La civilización en que vivimos nos parecería natural si la crisis no nos pusiera frente a peligros agobiantes de los que no sabemos cómo librarnos, pero esperamos soluciones de dirigentes que conocen la salida tanto como nosotros.
El libro del Génesis dice que Yahvé creó al mundo de la nada y lo jerarquizó al hacer al hombre a su imagen y semejanza y darle dominio sobre todas las cosas de la Tierra, bajo responsabilidad de explotarlas en su propio beneficio.
Luego, la iglesia que se designó en el siglo IV “católica”, universal, fue el primer instrumento justamente universal que usó occidente para dominar el resto del mundo.
En Abya yala (América), como brazo ideológico de los intereses económicos, la iglesia hace más de cinco siglos trata de extirpar la “idolatría”, en trabajo concertado con los que extirparon el oro y la plata, el café, las bananas, el ganado, el tanino, y ahora la soja y todo lo que necesiten para sostener su modo de vida dispendioso con vencimiento previsible.
En el Génesis, el primer libro de la Biblia, Yahvé aparece como un artesano o un empresario supremo, un deus faber, la prefiguración del homo faber europeo que luego decretó su muerte y trata de reemplazarlo.
Cuando la cultura occidental se secularizó, el hombre occidental se consideró propietario absoluto de la tierra y sus cosas. Es ahora único dueño al punto que la propiedad lo ha enajenado de la naturaleza.
No solo es dueño, también es creador autónomo de todos los asombros de la tecnología moderna. Espera el día en que podrá crear a su propio hombre: ese será para él el “sexto día” de su obra de creación tecnológica, y después descansará en la ilusión de la omnipotencia creadora.
Cuando la mentalidad moderna decidió la retirar a dios, el hombre, siguiendo los mandatos de Génesis laicizados, consideró al medio ecológico como la materia para su obra, como Yahvé consideró al barro de que creó a Adam.
El surgimiento pleno la mentalidad occidental, de la que las ideas neoliberales son una degradación necesaria, se produjo a partir de la edad moderna. Desde entonces, la ciencia, la técnica, la organización racional del trabajo, solo confirman la presunción de dominio del individuo sobre la tierra.
Para los occidentales la materia está separada de la idea, sobre todo desde Descartes. De esa separación surgen las interpretaciones, que son descripciones particulares mediadas por los contenidos mentales de cada uno. Pero como cada interpretación debe a su vez ser interpretada, resulta un proceso inacabable en que finalmente nadie acuerda con nadie y caemos en la cuenta de que estamos confundidos, en Babel.
Ya que mi idea está separada de la materia estoy en condiciones de idear otras realidades en caso de que no me guste la que experimento. Puedo concebir realidades pasadas, volver al paraíso, o realidades futuras, la Jesuralén celeste, ser reaccionario, revolucionario, utópico, indiferente. En todos los casos, parto de que mi idea está en un ámbito diferente de la realidad que experimento.
La realidad política y económica actual es de tal índole que una minoría que ha conseguido descompensar la acumulación de riqueza a su favor tiene problemas para reproducir el sistema porque tiene dificultades crecientes para vender, ya que todos somos cada vez más pobres.
Es una de tantas contradicciones internas de un sistema que se basa en la pura cantidad como medida de todas las cosas y en la circulación acelerada de dinero ficticio como la causa de su prosperidad. Es decir, corre al abismo y espera que el progreso lo mantenga lejos.
El triunfador moderno modelo valora ante todo su propia individualidad; se basa en el egoísmo como en la esencia de la naturaleza humana. Solo permite expresarse a sus pasiones, a su instinto; pero como éstos son inmediatos y no permiten un juicio seguro sobre la realidad que se debe dominar, hay que apelar a la razón, y la razón al servicio del instinto es la ciencia moderna.
La ciencia moderna tiene a través de éxitos espectaculares la finalidad de dar satisfacción rápida a las pasiones. Es mejor cuando ofrece ideas sencillas, directas, que permitan la manipulación grosera de la naturaleza, objeto de las pasiones desatadas.
El hombre instintivo y pasional, que tiene la razón como instrumento de dominación, de reducción de todo a su ser egoísta, usa la tecnología para descomponer, recomponer y explotar la naturaleza. Si un saber no se convierte en tecnología es inútil, no científico ni verdadero.
Es el camino sin obstáculos al menosprecio de saberes de las tradiciones que ven al hombre occidental como un ser anómalo, sin relación con ningún principio que pueda guiarlo, que escucha solo a la codicia como la mejor consejera. Se ha desbocado la tecnología hasta hacernos esclavos de una presunta inventiva sin límites, como resultado de la pasión sin luces.
Desde la separación de razón y emoción, sentimentalidad y voluntad, es decir, desde el inicio de la modernidad, se ha experimentado cada vez con más fuerza el daño que la codicia puede hacer cuando no tiene compensación.
Finalmente, los medios son absolutos y los fines desaparecen. Es el nihilismo que se viste de progreso y de expansión de la democracia, del bienestar, de expectativas de vida, salud, etc
La filosofía de la luces, ideología de la razón, hipostasió en ley natural la idea de progreso y la puso al margen de la corrupción y la desintegración. Permite concebir el desarrollo industrial, con el componente de extractivismo desenfrenado, reificación de la naturaleza contra las concepciones tradicionales, y explotación sin límites de los pueblos dominados, como operador del progreso humano. En su reducción económica esta actitud de base se llama “crecimiento”, la promesa renovada de un progreso infinito.
De la Redacción de AIM.