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La persistencia se aprende

La siempre constante pregunta de si quienes tienen en su haber una capacidad mayor para persistir en sus tareas y llevar esa actitud a logros futuros forma parte del arsenal propio de cada individuo, es decir es un asunto innato, o si por el contrario se aprende, ha preocupado a los estudiosos del tema. Y por supuesto a educadores y padres.

 

Puede pensarse que el esfuerzo y el trabajar duro tendrán como recompensa, a largo plazo, buenos logros y éxito. O que, tan sólo las habilidades naturales y el talento puro serán suficientes.

 

Estudios recientes han mostrado que resulta más provechoso el enfoque que se centra en trabajar en la maleabilidad de la inteligencia y las habilidades, en el trabajo fuerte y el esfuerzo más que en dejarlo todo en manos del talento y que si además, se ve en las fallas y los reveses buenas oportunidades para aprender, se anda por buen camino.

 

Pero la pregunta sigue con la respuesta en el aire. Las actitudes positivas para la persistencia en una tarea son rasgos ligados a una personalidad heredada o pueden ser moldeadas y fortalecidas desde edades tempranas.

 

Aquí un estudio sencillo y realizado en niños de tan sólo un año de edad por Julia Leonard, psicóloga en el MIT y su grupo de colaboradores, muestra que los bebés pueden aprender el valor del trabajo difícil por la simple observación de un adulto que se esfuerza mucho en conseguir algo, lo que los lleva a intentarlo cuando se vean en frente de una tarea difícil ellos mismos.

 

Estudios previos han investigado si el entendimiento de los desafíos en los niños esté basado en mensajes, implícitos o explícitos, recibidos de los padres. Por el contrario, Leonard y su equipo se preguntaron si niños muy pequeños pueden aprender el valor del trabajo arduo y la persistencia, mirando a adultos que se empeñan con todo en lograr un resultado en alguna tarea.

Leonard reclutó a los bebés en el Museo de los Niños en Boston, junto con sus padres. A un primer grupo de bebés lo llevó a una habitación equipada con juguetes, una silla alta y cámaras de video que capturaban el comportamiento de los bebés. Mirándolos sentados, buscó y logró su atención cuando trataba de sacar a un sapo de plástico de una caja bien sellada. Luego jugó con unas llaves de colores que sólo pudo agarrar usando una palanca metálica.

 

Con algunos niños Leonard pasó 30 segundos fingiendo que no sabía cómo hacerlo. De manera visible hizo ver que trataba y trataba y hasta llegó a pedirles ayuda a los bebés. Con un segundo grupo, pasó los mismos 30 segundos, sin mostrar ningún problema a la hora de lograr agarrar los juguetes, 3 veces cada uno.

 

Lo siguiente fue mostrarles a ambos grupos de bebés cajas de música que se activaban por un interruptor escondido. Cuando las cajas ya no sonaban, se las entregó a los bebés, los dejó solos en el cuarto junto a los padres, quienes fueron avisados para estar quietos. Los dos minutos siguientes fueron dedicados a observar a los bebés jugando con las cajas de música.

 

Ambos grupos trataron de hacer funcionar las cajas, pulsando un botón grande pero no funcional. Pero los bebés que habían visto a Leonard luchando con sus propios juguetes, pulsaron el botón más que el doble de veces.

 

“Los bebés pueden aprender que el esforzarse vale la pena y que deben hacerlo con persistencia”, dice Leonard.

 

El trabajo sugiere que la perseverancia se puede aprender desde temprano en la infancia, sobre todo si los padres les dejan ver a los bebés sus propios intentos y el esfuerzo invertido en resolver algunos problemas.

 

“Este tipo de investigación no es nueva en el sentido de que ya desde los años ochenta se sugirió que los niños pueden desarrollar “agallas” viendo a sus padres, pero este sí que es el primer experimento en mostrar que bebés tan pequeños ya están absorbiendo esas lecciones”, comenta Irina Mokrova, una científica del desarrollo de la Universidad de Carolina del Norte, que no estuvo involucrada en el trabajo.

 

Los investigadores se preguntaron luego si el efecto pudo deberse a que la experimentadora, de forma deliberada mostraba su persistencia a los bebés. Para descartar ese factor, lo siguiente fue repetir los ensayos, esta vez evitando el contacto visual con los bebés. Y esto es muy importante pues en la mayoría de los casos, los adultos ocupados en resolver algo es muy probable que estén más empeñados en eso que en enseñarles a sus hijos. El efecto general del estudio previo se mantuvo, así los bebés vieran los esfuerzos realizados de segunda mano, no dirigidos de forma clara a ellos.

 

El estudio de Leonard es importante porque sugiere que los bebés realizaron una inferencia más amplia, más general sobre el valor intrínseco y los beneficios del trabajo arduo. Vieron a un adulto que trataba, haciendo un esfuerzo, conseguir algo y lo lograba. Ellos lo generalizaron a un juguete que no habían visto nunca. Esta inferencia sobre el valor del esfuerzo y la perseverancia guió su persistencia en una exploración que ni siquiera resultó en un éxito.

 

Claro que mucho del esfuerzo hecho por los padres es invisible para los bebés. Los padres se van a sus trabajos, donde se esfuerzan, persisten o pueden caer en el desánimo o la dejadez.

 

Y otro factor esencial, ya que ahora entendemos que la persistencia está  enraizada en la sociedad y su influencia, las diferencias que existen en los niveles culturales y económicos también marcarán diferencias en cómo niños que muy pronto están integrados al trabajo hecho por sus padres pues su situación los obliga, desde muy temprano tendrán una noción clara del valor de la perseverancia para logros y mejoras en el futuro.

 

Un trabajo sencillo el de Leonard y su equipo pero con una proyección enorme para reforzar la idea de que el gusto por el trabajo arduo, la persistencia y la dedicación pueden y deben enseñarse y cuanto más pronto se comience mejor.

 

Artículo del blog Cierta Ciencia, de la genetista Josefina Cano para Ncyt.-

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