La peste que paraliza el mundo, generada al parecer por retazos de ácido nucleico al que han bautizado Covid 19, tiene un tratamiento político y sanitario internacional casi unánime sin proporción con su peligro real, y sirve tanto para combatir sus efectos sobre la salud como para hacerla perder por el miedo.
Con ese fin, una propaganda abrumadora a través de los medios de comunicación multiplica al infinito recomendaciones con frecuencia contradictorias y comunica las órdenes dictatoriales del Estado y las sanciones en caso de incumplimiento, inconcebibles hasta poco antes. Por otra parte, proliferan opinadores científicos, pseudocientíficos y charlatanes comunes que ante todo dejan en claro que saben poco y nada de lo que hablan, pero cumplen bien su misión de agitar el miedo.
La nueva parca
La parca era la figuración de la muerte en la mitología romana. Desde el comienzo de la modernidad fue representada como un esqueleto con manta y capucha negra y una guadaña en la mano.
Tomó dentro del vocabulario cristiano el nombre de "ángel de la muerte"; a veces algunos moribundos que no se llevó decían haberla visto acercarse a ellos. Pero ahora, gracias al Covid 19, ya no viene con capa y guadaña: los Estados nacionales y las organizaciones supranacionales, cuidando celosamente por nuestra salud física, han logrado que la identifiquemos en cada persona que se acerque a nosotros, niños o adultos, enfermos o sanos. Todos pueden contagiar, todos son portadores de muerte, todos son la parca, todos deben meter miedo y crearnos un estado de desconfianza penoso, vecino al pánico.
El miedo crece más que la peste
El terror como medio de dominio político es un recurso en uso paroxístico en estos momentos, a propósito de la peste, y por eso todas las aboliciones, incluso de derechos mínimos como el de circular, son bienvenidas si lo alivian. Además, al mejor estilo de las dictaduras del siglo pasado, se aplaude la delación de los incumplidores, que son presentados como irresponsables portadores del contagio tan temido.
De un plumazo el poder puso a toda la población del mundo bajo arresto domiciliario, temerosa de la enfermedad pero cada vez más temerosa del futuro inmediato: sin trabajo, sin recursos, sin medios para luchar, sin saber cómo seguirá su vida si sobreviven. pero cuidados del virus.
El terror como método
El terror pasó a primer plano en la teoría política con el Incorruptible Maximilien de Robespierre, durante la revolución francesa. En su discurso de febrero de 1794 sobre los principios de la moral pública, 173 días antes de su turno en la guillotina, negó que los principios de la revolución estén en las obras latinas de Tácito o en las renacentistas de Maquiavelo.
Quiso reservarlos para la revolución, que pretendía fundar en una doctrina totalmente nueva. Sin embargo, afirmó que la finalidad del gobierno constitucional es conservar la república, la idea de Maquiavelo sobre la finalidad del poder en el Estado.
Los principios revolucionarios de 1789 estaban, si no en Tácito, al menos en las sociedades creadas desde algunas décadas antes en Francia para divulgar las ideas librecambistas inglesas, sobre todo las de Locke, que discutían con entusiasmo los intelectuales y los que presumían de serlo, entre ellos el mismo Robespierre.
El "Incorruptible" había visto que la virtud, que reputaba posible solo en democracia, necesitaba de un complemento: el terror. "Si el resorte del gobierno popular en tiempos de paz es la virtud, el resorte del gobierno durante la revolución son, al mismo tiempo, la virtud y el terror; la virtud sin la cual el terror es mortal; el terror sin el cual la virtud es impotente"
Terror de Estado
La justificación del terror de Estado vuelve a consideración cuando los grandes Estados imperiales emplean el terror a gran escala contra sus adversarios, y simultáneamente emprenden una lucha contra el "terrorismo" cuando es usado como arma contra ellos por otros Estados o por privados.
La ilustración europea se atribuyó casi todo, desde la creación de la ciencia a la del Estado; convencida de que antes de ella existió sólo el desierto, y en el desierto la ignorancia.
Pero ciencia hubo desde tiempo inmemorial y Estado desde el comienzo de la civilización, aunque el nombre sea relativamente reciente.
Nacen definiciones
Para Maquiavelo, la política es retórica del poder para seducir al vulgo. En el inicio de la modernidad, la definición implicó una síntesis difícil de acomodar mejor a la mentalidad que surgió con ella, y ha sido llevada a la práctica con los recursos técnicos actuales para dirigir a las masas en la dirección conveniente al poder y para quitarles autonomía. El Covid 19 es la excusa casi perfecta para un ensayo de manipulación de las masas a escala planetaria.
Los nombres "Estado", y sobre todo "Razón de Estado", no nacieron con Maquiavelo, pero en su mente brotó la idea. Ya antes, desde el siglo XIV se usaba la palabra "status" para indicar la relación del gobernante con sus gobernados. Los príncipes recibían consejos para sostener el "estado" principesco en una época turbulenta, cuando trastabillar en las alturas era frecuente y la consecuencia de la caída era perder la cabeza junto al poder.
Desde el renacimiento el sentido de "status" se desplazó de los consejos a los príncipes para mantenerse arriba al mantenimiento del aparato en que el poder se expresa, el "Estado" moderno.
En el siglo XX las crisis políticas y las guerras, junto con la dolorosa hipertrofia fascista, llevaron en nombre de la cientificidad más exigente a reemplazar "Estado" por gobierno o sistema político. La academia buscaba en la superficie precisión científica y un poco más abajo algo para conjurar el miedo.
La política
La definición maquiavélica de política como retórica del poder para seducir al vulgo es una síntesis difícil de mejorar desde el punto de vista en que se ubica, del que no se apartan mucho los modernos. Ha sido elaborada en la actualidad con medios científicos para dirigir a las masas en la dirección que quieren los políticos, sin permitir al "vulgo" opinión propia ni autonomía y al mismo tiempo, hacerle creer que las tiene. Hoy es la retórica del poder para aterrorizar al vulgo, una variante con el mismo fin.
No importa si los medios de torcer la opinión son buenos o malos, pero deben parecer buenos. Maquiavelo adelanta una explicación: siempre habrá quien quiera ser engañado y es posible hacer que los que quieren ser engañados sean mayoría. No se equivocó, como constatamos hoy, cuando los manipulados por la prensa y las redes sociales somos todos y exigimos reclusión dominados por el miedo.
Razón
El psiquiatra paranaense Eduardo Barbagelata, muerto hace algunos años, reclamó: "El hombre, sus sueños, su vigilia, lo que hace, lo que piensa y lo que reprime consciente o inconscientemente, deben restituir su unidad". Y esto al inicio de su libro "Los otros mundo del hombre", que tiene el acápite "Sé tú mismo cualquiera sea tu singularidad, y serás también infinito, lo inexpresable".
Por supuesto, ser uno mismo es algo muy sencillo, basta con ser sin hacer, pero solo puede cumplir un ser que no haya perdido su unidad o la haya restituido.
Cuando comenzó la modernidad y los hechos dados tuvieron la explicación que les dio entre otros Maquiavelo, el hombre ya no tenía unidad. Sus facultades se volvieron una contra la otra: la razón discursiva contra la emoción, la sensibilidad contra la voluntad, la verdad cedió paso a la conveniencia y al final el hombre ya no fue uno sino varios en lucha intestina: corroído, temeroso, violento, ambicioso, cada vez ,más cerrado sobre sí mismo, menos solidario y más desconfiado. La consecuencia fue que el hombre no vio el medio como la condición amable de su vida y su felicidad sino como el ámbito de su lucha, como un peligro para huir o vencer. La naturaleza dejó de ser la madre que había sido y apareció como un adversario, como no fue nunca ni es para los pueblos tradicionales.
Hasta entonces la contemplación había tenido prioridad, por lo menos los contemplativos tenían prestigio y lugares donde vivir en tranquilidad, al abrigo de la violencia de los hombres de acción.
En adelante, el fin de la vida ya no sería la contemplación sino la acción, que tuvo siglos después su punto por ahora máximo en el fascismo. Hoy en día, en el mundo que postula la razón de Estado como norma política suprema, las formas inferiores de la contemplación -basadas en la razón discursiva, porque la intuitiva es negada- están al servicio de la acción, como se ve en la servidumbre a que está sometida la ciencia.
La sociedad humana, cuya crisis es objeto de incesantes, elaboradísimos y contradictorios estudios y propuestas de corrección, emparchamiento o renovación súbita, lenta o lentísima, es buena según tales elaboraciones si la acción de sus miembros sirve al progreso material que se supone acompañado del avance ético y cultural.
El camino de la crisis final está abierto y los hombres de acción no se proponen evitarlo sino con más acción.
De la Redacción de AIM.