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El lenguaje da la felicidad

Según el último informe mundial sobre la felicidad, el World Happiness Report 2018, Finlandia es el país más feliz del mundo. En esta lista, España se sitúa en la 36.ª posición. El estudio recoge varios indicadores para «explicar» la felicidad: la renta per cápita, la libertad para poder elegir un estilo de vida, la generosidad o las percepciones sobre la corrupción, etc. La receta de la felicidad es y ha sido uno de los grandes misterios de la humanidad.

Más allá de la esperanza de vida o el sistema sanitario, algunos expertos consideran que «el secreto de la felicidad reside en la capacidad que tenemos de expresarla en palabras o, dicho de otro modo, en la habilidad para dar sentido a las emociones por medio del lenguaje», explica Amàlia Creus, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC. Con motivo del Día Internacional de la Felicidad, que se celebrará el 20 de marzo, expertos de la UOC analizan desde la sociología, la comunicación y la neurociencia si el lenguaje puede ayudar a hacernos sentir más felices.

«El habla sirve para expresar nuestra experiencia de vida, las palabras que usamos dan forma a lo que pensamos, sentimos y al contenido de lo que vivimos», explica Francesc Núñez, sociólogo y profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC. «Los humanos poseen la habilidad de poder compartir las emociones por medio del lenguaje y experimentar una gran diversidad», añade Creus. Un estudio de la Universidad de California en Berkeley asegura que existen 27 categorías emocionales, lejos de las seis u ocho que diferentes escuelas de la psicología hasta ahora habían afirmado que existían. «Actualmente se habla de muchas emociones, pues esta combinación es la interpretación que elabora el cerebro de lo que es el sentimiento. Sin embargo, existen múltiples factores que intervienen, no solo la parte de la respuesta, sino también la parte social y del contexto cultural, y aquí las combinaciones son muy variadas», afirma Diego Redolar, neurocientífico y profesor de Salud de la UOC.

Algunos expertos afirman que la capacidad para traducir en palabras experiencias emocionales puede ser positiva y generar beneficios personales. Saber distinguir y nombrar con precisión lo que sentimos en un determinado momento, detallarlo y matizarlo más allá de las emociones básicas (bien-mal, triste-feliz, nervioso-tranquilo, etc.) es lo que se conoce como granularidad emocional. «Para una persona con una granularidad alta no es lo mismo sentirse fastidiado que enfadado, indignado o nervioso, es capaz de matizar sus emociones», ejemplifica Creus. «Si las palabras se empobrecen, se empobrece la experiencia del mundo, y al reducir las palabras para definir y matizar la felicidad también se reduce lo que dicen vivir como “felicidad”», explica Núñez, sociólogo de las emociones.

«La granularidad emocional ayuda nuestro cerebro a generar emociones más específicas y dosificadas, lo que resulta en una reacción más adaptada a una situación y a la respuesta emocional que nos provoca», afirma la experta. Así pues, con menos granularidad el individuo consigue menos adaptación emocional. «El tener un lenguaje menos rico para etiquetar las emociones hará que la percepción subjetiva del individuo sea muy distinta a la de otra persona que cuenta con un uso del lenguaje mucho más rico en relación con el etiquetado y la identificación de las emociones», afirma Redolar.

«La granularidad emocional se ha usado como una herramienta terapéutica para mejorar la capacidad de regulación emocional», explica Creus. El proyecto Positive Lexicography recoge una colección de palabras de varios idiomas dedicada a describir sentimientos positivos desde diferentes ópticas culturales. En total se incorporan palabras provenientes de 132 lenguas del mundo que son «intraducibles» y que están relacionadas con el bienestar y las buenas sensaciones. Para el español aparecen empalagar, fiesta, estrenar o gula, entre otras. Según Núñez, depende de la riqueza del lenguaje, de nuestra conversación y de nuestros interlocutores que la felicidad tenga una u otra dimensión, sea más o menos rica.

«El lenguaje nos permite tener nuevos sentimientos, más intensos y refinados, y al hablar de ellos, los transformamos y modulamos», explica el sociólogo, que añade que «el dibujo que creamos de la felicidad, qué decimos y cómo hablamos de ella, condiciona completamente lo que hacemos para conseguirla o lo que decimos que sentimos cuando creemos que la tenemos», concluye.

Fuente: UOC

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