La marcha de este lunes dejó en evidencia las posiciones políticas de los comunicadores sociales. Unos, a favor; otros, en contra. Ditirambos de autoproclamados “libertarios”, odio de clase y desesperación, por un lado. Pulcritud y sanitarismo, por el otro. Por: Renzo Righelato*.
La protesta “autoconvocada” generó polémica, como toda marcha durante el Aislamiento Social, Preventivo, Voluntario y Obligatorio (Aspo). La diversidad y la ausencia de consignas claras fue expuesta tanto por medios oficialistas como opositores.
No está claro qué se reclamaba, ya que algunos expresaban su angustia por la situación económica que afrontan ante el cierre de empresas y comercios; otros, por los magros salarios que rozan la línea de pobreza; también, estuvieron quienes odian al peronismo visceralmente y se oponen a medidas sociales de contención en el marco de una oscura y trágica crisis sanitaria y económica. No faltaron quienes culpan al marxismo, feministas, homosexuales ( Bill Gates y el 5G, entre otros) y a las libertades burguesas de la marginalidad de un país que deviene históricamente de crisis en crisis.
No es fácil interpretar lo que fue esta marcha en Argentina. El problema es complejo porque el ser humano no es en sí uno, pulcro, bueno e inmaculado. La razón se tensiona con las pasiones constantemente y una larga cuarentena exacerba las los sentimientos. El Aspo, sumado a una crisis económica, cultural y social sin antecedentes; un brutal ajuste sobre trabajadores y pequeños empresarios (tanto de Nación como por parte de los gobernadores); y un complejo escenario de deudas internas y externas generan desconcierto.
Lo cierto es que la marcha de ayer expuso, lamentablemente, heridas abiertas tan profundas como irracionales y el periodismo develó que los sicarios de la verdad y sicofantes abundan.
El gobierno y su ejército de apologistas mostró el lado irracional de la marcha, el odio de algunos y utilizó el discurso sanitarista para desprestigiarlo. Esos mismos comunicadores callan ante movilizaciones en defensa del delta o promovidas por movimientos obreros u organizaciones sociales. Por otro lado, los paladines del bien y las “libertades”, exponían la masividad de la jornada e intentaban dar coherencia a una masa que poco clara tenía sus consignas.
De los dos lados hubo comunicadores que exponían no sólo sus intereses políticos sino económicos. Unos llamaban “cobardes y obsecuentes” a quienes no convocaban a la jornada y periodistas de medios públicos anunciaban listas negras de quienes la promovían o no la cuestionaban.
No hubo un punto equidistante entre unos y otros. El peronismo y su oposición conservadora y reaccionaria polarizan: el bien o el mal. Una disyunción exclusiva: lo pulcro y lo inmaculado o lo sucio y corrupto. En esa disputa de sentido se perdió todo un complejo entramado de tensiones internas, angustias y pérdidas, mientras que unos pocos ganan y capitalizan los enfrentamientos, marchas y escraches.
No es malo ser periodista militante de una u otra causa, pero hay que ser claro y no cubrir con flores la intencionalidad de un mensaje. En ese marco, los comunicadores deben volver sobre sí, leerse y repensarse. La honestidad intelectual debería ser el imperativo categórico de quienes son parte trascendental de la construcción del sentido en la democracia moderna.
Nadie pide objetividad, porque no existe. Todos estamos cargados de ideología, sentimientos e intereses. Lo malo es la disyunción y la cosificación del otro, un oscuro mecanismo que no llevó a ningún gobierno a buen puerto.
*Renzo Righelato, director periodístico de AIM.