Amazonía. Algo fundamental es que los sitios de explotación no se muevan a nuevas fronteras y que una buena parte de la Amazonía pueda permanecer libre de estas explotaciones. Y, en los sitios que ya se están explotando, (es clave) el uso de tecnologías adecuadas para el bombeo y el transporte, mejorar la calidad de los ductos, mejorar los tipos de monitoreo y tener mejores planes de contingencia para contener los derrames”, enumera.
Mientras Novoa apunta que es necesaria “la fiscalización en procedimientos delicados o de riesgo, así como la verificación de la existencia de planes de contingencia y equipos para controlar estas situaciones”, Riveros aboga por fortalecer “el marco regulatorio con estándares adecuados al riesgo ambiental y humano”. Pero, “en el largo plazo, la mayor oportunidad de solución radica en completar la transición energética a una matriz basada en fuentes de energía no convencionales”, concluye.
Fuente: Agencia DW