El concepto de desobediencia civil volvió de la penumbra en medio de los mezquinos enfrentamientos de siempre, a que nuestros políticos nos tienen largamente acostumbrados, esta vez a propósito de la cuarentena por el SARS-COV2. A quien no teme a la muerte, no tiene sentido amenazarlo con la muerte. Lao Tse
El pretexto para mantener en forma el milenario espíritu de riña, del que los políticos no se han apeado nunca, fue una carta abierta de unos 300 intelectuales que declararon en peligro la democracia argentina ante una presunta tentación autoritaria del Poder Ejecutivo nacional, que gobierna por decreto, sin los otros dos poderes y con muchos de sus departamentos cerrados.
La desobediencia civil
La desobediencia civil a que se refirió el sociólogo Juan José Sebrelli, uno de los firmantes de la carta abierta, es el desacato a una norma jurídica de cumplimiento obligatorio; es decir, implica castigo si no se cumple. Ya Tomás de Aquino en la Edad Media había considerado legítimo no acatar una ley injusta bajo el lema "la ley injusta no es ley", y Juan Santiago Rousseau expuso puntos de vista similares.
Henry David Thoreau, filósofo transcendentalista norteamericano del siglo XIX, pasa por padre del ecologismo y de la desobediencia civil. Su camino fue seguido por ejemplo por Mohandas Gandhi y Nelson Mandela, pero en otros casos más en el entusiasmo teórico que en la conducta práctica.
La desobeciencia civil se propone cambiar normas que afectarían la libertad, como parece el caso de la cuarentena actual, que a diferencia de otras en la historia, enjaula a los sanos y no a los enfermos.
Se ha hecho notar por otra parte que no se trata de una medida del gobierno argentino solamente, sino que hay unos 6000 millones de personas en el mundo en cuarentena obligada o recomendada, lo que invita a pensar en la magnitud y en las intenciones de un poder capaz de arrebañar por el miedo a la humanidad entera.
Las ideas de Thoreau
La desobediencia civil es el título de un pequeño libro de Thoreau, el filósofo estadounidense que se fue a vivir a los bosques y expuso su experiencia en "Walden". Se llamaba David Henry, y cuando cambió el orden de sus nombres dijo no entender por qué cada uno no se llama como quiere, como los aborígenes norteamericanos con los que convivió y a los que admiraba.
La postura de Thoreau, de Ralph Waldo Emerson y los transcendentalistas se resume en varias frases luminosas. Una de ellas es: "Se es mejor persona amando la verdad antes que las leyes y respetando el propio juicio antes que el de cualquier autoridad".
Cuando Thoreau se graduó de agrimensor en Harvard propuso ante un público de puritanos que clamaba al cielo al escucharlo aplicar la desobediencia civil nada menos que a la ley de dios: trabajar un día y descansar seis. Su diario, su obra más extensa, está escrito en primera persona "porque es la que habla y no hay más experiencia que la propia", sabiduría que remonta al budismo.
Cuando murió de tuberculosis a los 44 años, su amigo Emerson hizo de él una semblanza: "vivía solo; jamás asistió a la iglesia; no votó nunca; rehusó pagar impuestos al Estado; no comía carne ni bebía vino; ignoró siempre el uso del tabaco, y aunque era naturalista, no recurrió ni al lazo ni al fusil.(...) Su manera de sentirse rico consistía sencillamente en reducirse a lo indispensable y en cubrir sus necesidades por sus propios medios”.
Su breve texto sobre la desobediencia civil comienza con la sentencia: "El mejor gobierno es el que gobierna menos”, tomada según algunos de Willian Godwin y según otros de Tomás Jefferson, pero que tiene antecedentes milenarios. Por eso agrega de inmediato: "El mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto".
Su crítica al Estado, antiguo o moderno, más intransigente que la de Emerson, consiste en que los hombres reducidos a masa lo sirven como máquinas, no como hombres. "En la mayoría de los casos no ejercitan con libertad la crítica ni el sentido moral, sino que se igualan a la madera y a la tierra y a las piedras, e incluso se podrían fabricar hombres de madera que hicieran el mismo servicio".
Esta frase, dirigida a soldados que marchaban a la guerra contra México, a pesar de estar expresada según la tecnología de la época, es aplicable a la presunta sociedad del futuro, hecha por robots que desplazarán a la gran mayoría de seres humanos hasta convertirlos en sobras inútiles.
"Tales individuos no infunden más respeto que los hombres de paja o los terrones de arcilla. No tienen más valor que caballos o perros, y sin embargo se les considera, en general, buenos ciudadanos"
Para Thoreau, en contradicción con la práctica política grecolatina, no es posible sentirse miembro de un Estado y al mismo tiempo conservar la dignidad humana; por eso en definitiva recomienda la desobediencia civil.
Sugiere quebrantar la ley si el Estado obliga a ser agentes de la injusticia, como sucede tan a menudo sin que los obligados lo registren siquiera. "Que vuestra vida sea un freno que detenga la máquina".
Destaca el valor del acto ejemplar: "Lo que importa no es que el comienzo sea pequeño; lo que se hace bien una vez, queda bien hecho para siempre". Y entre las cosas bien hechas está la desobediencia civil: "“Bajo un gobierno que encarcela injustamente, el lugar apropiado para un hombre justo es la prisión”.
Posiblemente esta aseveración dio lugar a una anécdota quizá falsa, pero ejemplar: cuando Thoreau se negó a pagar impuestos porque el gobierno de Massachussets sostenía la esclavitud y estaba embarcado en la guerra de México, fue detenido. Visitado en la cárcel por Emerson, éste le preguntó qué hacía ahí adentro. Y Thoreau le habría respondido: ¿Y usted qué hace ahí afuera?
La lección vital de Thoreau, que perdió su empleo de maestro por negarse a azotar a sus alumnos, es que es auténticamente libre el que se autogobierna, no el que cede su autonomía a un gobernante o se deja guiar por pasiones o ansias de riqueza.
En el fondo está el ideal estoico de autarquía, porque la naturaleza pone límites, pero permite vivir con dignidad y sencillez. Y también resuenan otras enseñanzas: "Toda ley, toda regla y toda norma elaborada por el hombre es innecesaria; sólo existe la ley de la naturaleza". Y Thoreau, como Spinoza, identificó a la naturaleza, incluida la de cada uno de nosotros, con la divinidad.
Sebreli
Uno de los firmantes de la carta abierta aludida al principio se refirió explícitamente a la desobediencia civil, no mencionada en el texto. Juan José Sebreli viene sosteniendo que el aislamiento obligatorio es la única medida contra el coronavirus que conoce el gobierno y propuso contra ella la desobediencia civil. En su concepto no es una medida antidemocrática, porque está bien establecida desde el siglo XIX en la teoría política.
Sebreli es un antiperonista veterano que con sus más y sus menos nutrió por décadas, con libros publicados regularmente, las ideas de muchos jóvenes. Es un hijo de la ilustración europea, que quisiera alumbrar el mundo con sus colores predilectos. Narró que hace poco, a sus 89 años, fue desalojado por la policía de una plaza frente a su vivienda en Buenos Aires, y que no valieron argumentos de claustrofobia, completa soledad en la plaza ni deseos de tomar un poco de aire y sol.
"No hablo de cortar la calle ni hacer piquetes ni violencia. Simplemente que los comerciantes levanten la persiana sin pedir permiso a nadie y que la gente vaya a trabajar y que los que no tienen trabajo puedan distraerse. Son los derechos de una sociedad moderna", dijo Sebreli, que cosechó abundantes críticas, en buena medida y con intención descalificatoria, de los partidarios del oficialismo y de los que sin serlo del todo respaldan las medidas sanitarias oficiales sin ver nada más que la salud detrás de ellas.
Protección o ghetto
Sebreli consideró que el gobierno está convirtiendo los barrios pobres en ghettos, como la Villa Azul de Quilmes, donde para evitar que alguien entre o salga estableció un cerco de 300 policías y gendarmes, procedimiento que no podrá repetir si se multiplican los barrios afectados.
Para él, en lugar de un estado policial la alternativa era detectar tempranamente los enfermos en los asentamientos, retirarlos e internarlos en hospitales. "Ahora se van a enfermar todos encerrados ahí. No tienen comida. Dicen que el Estado manda comida pero no es suficiente; y tampoco tienen agua para lavarse las manos", dijo marcando una situación de la que posiblemente se enteró por televisión.
El destape
Para Sebreli algún día terminará la pandemia -médicos italianos han advertido que el Covid 19 está perdiendo virulencia-; pero entonces aparecerá una Argentina devastada. Justamente para demorar esa constatación el gobierno estaría prolongando sin plazo la cuarentena, transformándola de un modo de proteger la salud en una fuente de angustia y desesperación y de otras enfermedades que podrían terminar siendo peores que el Covid19.
"El día que se destape la cuarentena la mayoría de los negocios no podrán abrir porque están fundidos y miles de desocupados en la calle van a protestar", según el sociólogo.
De la Redacción de AIM.