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Ecocidio, ¿la cuenta regresiva ha comenzado? 

El neologismo ecocidio refiere a un deterioro a nivel general del ambiente en una zona determinada, con un daño tan amplio que puede llegar a poner en peligro la vida de sus habitantes humanos, de todas las especies animales, vegetales y minerales, produciendo modificaciones de impacto tan radical que las tornan irreversibles. Por Valentín Ibarra, para AIM.


Estamos frente a un ecocidio cuando un hábitat o ecosistema sufre destrucciones que sobrepasan su capacidad de autoregenerarse y en medio de ciclones, tsunamis, terremotos, interminables sequías, modificaciones en los ciclos del agua o la tala ilegal e indiscriminada de bosques y montes nativos durante los últimos treinta años. La mortandad masiva de aves y peces como derivadas de un modo de producción agrícola fundado en el monocultivo y por último las llamas voraces de miles y miles de hectáreas, hoy en nuestro país pero también en otras latitudes como vimos recientemente en Estados Unidos y antes en el Amazonas o en Australia por citar algunos de los ejemplos más relevantes, parecen describir el fenómeno que nos interpela a unos y parece esconder el negocio de otros. Sin embargo, mas allá de la posición ética y política en la que decidamos transitar nuestra existencia, lo cierto es que el planeta es solo uno y cruje.

El concepto de ecocidio tiene apenas unas décadas – al parecer puede rastrearse a principio de los ´70-, y surgió en el contexto de los primeros estudios sobre el impacto ambiental del crecimiento económico y de la teoría del derecho de guerra desarrollado con posterioridad al conflicto de Vietnam, como una nueva acepción de la llamada guerra abierta o guerra total. Los especialistas afirman que durante el conflicto bélico de diez años, las tropas de Estados Unidos rociaron sistemáticamente la selva, desde aviones hidrantes, con herbicidas para contaminar y destruir los ecosistemas con el fin de diezmar las zonas de refugio para las guerrillas y tornando infértiles de manera permanente los suelos, impidiendo la producción de alimentos de sus enemigos. Además de esto, el uso de napalm (un combustible en gel utilizado con armas incendiarias) provocó daños irreversibles en el medioambiente y humanos, acciones que le valieron el repudio internacional.

Finalmente, en 1978 se celebró en las Naciones Unidas la Convención sobre la Guerra Ecocida que buscaba definirlo y condenarlo como crimen de guerra y lesa humanidad y que finalmente fue incluida (ya entrada la década del ´80) dentro de los crímenes contra la paz y la seguridad para la humanidad junto a los tratados de no proliferación de armas nucleares. Toda una serie de tópicos que trajo enormes controversias entre juristas, ambientalistas y lobbys económicos.

Desde entonces, el concepto se trasladó lentamente al lenguaje común y tiene tanto aspectos de homicidio como de suicidio ambiental que nos remite a la doble noción de darse voluntariamente la muerte o exponerse al riesgo de ella, ya no de un individuo sino de la humanidad.En su primera acepción (y tal vez la más genuina por su carácter de original) el ecocidio es definido como el crimen de destruir intencionalmente el sostén del sistema vida de nuestra nave planetaria, la muerte de nuestro entorno.

Por su taxonomía, el concepto presenta algunas características especiales en relación a otras destrucciones ambientales masivas y podemos trazar un mapeo de sus particularidades:
1. Sus consecuencias no afectan solo a una localidad, sino que puede dañar áreas que sobrepasan por mucho las fronteras del país o región donde se realizan las acciones;
2. No se limita a solo un aspecto del entorno y medios de vida, sino que afecta al conjunto de estos, de forma semejante a como lo hace una guerra total (es decir aquella que no distingue combatientes de no combatientes o zonas de exclusión).
3. Sus repercusiones serán sufridas también por generaciones venideras de humanos y de otras especies vivas.
4. Se origina en una acción u omisión.
5. Puede incluir el homicidio como consecuencia más o menos directa y retardada de la destrucción ambiental, pero el homicidio no es indispensable para caracterizar el concepto.
6. Los daños son difícilmente compensables y la restauración puede resultar imposible, independientemente de los medios de los que se disponga para ello; desde el punto de vista financiero, el valor perdido es infinito y nada lo puede pagar o cuantificar.
7. Su extensión y gravedad tensiona intereses locales e internacionales, privados y públicos.
8. La tipificación criminal y el concepto filosófico de ecocidio no se reducen a un caso o suma de casos de daño ambiental previsto en algunos códigos ya que su efecto es global, sistémico y potenciado (un daño da inicio a una nueva cadena exponencial de daños).

La ampliación acelerada de la capacidad técnica desde la Revolución Industrial hasta nuestros días colocó al ser humano en una nueva posición en la historia: facilitó su capacidad de destruir y destruirse, no localmente sino el planeta entero, fruto de las llamadas externalidades productivas, es decir, el daño y las distorsiones que producen la mayoría de los procesos productivos e industriales y abre un capítulo definitivo y desigual entre el dogma moderno del progreso infinito frente el principio ético de la responsabilidad ciudadana y ambiental.

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