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Política
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La política del virus

La pandemia mostró la inoperancia del gobierno.
La pandemia mostró la inoperancia del gobierno.

La Argentina enfrenta al Covid 19 en malas condiciones: la economía estaba destruida ya antes de marzo pasado, la fragilidad política es la de siempre, la deuda interna y externa es enorme y la población está temerosa, dividida, desorientada y empobrecida como nunca.

El Covid 19 apareció en Asia, donde fue rápidamente neutralizado por medios muy difíciles de aplicar entre nosotros. Tuvo incidencia en la China hasta marzo y en Europa a partir de febrero, cuando hizo estragos en el norte de Italia. Justamente ahí los médicos desobedecieron e hicieron autopsias y descubrieron que los tratamientos recomendados por organismos internacionales empeoraban los cuadros.

La peste tuvo fuerte impacto en la psicología de la gente, muy vulnerable al miedo y con poca tendencia a creer en sus autoridades, que por su parte cayeron como era previsible en la tentación de usar el miedo a favor del autoritarismo.


Frío en la meseta
Cuando ya pasó más de medio año desde la novedad del Covid, estamos acá en peores condiciones que cuando empezó, porque los sistemas sanitarios, a pesar de la publicidad oficial, mostraron sus deficiencias, la economía aceleró su derrumbe y la población no pudo mantenerse recluida en sus casas porque la necesidad la impulsó a salir para ganar el pan de cada día.

La corrupción, que impregna la idea popular del poder, apareció como causa del mal funcionamiento del sistema de salud, incluso en los países del primer mundo. El virus vino a golpear en Nuestra América cuando poco antes se habían desarrollado las protestas en Chile, en Colombia y en Ecuador, y se había producido la caída del gobierno plurinacional de Bolivia.

Con apenas 45 casos, Argentina suspendió las clases en todos los niveles y canceló los vuelos a Europa, EEUU y otros países. Esas medidas no impidieron la entrada de posibles infectados desde el exterior, por lo que fueron insuficientes si no inútiles, y el país vio crecer los casos hasta volverse incontrolables a pesar de la prolongación de la cuarentena cada 15 días y la final prohibición de mencionarla por su nombre.

El orgullo de los gobernantes por el tratamiento excepcional que habrían dado a la crisis desde el comienzo, se transformó poco a poco en un panorama sombrío con distribución de culpas en diversos chivos expiatorios.


Cambios en las alturas
La peste fue un pretexto muy útil para exacerbar la presencia de las figuras oficiales en los medios de comunicación. Hasta hace poco el presidente aparecía con el gobernador de Buenos Aires y el jefe de gobierno porteño en largas explicaciones donde exhibían condición de estadistas. Finalmente aquellas apariciones ante las cámaras decantaron en una exposición de cinco minutos del presidente solo, cuando el panorama se ensombreció y el jugo político que se podía sacar de las apariciones conjuntas se acabó.


En el segundo semestre
En Entre Ríos, Paraná y Gualeguaychú han sufrido un crecimiento del número de enfermos tal que el gobierno debió dejar para más tarde su optimismo y el orgullo fundado en su previsión. En lugar de todo eso apareció como residuo insoluble el apuro por evitar el desborde de los sistemas de salud, y hubo un pedido al gobierno nacional de dictar una cuarentena rigurosa en medio de denuncias sindicales por falta de inversión y mal manejo de la salud pública. Otra vez, la sufrida población es vista como responsable de sus males, por moverse mucho y sin disciplina, por desoír consejos y no quedarse en casa.

Al final, por sobre las fantasías interesadas de los gobernantes, se impuso la realidad: faltan estructuras sanitarias y capacidad financiera para enfrentar la crisis. Una estructura sanitaria suficiente para enfrentar una peste implica un alto porcentaje de recursos vacantes en tiempos normales, contra el ideario neoliberal imperante sobre todo en los países primermundistas, que mostraron el costado más frágil de la codicia como administradora de recursos.

Mientras el confinamiento es cada vez más refinado, también lo es la imaginación popular para eludirlo; pero la población está temerosa y vapuleada tanto desde el punto de vista sanitario como económico. No solo la ataca el virus, que en casi todos los casos produce un "resfrío fuerte" sino también el miedo y todas las enfermedades de base, incluso las más graves, que quedan sin atención por temor al contagio o por desborde de los hospitales.


El artículo 14 se resfrió
La peste fue el pretexto para dejar de lado sin muchas explicaciones derechos básicos en la Argentina, que están enumerados en el artículo 14 de la constitución nacional: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de la propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender.

Con el pretexto de la salud, casi ninguno de estos derechos quedó en pie, menos por el virus que por los políticos que aprovecharon la ocasión: hoy buena parte de los argentinos no pueden transitar sino hasta 500 metros de sus casas para volver rápido, en la entrada a las ciudades los que tienen permiso de viajar enfrentan barricadas o puestos policiales que les toman la temperatura o les hacen hisopados; las propiedades están en algunos casos siendo usurpadas en medio de una llamativa inacción oficial y hay gente que no puede llegar a sus viviendas por la prohibición de desplazarse; el derecho de reunión está suspendido expresamente por el supuesto peligro sanitario, no se puede visitar a los enfermos ni despedir a los muertos, los cultos religiosos en los templos están suspendidos para evitar reuniones, y los niños no van a clases desde hace varios meses.

Si la libertad de expresión se mide por la diversidad de opiniones, la llamada "gran prensa" ha conseguido en poquísimo tiempo un grado de unanimidad sorprendente. Los que son de otra opinión, deberán rebuscarse con "lo chiquito", como decía Jauretche, o reconocer que el silencio es salud.


El monopolio de la fuerza y de la astucia
En Bolivia hay un gobierno instalado posiblemente por el interés de algunas multinacionales de explotar el litio en las salinas, materia prima preciosa para celulares. El gobierno interino había prometido elecciones para mayo, pero las pospuso con el pretexto de la pandemia. En todas partes, en Asia, Europa y América, los gobiernos usaron la fuerza para disolver protestas porque amenazaban la salud pública.

El presidente de Hungría, Viktor Orban, aprovechó el virus para vincularlo con la inmigración ilegal, y creó una ley de emergencia utilizable para criminalizar a la prensa. Orban está autorizado a tomar medidas para contener la pandemia a través de decretos, que es lo que hace el gobierno argentino desde marzo pasado. Mientras tanto, la justicia funciona a medias y los legisladores riñen por el modo de debatir: si virtual o presencial.

La intención política montada en la pandemia y el uso político de un problema sanitario magnificado sin límite está claro en el propósito del presidente de los Estados Unidos de conseguir que en la emergencia los jueces puedan detener personas por tiempo indefinido.

El Covid 19, como escribió la politóloga inglesa Erica Frantz son una oportunidad para que los gobiernos apliquen mano dura. "Tenemos que prestar mucha atención a las crisis porque pueden ser utilizadas para frustrar las transiciones democráticas". La respuesta a la pandemia debería ser proporcionada, necesaria y no discriminatoria, como recomendó un grupo de expertos de la ONU. La recomendación es acatada pero no cumplida por gobiernos que ven una oportunidad que no quieren dejar pasar.

Los expertos de la ONU vieron que los gobiernos "democráticos" estarían tentados a "cubrir acciones represivas bajo el disfraz de la protección de la salud o para silenciar el trabajo de los defensores de derechos humanos".


Estamos tristes
Mientras tanto en la Argentina se ha suspendido del transporte aéreo, los espectáculos artísticos y deportivos, las reuniones cualquier especie, incluso las familiares. Se han cercado ciudades o regiones. La vida cotidiana está radicalmente alterada, la economía está trabada, actividades esenciales suspendidas y todo el ambiente es deprimente y angustiante, más allá del virus.
Contra lo que parecía una tendencia afirmada, se cerraron las fronteras y los estados nacionales, sin quererlo y a disgusto, sin recursos, han retomado un protagonismo que habían archivado a favor de la hegemonía del mercado.
Los gobernantes son lo que fueron siempre: primitivos, manipuladores, mentirosos a la hora de persuadir y violentos a la hora de imponer; pero han asumido el primer lugar en la lucha contra la pandemia ante la deserción de los organismos supranacionales, salvo uno que surgió todopoderoso y parece disponer en nombre de la ciencia.

Perdimos como en la guerra
Con el pretexto de que la crisis sanitaria es una guerra, los gobiernos han sacado a la calle a la policía y al ejército a pedir documentos, a devolver a sus casas a los que "violan" la cuarentena, a poner trabas impensadas y a considerar a la población como niños que el padre Estado debe conducir y adoctrinar.

Los gobiernos no creyeron de entrada en la gravedad del virus. El ministro argentino de Salud dijo que al país no llegaría nunca, y al final la viceministra sostuvo que incluso un resfrío leve sería coronavirus mientras no se demuestre lo contrario y poco después recomendó no reír, cantar ni hablar fuerte...

En las guerras los Estados se enfrentan entre sí o un Estado enfrenta en los conflictos asimétricos a grupos insurgentes. Es sintomático que algunos Estados consideren una situación de guerra sin precisar cuál es el enemigo, aunque por quién sufre el efecto de sus medidas, está claro.

El virus permite recortar libertades conseguidas a través de siglos, dar protagonismo a los militares que estaban alicaídos, cerrar las fronteras a la migración y exaltar el nacionalismo.

El Covid-19 marcha en la misma dirección de las tendencias globales contra las libertades. La presencia de efectivos militares haciendo tareas civiles genera recuerdos inquietantes en países como la Argentina, donde un ex presidente provisional, para remachar, insinuó un golpe de estado, pero luego desmintió sus palabras con el argumento que las profirió en un momento de desacople psíquico provocado...por el virus.

Los gobernantes de Nuestra América, que hoy por hoy es la región del planeta más afectada por la pandemia, alegan que las limitaciones impuestas a la población se deben a la necesidad de centralizar las decisiones en el poder ejecutivo. Efectivamente, sumida en el miedo provocado por los medios de prensa, los ciudadanos reclaman medidas rápidas y sencillas. Pero la enfermedad es compleja, el virus ni siquiera ha sido aislado y su poder está muy magnificado por una propaganda incesante, que la convertido en un peligro de muerte inminente una enfermedad que tiene una tasa de mortalidad del 0,2 por ciento, menor que la de la gripe estacional

Se vuelve cierta la afirmación de la profesora bogotana Arlene B. Tickner "En cualquier tipo de cultura política (democrática o no) cuando existe alguna combinación de incertidumbre, inseguridad y miedo, los ciudadanos por lo general están más dispuestos a sacrificar ciertas libertades y hasta pueden llegar a pedir (sin necesariamente tener conciencia de ello) que el Estado se las quite".


La gente es buena; pero vigilada, mejor
Mientras tanto, los avances modernos en materia tecnológica ponen en poder de los Estados una herramienta formidable para dejar a sus ciudadanos en situación de rebaño pasivo y dócil: China, Corea del Sur e Israel, entre otros, tratan de controlar la crisis obteniendo información de los teléfonos móviles de los ciudadanos. Cuando el propietario de un móvil da positivo por covid-19, el Estado accede a un registro de sus movimientos más recientes.

Se identifica a los usuarios de otros teléfonos que hayan estado cerca de la persona infectada y se les avisa que están en riesgo.

Los problemas legales de este mecanismo pronto serán aventados sin contemplaciones. En medio del pánico que genera el virus todopoderoso, ¿a quién le importa si el Estado tiene derecho a acceder, usar y almacenar información privada, ni con quién la comparte?

El gobierno israelí dispuso que sea la agencia nacional de seguridad la que rastree los ciudadanos por sus móviles.

En Corea del Sur se publicó la información sobre personas infectadas obtenidas de sus teléfonos, con el fin de llamar la atención de otras con las que hayan estado en contacto.

El filósofo e historiador israelí Yuval Noah Harari denunció que en Corea del Sur, Singapur y Taiwán se sigue la pista de los móviles, el reconocimiento facial a través de cámaras, y datos sobre temperatura corporal, para fines represivos. Para él se trata del dilema entre vigilancia totalitaria o el empoderamiento ciudadano".
De la Redacción de AIM.

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