El nombre de Joseph Goebbels suele vincularse con el nazismo en particular, con el totalitarismo en general, y con la frase: "miente, miente, que algo queda", que él nunca pronunció; pero que se le adjudica sobre todo cuando un político quiere enjuiciar a algún adversario dejando en penumbra su propia conducta.
Goebbels era casi todo lo contrario de la espléndida "bestia rubia", de naturaleza más bien zoológica, infrahumana, que el nazismo proponía como ideal humano o sobrehumano. Era delgado, de baja estatura, de rostro demacrado y enfermizo, de aspecto desagradable, desabrido y frío, rengo y lleno de antiguos rencores.
La "bestia rubia" era una de sus tantas ideas propagandísticas. Justamente en la propaganda fue donde más se destacó gracias a las iniciativas que llevó a la práctica y que fijó en once principios que siguen siendo usados ampliamente por los gobiernos. Los usan sin tapujos los totalitarios y también los "democráticos"; pero de modo vergonzante, como disimulando o a escondidas, por eso mismo de manera quizá más efectiva y peligrosa.
Estos principios enraizan lejanamente con Maquiavelo y sus recomendaciones a los príncipes de los pequeños estados italianos de los inicios de la modernidad. Pero mucho antes eran práctica común de Trajano, Catón o Cicerón en la antigua Roma. La finalidad de Maquiavelo era que los príncipes reunieran poder para reunificar Italia y superar el estado de postración del que no salió hasta el siglo XX. Pero también se vinculan con la "propaganda de la fe" de la iglesia católica, que fue la impulsora de ésta como de tantas otras cosas.
Los 11 principios de Goebbels son:
1- Principio de simplificación y del enemigo único.
La propaganda debe dividirse en puntos claros y concisos, que se expresen en programas, manifiestos, catecismos, declaraciones. El cristianismo lo hizo en el Credo o Símbolo de Nicea, la revolución francesa en la declaración de derechos del hombre, el marxismo en el manifiesto comunista, la revolución estadounidense en el "Sentido común" de Thomas Payne.
Más breves, con apelaciones más directas a las emociones primitivas son las voces de orden y los slogans: "Ein Volk, ein Führer", "todo el poder a los soviets" o más actualmente "la década ganada" y para la coyuntura: "El candidato es el programa".
Este principio manda tener un enemigo único, al menos uno por vez, y definirlo claramente: los rojos antes, los terroristas o los musulmanes ahora, con la misión de meter miedo y unir contra él. Si los adversarios no aparecen suficientemente uniformes, si persiste en ellos la diversidad, hay que centrar el odio de las masas en uno de ellos, el jefe, e insistir luego en que se puede meter a todos en el mismo saco porque en el fondo son todos iguales.
Para los nazis fue muy útil adjudicar al adversario los errores propios e inducir a combatirlos en los adversarios y no en ellos.
2- Principio del método de contagio.
El contagio consiste en atribuir a diferentes adversarios las mismas intenciones, y hacer ver que todas las actitudes de "ellos" están dirigidas contra "nosotros". Por ejemplo, para cierta izquierda, es esencial insistir en "camarillas" dirigidas contra los trabajadores, así sean de banqueros como de curas, de liberales como de filósofos "burgueses", ya que no están divididos sino en apariencia y solo para engañar.
3- Principio de la transposición.
Hay que ponerse de entrada de parte del público para después intentar doblegarlo. El mensaje debe ir acompañado de valores aceptados por todos para que la memoria colectiva actúe como refuerzo identificando una situación actual con otra pasada y conocida que se presenta como su continuación. En la represión de una manifestación, por ejemplo, se debe traer a la memoria la Semana Trágica o cualquier hecho del pasado que puede aumentar el significado del hecho presente, potenciarlo.
4- Principio de la exageración y desfiguración.
Se trata de dar a conocer solo las informaciones favorables, y cargarlas de contenido propagandístico. Las informaciones se convierten en comentarios. La edición de las imágenes es un recurso de los programas políticos de televisión. Sus conductores suelen luego acusar a los opositores de "editar" las informaciones.
"Editar" está fuera de su sentido recto y toma el propagandístico de tergiversación, exageración y desfiguración.
La propaganda hitleriana, a diferencia de la divulgación científica, por ejemplo, buscaba deliberadamente expresar los contenidos más burdos y primitivos, ya que se trataba de pulsar esas cuerdas de las masas y de formular consignas adecuadas al nivel intelectual más bajo posible, para barrer el mayor número. En cualquier propaganda política, se trata de suscitar el miedo de las masas ante el adversario. "Ellos" tienen intenciones que ocultan porque no pueden mostrar, en cambio, con "nosotros", que mostramos cómo somos, todos seremos felices.
5- Principio de la vulgarización.
Cuando más absurda sea la preferencia de la masa, más se debe ajustar a ella la propaganda para enraizar allí el mensaje y "atarlo" en las zonas más oscuras.
La propaganda política francesa no buscaba mitigar el odio a los alemanes. Por el contrario fue azuzado y explotado por los partidos de derecha nacionalista tanto como por los comunistas.
La propaganda se debe adaptar al nivel del menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más numerosa sea la masa a convencer, mayor será su pasividad maleabilidad y menor el esfuerzo mental que debe realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
6- Principio de orquestación.
Se debe repetir incansablemente las consignas, los slogans, dos o tres temas fundamentales. Goebbels ponía el ejemplo del catolicismo, diciendo que se sostuvo 2000 años repitiendo siempre lo mismo, como el rezo monónono y repetido del rosario.
Pocas ideas repetidas muchas veces. Por obstinada, cansadora y sin sentido que parezca la repetición, tiene un fin que es el de la gota que horada la piedra o del martillo que dobla el hierro. Las costosas campañas publicitarias se basan en este principio que implica estar siempre en todas partes y por todos los medios, como la Coca Cola. El mantenimiento de estas campañas permite suponer que son efectivas porque si no justificaran el gasto serían levantadas.
En las campañas, es necesario cierto nivel de variación, por ejemplo, detenerse un tiempo breve para reiniciar bajo una forma algo diferente o introducir de tanto en tanto variantes menores en el formato principal siempre reconocible.
En el caso de la propaganda política, cada paso prepara el siguiente, que debe hacer más ruido que el anterior, hasta terminar en enormes manifestaciones como fueron los actos finales de Alfonsín y Luder en el 83. El significado que tuvo la quema del ataúd radical por Herminio Iglesias da ejemplo de lo que se puede hacer con las masas llevadas poco a poco al paroxismo y de lo que puede costar un error en el momento decisivo.
7- Principio de renovación.
Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa.
En lucha abierta con el adversario, cada uno encontrará nuevos argumentos, valgan poco o mucho, de modo no tanto de contestar adecuadamente, sino que cuando el adversario responda a la cuestión de ayer, hoy la atención esté en otra parte. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones. Es el método bien conocido en la política kirchnerista de "redoblar la apuesta", subir el tono, tensar la cuerda.
8- Principio de la verosimilitud.
Goebbels siguió el ejemplo del príncipe Otón von Bismarck para corromper a la prensa. Pero mientras el "canciller de hierro" usaba el dinero con ese fin, Goebbels se valió de la coacción y la amenaza. Orquestó campañas que se iniciaban en un punto del país y luego eran tomadas por diarios de las ciudades importantes, que citaban "fuentes" en apariencia independientes. La población se veía al fin frente a una "evidencia" abrumadora, como fue luego el caso de Iraq y sus armas químicas, y se obtenía lo que los nazis querían: el clima para invadir Chechoslovaquia o Polonia.
La corrupción de la prensa para que se preste a las campañas oficialistas con algún disimulo de imparcialidad se ha vuelto una práctica cotidiana y tan próxima a nosotros que cualquiera puede verificarla.
9- Principio de la silenciación.
No mencionar ni permitir que se mencionen las cuestiones sobre las que no hay respuesta y disimular las noticias que favorecen el adversario. Para eso es útil la contraprogramación usando los medios de comunicación afines o alineados.
10-Principio de la transfusión.
La propaganda no opera en el vacío ni debe arrancar desde cero cada vez. Se debe sembrar en terreno preparado, apto para hacer fructificar la semilla. Para eso hay que partir de alguna idea, un conocimiento, un rencor, un recuerdo o un prejuicio con suficiente fuerza. Un mito nacional como el de la fertilidad de la tierra y la riqueza inagotable o el desprecio racial por negros e indios. Los argumentos de la propaganda deben "prender" en sustratos de esta índole, en actitudes primitivas, elementales, para garantizar su eficacia.
11-Principio de la unanimidad.
La opinión, en la que suelen manifestar confianza los demócratas, busca mediante noticias, comentarios, editoriales expresados por cualquier medio técnico hacer surgir en el público el refuerzo de sus prejuicios. Cada uno debe luego poder decir: "es como yo decía", o "ya me parecía", como si hubiera surgido libremente de su interior un consentimiento que fue inoculado por la propaganda. La sensación de "pensar como todo el mundo" refuerza el sentido rebaño, que es muy fuerte en el ser humano y suscita la ilusión de estar en lo cierto; pero que por otra parte quisiera ser persuadido de que es único e irrepetible.
Los nazis y los otros
Estas normas de la propaganda nazi ya no son solamente nazis, como tampoco lo eran cuando Goebbels las formuló. Nuestra sociedad no quiere verse reflejada en ellas y por eso pretende haberlas relegado a un rincón de la historia repudiado y enfermo. Sin embargo, siguen vigentes también entre los que repudian a los nazis y dirigen contra ellos fortísimas condenaciones morales a las que quizá no se hubieran atrevido cuando gobernaban. La falsedad como táctica es una de las recomendaciones más útiles para obtener ventajas políticas, sin mirar demasiado a cuestiones ideológicas ni circunstancias históricas.
En tiempos de propaganda preelectoral intensa, cuando los candidatos están gárrulos como urracas, simpáticos como jamás fueron, prometedores como bebés, mentirosos como el diablo, se puede advertir que el repudiado Goebbels no ha muerto. Se mató en 1945 junto a su mujer y sus seis hijos cuando el bunker de Hitler era bombardeado en una Berlín en ruinas. Antes había rechazado una oferta del Führer para tomar un avión que lo sacara del infierno. Pero vive en sus discípulos de cualquier color, que solo se preocupan por negar las fuentes de su inspiración o las ignoran.
La propaganda política de Goebbels tuvo medios como la radio y el cine de que no disponía la iglesia en la Edad Media, ni tuvo Napoleón, otro adelantado en estas materias. En la actualidad las grandes potencias disponen de tecnologías enormemente más desarrolladas.
Pero la contraparte es que la política mundial y todo el mundo moderno se hundirían rápidamente sin la propaganda como la presentó Goebbels, con variantes menores para acomodarla a circunstancias cambiantes más en la forma que en el fondo.
Las democracias actuales, y la propaganda comercial casi exclusivamente, preparan a la población para que se ocupe de problemas ficticios como si fueran totalmente reales y trata de desviar su atención de las cosas que debieran reclamarla y que si lo hicieran, podrían cambiar el mundo.
Uno de los fines que los gobiernos logran con estos métodos es suscitar un estado de ánimo en que la gente reclame ceder sus derechos a cambio de que el poder termine con los que previamente identificó como "malos", creadores de los problemas cuyo único responsable real es el poder mismo.
Poco a poco manipular se está convirtiendo en la ocupación principal de cualquiera que tenga una cuota de poder, aunque sea pequeña. Es lo normal en los políticos, y lo único a que aspiran los encargados de la publicidad comercial, pero va siendo visto cada vez con más familiaridad por los difusores cuya tarea era informar y ahora es condicionar.
Relato y realidad
Ferdinand de Saussure enseñó que el significado no es una relación necesaria entre una proposición y aquello a que se refiere, sino la relación arbitraria de unos signos con otros. Todo queda encerrado en el lenguaje: fuera de él, nada es cognoscible. Es el mundo del “relato”, ni verdadero ni falso.
Para Saussure y los estructuralistas que abrieron el camino del posmodernismo todo está en el lenguaje de modo que algunas nociones que aluden a fenómenos como alienación, ideología, represión, son de la naturaleza del lenguaje y no tienen sentido fuera de éste.
Lacan es de la misma opinión. Para él la conciencia es de la naturaleza del lenguaje; “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”.
Cuando se trata de mostrar algo fuera del lenguaje, que no esté en el relato o que lo determine, el posmodernismo se ve en peligro porque previamente ha hecho desaparecer lo que para el buen sentido es la realidad.
Si dejamos las explicaciones teóricas, en el terreno de la práctica, el terreno político, la tendencia del poder es a reunir cada vez más poder, y si se entiende que la realidad se puede construir como un "relato", el primer poder es el de los medios que construyen y transmiten el relato.
Los gobiernos tratan inevitablemente de controlar los medios de difusión. Si lo consiguen, la propaganda busca imponer su relato a todos y hacerlo pasar por realidad a cualquier precio, es decir, sustituir la realidad natural por otra construida, a la que se deben plegar hombres y hechos.
El paso siguiente es entonces la censura formal o disimulada por la venalidad, y las noticias falsas.
La censura en cualquiera de sus formas no permite divulgar noticias contrarias al relato, que es creado mediante un tejido de noticias falsas. Estas noticias eran la norma para Goebbels, que valoraba un relato solo por si conseguía o no producir su efecto sin considerar si era verdadero o falso. O mejor: si producía su efecto, era verdadero.
Así es también en las llamadas "democracias" donde se sabe que las desmentidas de noticias falsas tienen un efecto muy inferior a la información inicial, porque el que desmiente se debe poner en el lugar del acusado.
Goebbels insistió en la idea, que hoy corre con facilidad, de que una mentira enorme se cree con más facilidad que una pequeña, y usó con habilidad las grandes mentiras.
Dentro del terreno del "relato", al que Saussure, Lacan y Laclau dieron forma científica y política, los nazis ya experimentaron que es posible meter a las masas en un mundo totalmente fabricado, sin nada en común con la realidad fuera del relato.
La realidad parece ser una con el relato y así es hasta el fin para los que necesitan desesperadamente "creer en algo". Pero para otros los puntos de desacuerdo, las disonancias, resultan más visibles y menos dolorosos que para los fanatizados. Algunos empiezan a construir redes alternativas de información y a buscar noticias "verdaderas" fuera del relato. En tiempos de Goebbels no existían internet ni las redes sociales. Como medio tecnológico nuevo, ocupan con exhuberancia el lugar de las redes informales de antaño y son correlativamente más potentes quizá en mayor medida en que aumentó la fuerza de los medios en manos del poder.
Suele acontecer que las noticias difundidas por medios alternativos, de boca a oído o por las redes sociales, se amplifican y deforman tanto o más que deforma intencionalmente el poder las suyas, distribuidas por los grandes medios de prensa que conservan la credibilidad y alguna confianza incluso de los que saben que les están mintiendo.
Goebbels estaba en conocimiento de estos fenómenos y se ocupaba metódicamente por conocer al detalle el "se dice" que corría en la gente fuera de "relato" con la finalidad de neutralizarlo mediante la contrapropaganda.
La contrapropaganda
La contrapropaganda es la propaganda dirigida a combatir las tesis de los adversarios, como el contraespionaje es el espionaje dirigido combatir el espionaje del enemigo.
Las reglas propias de la contrapropaganda pueden ser caracterizadas en pocos puntos:
- Reconocer los temas del adversario. Se reducen los argumentos del adversario a su contenido lógico, quitándoles todo adorno, y resulta casi siempre muy pobre y obvio. Así "desnudos" se los presenta opuestos entre sí, contradictorios y sin encanto.
- Atacar los puntos débiles. Una vez valorados los argumentos, se elige el más débil para concentrar la contrapropaganda en él. Es un método usado ampliamente en las guerras y en la preparación del clima bélico en la población, que en ocasiones ha enardecido en pocos días a pueblos pacíficos durante siglos.
- Cuando la propaganda adversaria es poderosa, no atacarla nunca de frente. Hay gente bienintencionada que a la vista de un error lo combate de frente para corregirlo lo más rápido posible. Esa es la fuente del 90% de los fracasos en combatir la mentira. Para combatir una opinión se parte de ella, no se le contrapone otra, se busca un terreno común, no se habla desde el exterior. Se comienza por hacer concesiones al adversario para terminar por ponerlo frente a contradicciones, conociendo sus debilidades.
- Atacar y desdeñar al adversario. Mejor que discutir racionalmente una tesis es desdeñar al que la sostiene. Los argumentos racionales parecen recubrir debilidad de quien los esgrime. Más pasionales son los ataques personales, las referencias a la vida privada, los escándalos, la recordación de pasado sobre todo en política, donde nadie suele tener "la cola limpia".
- Demostrar que la propaganda del adversario está en contradicción con los hechos. Basta mostrar que alguien tiene una contradicción en un punto para que aparezca íntegramente desacreditado, para que la contradicción contamine la totalidad.
- Ridiculizar al adversario. El adversario se debe estudiar para hacer de él una caricatura y usarla para ponerlo en ridículo. La burla es una reacción a la propaganda totalitaria. El sarcasmo es el arma de los débiles; pero las bromas circulan con gran rapidez y ridiculizan a los poderosos e incluso obtienen la adhesión de otros poderosos no rozados por la burla
- Hacer que predomine el propio "clima de fuerza”. El adversario no debe tener nunca la iniciativa, es preciso que "nosotros" impongamos nuestro punto de vista. El "otro" es atacado donde más le duele o más valioso le parece, por ejemplo su nombre.
De la Redacción de AIM.