Los perros fueron el primer animal domesticado, de modo que humanos y canes comparten más de 40.000 años de interacciones sociales y de vida conjunta. Según la hipótesis de la codomesticación, este proceso permitió a los humanos y a los perros desarrollar señales emocionales especiales y capacidades cognitivas que favorecen la mutua comprensión.
Sabemos, por ejemplo, que a lo largo de los pasados miles de años los perros han desarrollado la habilidad de entender las palabras, las señales icónicas y otros gestos humanos, y las investigaciones indican que pueden incluso utilizar el tono de voz y las expresiones faciales para reconocer las emociones de los humanos. Más allá del testimonio personal de los amantes de los perros, sin embargo, se ha prestado escasa atención a lo bien que los humanos pueden entender a sus homólogos caninos.
En un nuevo estudio encabezado por Federica Amici del Instituto Max Planck para la Antropología Evolutiva, y por Juliane Bräuer del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana, los investigadores han intentado entender hasta qué punto los humanos pueden comprender las muestras emocionales de los perros, y de dónde procede esta comprensión.
Para averiguar esto, los científicos recogieron fotografías de perros, chimpancés y humanos mostrando emociones de alegría, tristeza, enfado, neutras o de miedo. Después reclutaron a 89 adultos y a 77 niños, clasificándolos según su edad, si habían tenido perros y cuándo, si les gustaban o no, etc.
A cada participante se le preguntó en qué medida cada individuo en las fotografías mostraba alegría, tristeza, enfado o miedo. A los adultos se les pidió que determinaran el contexto en el que se había tomado la imagen (jugando con alguien de confianza, antes de atacar, etc.). Los resultados del estudio mostraron que, si bien las emociones de los perros se pueden reconocer desde la infancia, la capacidad de reconocerlas de forma fiable se adquiere principalmente con el paso del tiempo y la experiencia. En adultos, la probabilidad de reconocer las emociones de los perros era más alta para los participantes que crecieron en un contexto cultural con una actitud positiva respecto a los perros, a despecho de si eran o no propietarios de uno.
Según Amici, la experiencia directa con perros no es necesariamente lo que afecta a la capacidad de los humanos de reconocer sus emociones, sino el entorno cultural en que se desarrollan.
Todos los participantes pudieron reconocer de forma fiable enfado y alegría en perros, sea cual fuese su edad o experiencia con ellos. Ello podría parecer sugerir una capacidad innata, pero también es posible que los humanos aprendan a reconocer rápidamente estas emociones, incluso con una exposición limitada. En todo caso, más allá del enfado y la alegría, los niños del estudio no fueron muy buenos a la hora de identificar las emociones de los perros, lo que sugiere que esta es una habilidad no innata y que debe aprenderse.
Las conclusiones son importantes porque ayudarán a reducir las posibilidades de que se produzcan incidentes negativos entre humanos y perros, ocasionados por la incapacidad de los primeros a la hora de leer las señales emitidas por estos animales.
Ncyt.-