La victoria de Javier Milei dejó aturdidos a todos los partidos tradicionales, que siguen revisando su posicionamiento en la nueva etapa del país. El día que la ola violeta arrasó en las urnas y dejó expuestas las carencias de las gestiones previas.
Apenas pasado el mediodía de aquel 19 de noviembre de 2023, los datos de los bocas de urnas se cruzaban procedentes de todo el país. “En Córdoba supera el 70 por ciento”, “Parejo en Buenos Aires”, “Está ganando en Tucumán”. La información, extraoficial, daba cuenta de la tendencia que se confirmaría con las urnas abiertas: Javier Milei, un outsider de la política, se convertiría en el próximo presidente.
La vorágine de aquella tarde era respondida con mesura desde el cuartel de La Libertad Avanza. La pesadumbre ya era notoria en la trinchera de Sergio Massa. Según se supo después, el candidato de Unión por la Patria había reunido a los suyos la noche anterior y con los números en la mano de sus encuestadores de confianza les adelantó que la derrota era prácticamente un hecho.
Había puesto al peronismo a tiro, aún con la pésima gestión de Alberto Fernández, y con la carga de haber sido el ministro de Economía del tramo final de la administración. Pero aún con las dudas que Milei generaba en buena parte de la sociedad, con propuestas extremas y hasta desconcertantes, la ola violeta arrasaba y se lleva puesto al PJ y a todo el sistema político tradicional, que había dejado ya no solo de dar respuesta a la ciudadanía, sino que tampoco ofrecía esperanzas de futuro.
Con un 55,7 por ciento en el balotaje, Milei sumaba linealmente los votos de Patricia Bullrich, por entonces candidata de Juntos por el Cambio, alianza que ya forma parte del pasado. Así se generaba de movida una de las primeras tormentas del efecto libertario: el fin de la sociedad entre el PRO y la UCR, y los movimientos internos entre los amarillos respecto al rol que debían tener en el nuevo Gobierno, pulseada que sigue hasta ahora y que derivó en una feroz interna entre Mauricio Macri y Bullrich, ahora parte del riñón de La Libertad Avanza.
Partidos astillados
Tal era el hartazgo social contra la política que Javier Milei hizo una campaña que estaba desaconsejada en todos los manuales, y aún así ganó las elecciones. Prometió un ajuste, aseguró que los argentinos iban a pasarla mal en la primera etapa de su Gobierno. Cumplió, con creces. También prometió que bajaría la inflación, el mal mayor en la óptica libertaria. Y por el momento lo está cumpliendo. Prometió que pondría fin al poder de las castas. Su gobierno está repleto de políticos con pasado largo en otras administraciones.
No obstante, más allá de poner en blanco sobre negro sobre cada promesa electoral, es un dato llamativo cómo aquel balotaje dinamitó la política tradicional. Por supuesto, el fenómeno no es solo argentino, pero en el país los partidos que habían dominado la escena siguen aturdidos por aquel golpe.
El peronismo intenta reconfigurarse, ahora con la jefatura de Cristina, tras una interna que no fue contra el riojano Ricardo Quintela. El PJ perdió gobernadores que siguieron los cantos mileístas, y con ellos algunos legisladores en el Congreso. La lealtad que tampoco fue. No obstante, el justicialismo sigue siendo el bloque mayoritario, aunque no gana votaciones. Tal vez, Milei mantuvo la habilidad de mostrar al kirchnerismo como el espacio al que deben oponerse los otros.
Massa, el candidato presidencial que perdió en segunda vuelta, se alejó del fuego. Barajó la tesis de una crisis temprana en la administración de Milei, y consideró que lo mejor era que lo fueran a buscar cuando eso ocurriera. El silencio se prolongó, la crisis terminal no asomó. El libro que se iba a presentar en la Feria del Libro, en mayo, sigue en imprenta.
Hoy el Frente Renovador tiene un papel secundario, y el liderazgo de Cristina hace presagiar que el peronismo dejará de inclinarse por candidatos de centro que junten los votos del medio, esos que no convoca el kirchnerismo duro. Massa y Daniel Scioli (convertido a La Libertad Avanza) no pudieron. Alberto Fernández falló en la gestión. Un escenario en el que pareciera preferible perder con los propios antes que prestar el piso alto a un moderado. Milei, además, se presta a ese juego. A una polarización de la que, cree, puede sacar jugo.
El radicalismo sin el PRO busca también su identidad. Tiene cinco gobernadores, ganó fuerza territorial en las elecciones 2019, pero no logra unificar posturas frente a Milei. Hay dos sectores bien delimitados. Los opositores como el presidente del partido, Martín Lousteau, quieren correr la línea divisoria: deben oponerse a Milei, ya no al kirchnerismo. El otro sector tiene desertores, como los llamados “radicales con peluca” que blindaron los vetos del presidente a iniciativas del radicalismo, y “dialoguistas” que entienden que deben sentarse y negociar. Sobre todo, aquellos que tienen responsabilidad de gestión.
Aquel balotaje generó, además, un temblor en el PRO. El apoyo explícito de Mauricio Macri fue un amor no correspondido. El expresidente intentó tener protagonismo en el Gobierno apenas terminado el escrutinio, pero fue bloqueado sistemáticamente. El salto de Bullrich al gabinete, haciendo valer sus votos de la primera vuelta, terminó de generar una ruptura que se consagró con el ordenamiento partidario: Macri retomó la presidencia del PRO y corrió a Bullrich del cargo que le daba firma para generar alianzas. Fusión o alianza, esa es la cuestión.
Por lo pronto, la relación Macri – Milei tiene momentos dispares. El expresidente sabe que sus adherentes migraron a La Libertad Avanza. No tiene muchas opciones. Milei tampoco. La sociedad parlamentaria tendrá, por necesidad, un correlato electoral.
Tal vez, hace un año, Macri intuía que la victoria era también suya. Pareciera que el triángulo de hierro libertario le impidió esa apropiación. Ahora, mira por la cerradura una gestión que tiene paradigmas similares a los que intentó establecer entre 2015 y 2019, incluso con parte de su gabinete.