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Política
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Buena suerte, demócratas

Las votaciones son un punto alto de la democracia moderna, el momento  en que el pueblo hace valer su soberanía.  Hasta ahora este punto de vista prevalece, pero  vacila un poco porque por otro lado, sin que la conexión aparezca igualmente clara en todas las mentes, los políticos se vuelven cada vez más cuestionables.

Las votaciones son un punto alto de la democracia moderna, el momento  en que el pueblo hace valer su soberanía.
Las votaciones son un punto alto de la democracia moderna, el momento  en que el pueblo hace valer su soberanía.

La  agonía de la Ilustración, que comenzó al fin de la segunda guerra mundial, permitió a algunos intelectuales poner en discusión lo que era indiscutible hasta hace poco.

El historiador francés Olivier Christin, profesor de la Universidad de Neuchatel,  autor de "La autonomización de la razón política" es uno de esos intelectuales. Pone en cuestión que el sufragio universal y secreto -gran perfeccionamiento democrático- implique progreso en el sentido ilustrado, es decir, las cosas bien ordenadas de atrás hacia adelante de modo que lo que este más adelante es necesariamente mejor que lo que está atrás.

Deja entrever un cuestionamiento a la "lógica del número" que envuelve un prejuicio mayor de la modernidad, una verdadera superstición: el predominio de la cantidad  y la tendencia a encontrar la razón en las mayorías;  "contando porotos".

Christin enlaza  la crisis moderna de representación con las ilusiones ilustradas:  "Hoy estamos viendo sus límites: aumento de las abstenciones (más del 50% en las elecciones legislativas francesas de 2017), rechazo de las elites políticas,  éxito de los populismos."

Recuerda algunas objeciones al voto, por ejemplo   Montesquieu  lo juzgaba aristocrático porque servía -y sirve- para elegir élites gobernantes o algo peor, como es el caso de Bolsonaro en Brasil. En cambio destacaba el valor el sorteo, opinión hoy enterrada por inconveniente.

También denuncia el peso aplastante de la publicidad política, entre nosotros mentirosa sin vergüenza, como se ve sin retroceder demasiado en el "si les decía lo que iba a hacer no me votaban" de Menem o en la "pobreza cero" de Macri.

Es la presencia a la vista del poder financiero en el voto, del poder dinero sobre la "voluntad popular" que sigue siendo alabada siempre que sea anulada.

Kleroterion, La suerte decide

Los griegos tenían un aparato donde depositaban el voto que hacía la votación inviolable. A pesar de ser un invento de más de 2000 años, que se usó casi medio milenio, se conoce poco y se menciona menos, En lugar de eso, usamos el voto en cadena, los vuelcos de urnas, el fraude informático y  otras cosas más rendidoras. Es claro que ahora hay partidos políticos y compraventa de votos y entonces, no.

El kleroterion era un bloque de piedra prismático y hueco,  con ranuras ordenadas en una de sus caras  en varias filas verticales.   Cualquier ciudadano perteneciente a la élite   podía proponerse para un cargo  después de pasar por un examen médico.

Cada candidato llevaba una placa con su nombre grabado, que introducía en una de las ranuras . El   dispositivo tenía una ruleta con  casillas rotuladas con las mismas letras del kleroterion. Dependiendo de la casilla en la que cayera la bolilla, se decidía el ciudadano y el cargo que ocuparía.

Para la elección de jurados, se introducían una bola negra y otra blanca en un embudo en la parte superior. Las pelotas salían por un agujero en la parte inferior. Dependiendo del color que saliera primero se elegía o descartaba a una columna entera de nombres. Las blancas decidían a los ciudadanos que serían aceptados y las negras a los que serían rechazados.

La máquina no hacía distinciones, todos los atenienses  calificados podían participar en el proceso. Los griegos buscaban la igualdad  entre el escaso número de los que podían tomar decisiones: varones, adultos, atenienses de nacimiento, blancos.  Quien llegaba a ocupar un cargo lo hacía por un año y nunca jamás se podía presentar de nuevo a un sorteo. Esto impedía las  dinastías políticas como las que tenemos enquistadas en varias provincias y la reaparición de las mismas figuras a veces en diferentes partidos.

Aquel pasado inocente

Se trataba ya varios siglos antes de la era corriente de evitar la corrupción a la que daría lugar el sistema que aplicamos hoy, al que en materia de corrupción no parece faltarle nada. Para empezar los griegos prohibieron la reelección y los jurados tenían hasta 500 miembros, porque es más difícil sobornar a una multitud que a dos o tres "representantes".

Según  Christín, en las elecciones modernas se imponen las grandes formaciones políticas o en su disolución los  agrupamientos ocasionales que las reemplazan. Mandan ahora el  financiamiento y la comunicación, mediante  los mass media o las redes sociales.

En la antigua Grecia no había campañas electorales costeadas por los  ciudadanos, como hoy, no se compraban ni vendían votos ni había partidos políticos. La política no era cosa de  profesionales ni tenía un clímax electoral de vez en cuando.

Hoy en en día no tenemos suerte en política, pero si la suerte no nos ayuda caemos en la marginalidad. El azar está  desterrado hasta donde es posible por los que esperan  comprar todo, porque incluso su prestigio personal es venal.

Un sistema como el del kleroterion no es posible ahora porque la clase política necesita asegurarse el poder y no puede dejarlo librado al azar. Para eso ha hecho consagrar en la constitución que los partidos son la base de la democracia, y sobre esa base mantienen para los votantes una conveniente ilusión de soberanía.

De la Redacción de AIM.

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