No hay peor ciego que el que no quiere ver y el presidente, Mauricio Macri, parece estarlo. Su desnudez argumental está a la vista de todos y los sastres de la mentira y el negacionismo, aferrados patológicamente a sus demenciales tesis, contribuyen a acelerar su estrepitosa caída al vacío de la desazón, la incertidumbre y el miedo colectivo. Por Rubén Pagliotto (*)
Este Gobierno fracasó rotundamente y, además, se exhibe incapaz de reconocer sus muchos y enormes errores. Han habido, sin solución de continuidad, cuatro Macri o quizás algunos más, en lo que va del domingo pos electoral al miércoles de esta semana: un iracundo y aturdido Presidente, que como si nada hubiera pasado en aquella jornada comicial, nos mandó a dormir como criaturas de la primera infancia; el del dantesco papelón del día lunes siguiente, cuando torturando todos los manuales políticos del candidato, culpó de las reacciones negativas del mercado a los que según él votaron mal porque no lo hicieron por Juntos por el Cambio; seguido de un inauténtico y coucheado pedido de disculpas el día martes, hasta las insuficientes e improvisadas medidas económicas tomadas de apuro y con fines electorales el día miércoles. Todas ellas, son muestras inequívocas y preocupantes del extravío del primer mandatario por arcanos andariveles de un micro mundo saturado hasta el empalagamiento de mentiras, percepciones falsas de la realidad y fantasmas de todo calibre. Una fortísima dosis en el primer mandatario de un narcisismo patológico con desconexión de la realidad y de las penurias económicas de la gente de carne y hueso, acaso por estar sufriendo el síndrome de Hubris, son pruebas más que suficientes de que algo huele muy mal en Argentina.
Macri se encerró con pocos comensales en su mundo minúsculo en una remake vernácula y berreta del mito de la caverna de Platón y no escucha otras razones que no sean las de echarle la culpa a los que no lo votaron. Y no lo votaron porque su gobierno ha sido entre mediocre y malo, errático, cerrado, soberbio y con casi ningún cuadro político en la mesa de las decisiones esenciales y, los pocos que tuvo alguna vez, partieron hace un tiempo corridos por la patota de los focus group que comandan con mano de hierro Marcos Peña y Duran Barba. Pregúntele al que tiene que comprar todos los días dos litros de leche y un kilo de pan para alimentar a su núcleo familiar si esta hecatombe es producto del temor de los mercados al regreso de Cristina o de la propia impericia, cargada muchas veces de insensibilidad del propio Gobierno.
Las medidas económicas tomadas por estas horas, son sólo con fines electorales, encima insuficientes y de mediocre factura técnica. Son un “copie y pegue” de las que alguna vez anunciara Sergio Massa, al que desde el gobierno motejaron de disparatadas, inconsistentes, poniéndole el mote de “ventajita” al ex intendente de Tigre.
Mauricio Macri, en lugar de enojarse con los que no lo votamos, debería averiguar afanosamente por qué No lo hicimos. Es tan pero tan grande y profunda esta grieta, que muchos se ciegan y creen que criticar al gobierno de Macri es ser funcional al Kirchnerismo. Por eso este domingo voté en blanco muy convencido y a conciencia de lo que hacía. La política real o real politik como la llama la academia, le ganó por goleada al marketing, al coaching y al laboratorismo social del estratega Ecuatoriano y el alter ego presidencial. La gente no es un número y los pueblos no son una variable dentro de un sistema estadístico, como erróneamente y con cierto desdén lo creen muchos integrantes de la Ceocracia del gobierno nacional que hace política desde las redes sociales y la big data.
Macri juega hoy un doble papel: el de presidente y el de candidato. La crisis que atravesamos por estas horas demanda e interpela al Macri presidente y no al candidato. Su obligación primera, constitucional y éticamente, es la de pararse ante los problemas graves que existen y enfrentarlos como gobernante. Hoy debe priorizar la ética de la responsabilidad por sobre la de las convicciones, sin ninguna duda. En lugar de reconocer con humildad los errores de su mal gobierno, se dedicó con tono presumido e impronta de nene caprichoso, a echarle la culpa a los millones de argentinas y argentinos que no lo votamos en repudio a su mala gestión, con resultados adversos a los prometidos: pobreza en el orden del 35 por ciento, miles más de trabajadores que ahora pagan el impuesto a las ganancias, incremento estrepitoso de la inflación, por nombrar los que más entusiasmaron a la ciudadanía.
En lugar de hacer una autocrítica sincera y necesaria, sigue haciendo otro crítica y poniendo fuera de su propia investidura y círculo de colaboradores, la larga lista de desaguisados. No son horas de confort, para nada. La patria cruje y los espíritus están crispados. Se necesita mucha prudencia y aplomo, paciencia y sabiduría. Hay que amplificar y agudizar la “escucha” del otro y no ver en ese “otro que no lo eligió” un enemigo en potencia. Sinceramente creo y ojalá no me equivoque, que el triunfo de Alberto Fernández no nos convertirá en Venezuela como que si Macri hubiese ganado (descuento que su mandato concluye el 10 de diciembre) tampoco hubiésemos sido Suecia.
La actual situación, no me caben dudas, es la consecuencia directa de 10 años (incluyendo estos casi cuatro de Macri) de malos gobiernos, que desaprovecharon los vientos de cola. Criticar a Macri (vaya si existen motivos para criticarlo) no es negar lo que fue el anterior gobierno ni ser funcional al pasado con color de Néstor y Cristina. Como que criticar a los gobiernos K y sus apéndices provinciales, en modo alguno implica adscribir al gobierno de Mauricio Macri o a su candidatura.
Hay que evitar, a toda costa, que esta crisis se desmadre y debamos lamentarnos de consecuencias inimaginables. Hoy más que nunca se impone como imperativo ético de la hora enterrar para siempre la grieta en Argentina. Resulta necesario e ineludible trabajar en función de la gobernabilidad y la paz social. No hay nada más urgente e importante que ese objetivo superior y de supervivencia.
El panorama sombrío de hoy, por decir lo menos: dólar desbocado, tasas de interés por las nubes generando un industricidio inusitado, nivel de precios montados en una espiral inflacionaria que lo único que genera es cada día más pobres e indigentes, endeudamiento externo astronómico y varios etcéteras, no presagian precisamente momentos de tranquilidad ni que estemos en la senda correcta gracias a la experticia “del mejor equipo de los últimos cincuenta años...”.
Estamos para atrás, literalmente. Si no vemos esta realidad tan obvia y dura es, o porque somos unos cínicos y perversos o porque tenemos problemas mentales de una envergadura preocupante que deberíamos tratar con urgencia. No son momentos para pasar facturas. Al contrario. Son tiempos para actuar con lucidez, grandeza y mucha generosidad. Son momentos que demandan conductas patrióticas y ejemplares, para pedir disculpas, sin reprochar nada a nadie.
En este país, nos sobra materia gris. Existe una masa crítica de dirigentes, de distintos partidos y sectores sociales, con inmejorables condiciones intelectuales y enorme experiencia como para poder sortear esta emergencia económica, social y política. Es cuestión de dejar de lado por un tiempo egos y aspiraciones personales. Debemos jugar este partido con sentido colectivo, como argentinos y personas de bien. De esta profunda crisis política salimos con más y mejor política y con el esfuerzo de todos.
Los mercados (a los que tanto mira y venera este gobierno y sus funcionarios) no son más importantes que los ciudadanos. Quizás ayudan más o menos a los gobiernos, pero no los sienta en la Casa Rosada a dirigir nuestro destino. El soberano es el pueblo y no los mercados. Macri está desorientado y esta situación lo está superando. Y ello se nota y mucho. El gobierno debe y puede gobernar hasta el último día de su mandato y a eso deben comprometerse todos los opositores al gobierno, pero también el mismo gobierno, empezando por el Presidente, dejándose ayudar.
La alternancia es la regla de oro de la democracia y la República. No debemos hacernos eco de tesis conspirativas de bajo coturno intelectual y poco volumen ético, que ven en la alternancia de otro sector en el gobierno un déjà vu, un retorno al pasado o una imagen de la Venezuela devastada. Más allá de quien gobierne, lo que debe ser nuestro norte, invariablemente, es la continuidad de la democracia, el espíritu republicano y la felicidad de nuestro pueblo.
El carácter cíclico de la economía es connatural a un tardo capitalismo en general, y a la economía nacional en particular. No estamos en la puerta del diluvio universal ni del fin del mundo. Estamos viviendo los cimbronazos propios de una mal praxis política, en la más polisémica acepción de este término, cuya responsabilidad comparten propios y extraños, oficialistas y opositores. Hay que abrir la cabeza y el corazón. Hay que jugar con mucha humildad esta partida difícil y compleja. Debemos poner toda la carne al asador y cada uno aportar lo que pueda en función de un destino común y un mejor futuro. Basta de tanta virulencia, antropofagia política y de cargar en los otros nuestros propios errores. Apelemos a la resiliencia y convirtamos esta grave crisis en un momento de re-encuentro de los argentinos y en un punto de inflexión, dejando de lado fracasos y frustraciones y poniendo la libido en la construcción de un pais mejor para todas y todos. Volvamos a empezar, sin resignar creencias ni convicciones, pero desterrando odios y desencuentros. Es ahora o nunca.
Estoy seguro que primará la razón y lo mejor de cada uno de nosotros en este nuevo intento. No perdamos un solo minuto más. El futuro es hoy, aunque el rey siga desnudo y se resista a vestir su cuerpo.
(*) Abogado – Ex fiscal de Investigaciones Administrativas. Docente universitario . Ex presidente de la Sección Paraná del Colegio de Abogados de Entre Ríos.