La distopía del capitalismo se cumplió: calles vacías de las metrópolis, se cerraron fronteras y ya nadie debería circular por más dinero que tenga. Sin embargo, el problema no es el virus, el conflicto tiene una raíz estructural que expone, una vez más,  el fracaso del programa de la burguesía. 

La pobreza mata, pero esta vez nos llega a todos. No pensamos vivir en un escenario similar a una película del fin del mundo: las sórdidas calles están vacías, hombres con mamelucos, policías evitando la concentración de gente y muertes masivas tanto en el corazón del capitalismo como en los países más pobres del planeta…

El dilema es que estamos así porque hay gente pobre que debe hacerse caldo de murciélago porque el capitalismo los dejó afuera; porque hay irresponsable que viajaron y no hicieron cuarentena; porque hay políticos a quienes nunca les importó ni les importa la salud pública (ni los hospitales, ni laboratorios para hacer medicamentos gratuitos); porque las relaciones sociales están tan destruidas que en una crisis los empresarios aprovechan remarcan todos los alimentos y productos indispensables. Porque el mercado nos hace pensar que gente fungible, que cumplió su vida útil y puede ser descartada. No solo caen los viejos, caen los pobres y marginados.

En la crisis, los únicos que siguen ganando, son los poderosos. Hay que ser claros, no todos tienen el privilegio de hacer cuarentena; hay pueblos originarios que no tienen agua y pibes que aún comen de la basura y que están ahí, más vulnerados que nunca.

El problema tiene la raíz estructural en el capitalismo y en el dominio de la naturaleza, ese dominio que se traslada a todas las relaciones sociales.

Las muertes por la pandemia del nuevo coronavirus cruzaron la barrera de las 8000, mientras que los contagios superaron los 200.000 en 155 países.  Mientras tanto se prolonga una depresión del mercado, ya que el sistema funciona por el consumo masivo. Hoy más que nunca la hambruna, despidos masivos y depresión de la producción industrial están a la orden.

Domina el miedo ante la trágica hipótesis de muertes masivas, pero nadie cuestiona la raíz del conflicto. Sólo se busca la solución coyuntural, a otro descuido del capital.

Por: Renzo Righelato,  director periodístico AIM.