Desde hace algunas semanas, se hicieron visibles desde las ciudades a la vera del río Paraná (principalmente Rosario y Paraná) columnas de humo provenientes de las islas. Y no solo visibles: el humo no tardó en enturbiar la atmósfera de las ciudades ribereñas y las cenizas a poblar la ciudad. Algunas imágenes que rápidamente se viralizaron por las redes adquirieron un tinte dramático: ya no humo sino directamente el fuego tiñendo de rojo el cielo y brindando una imagen francamente apocalíptica, en un contexto de pandemia que ya de por sí venía semejando bastante una distopía literaria o cinematográfica. Por: Alejo Mayor*, para AIM.
Todo progreso de la agricultura capitalista no es solo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de un período dado, es un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad (…) La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador
Karl Marx, El Capital.1867
La semana pasada se produjo en la capital entrerriana la movilización más masiva en lo que va de la cuarentena iniciada a partir del 16 de marzo pasado ante la pandemia por el Covid-19. Miles de personas se movilizaron, con barbijos y atentos a las medidas recomendadas de “distanciamiento social”, desde la plaza mansilla, frente a la Casa Gris hasta el puerto paranaense. La velocidad de acción y organización no llama la atención en una provincia que cuenta con una sensibilidad sobre ciertas problemáticas ambientales y un variado y desarrollado repertorio de acciones al respecto, desde la asambleas desarrolladas en Gualeguaychú en contra de la instalación de las plantas de celulosa, pasando por el movimiento asambleario que se desarrolló en Paraná en contra de la utilización del fracking para generar termas con destino turístico contaminando el río, hasta el extendido movimiento que denuncia la fumigación con agroquímicos que afecta a las poblaciones rurales y envenena alimentos ¿Y luego que pasó? Luego llegó el viento sur que alivió un poco la humareda, y al cabo de unos pocos días el problema parece haber quedado atrás, a pesar de la conformación de una multisectorial en defensa del Delta paranaense unida principalmente en torno a la demanda urgente de una ley de humedales que proteja al ecosistema amenazado. Pero, ¿bastará una Ley para proteger duraderamente al planeta que nos acoge o existen causas más profundas, asentadas en la lógica de producción y de reproducción del sistema de organización social que rige nuestras relaciones sociales que es menester transformar para poder reproducir nuestra vida sin destruir el planeta que nos contiene? Este artículo pretende ser un insumo para problematizar y reflexionar críticamente sobre esta cuestión en este contexto de creciente conflictividad ambiental.
Definitivamente no han sido buenos días para las personas que padecen de problemas respiratorios crónicos, más aún cuando el aire se torna más viciado y recrudecen los incendios hacia las horas del atardecer. Peor seguramente es la situación para la fauna y flora del ecosistema de los humedales del delta paranaense, especies que se pierden día a día, sin gozar de la prensa internacional de otros ecosistemas igualmente amenazados pero que generan mayores dividendos en conceptos de turismo. ¿Cuál es el origen de estos incendios? En primer lugar, hay que decir que los incendios son intencionales, y tienen una finalidad: la expansión de la frontera agropecuaria, la generación de mayores territorios aptos para siembra (principalmente de soja) y pastoreo cuya propiedad se encuentra en manos privadas. En otras palabras: la “Diosa” ganancia es la que se impone como en todos los ámbitos sobre los que reina. Los culpables de los incendios, más allá de los perejiles que puedan llegar a agarrar con el encendedor y el bidón de nafta en la mano, son miembros de la clase social (antes bien de la fracción de clase) que detenta la propiedad sobre dichos medios de producción: la burguesía agropecuaria (valga la aclaración que no son productores, como se autodenominan sino dueños, los que producen son los trabajadores que tienen en negro, a veces esclavizados y envenenados con agrotóxicos). Y el gobierno nacional, el capitalista colectivo que debe hacer las veces de equilibrista entre las distintas fracciones de las clases dominantes y a su vez garantizar unas mínimas condiciones de reproducción para el conjunto de la población (al menos, de las que son necesarias para la producción en términos del capital, los que sobran que se arreglen como puedan) es responsable, claro, porque es su gestión y nunca puso en duda este modelo nocivo ni dudo en defenderlos y ampararlos con su política. Huelga decir que a esta situación se ha llegado luego de décadas de posibilismo político, que ha optado por opciones que se presentaban como "el mal menor", ante la desertificación ideológica y política que siguió a la caída del muro de Berlín con la ideología del “fin de la historia” (y de la clase obrera, y las ideologías, etc.) lo que no es otra cosa que decir que no hay horizonte más allá del capitalismo, la incapacidad de pensar (y obrar en consecuencia) en otra forma de organizar la sociedad, sobre nuevas bases.
Sin embargo, como señala Ariel Petrucelli en un reciente artículo, “[u]na auténtica pax-capitalista es inviable (aun cuando las fuerzas anti-capitalistas sean sumamente débiles). Y no se trata únicamente de la naturaleza intrínsecamente destructiva del capitalismo como sistema (basado en lo que se suele llamar “destrucción creativa”) y la recurrencia ineliminable de las crisis periódicas. En la actualidad se ha sumado un componente muchísimo más grave: la crisis ecológica provocada por un tipo de desarrollo basado en el agotamiento de los recursos no renovables, la “compra de tiempo” a costa de la hipoteca del futuro y la depredación de las dos fuentes de la riqueza: los trabajadores y la naturaleza. El futuro ha llegado tras tres o cuatro siglos de desarrollo capitalista: el sistema más “exitoso” y expansivo de todas las creaciones humanas se halla al borde de una catástrofe sin precedentes: ha cortado las ramas sobre las que estaba parado, ha destruido su entorno vital.[1]Si bien el capital parece tener bajo control la “primera contradicción” (capital-trabajo), adormecidas las clases explotadas en un maremágnum de consumo (o ansías de) e individualismo y la hiper fragmentación de las alternativas anti sistémicas, relegadas a un archipiélago de expresiones marginales incapaces de presentar una alternativa de poder y un proyecto alternativo de sociedad, la situación del sistema capitalista presenta grietas que empiezan a exponer la fragilidad del mismo. Es que como dice Petrucelli, “[e]l crecimiento económico inherente al desarrollo capitalista ha destrozado el suelo sobre el que se levanta todo el edificio social. La devastación incesante y sistemática de la naturaleza coloca a la civilización del capital a las puertas de un colapso, debido a la incapacidad de integrarse establemente en el medio ambiente”.
El proceso que conocemos como “calentamiento global” ha puesto la contradicción “capital/naturaleza” en un primer plano y ha encendido las alarmas de una catástrofe inminente en tanto el aumento de la temperatura promedio no se detenga en 1,5 grados. No se trata ya solo de la conservación de especies animales o de ecosistemas sino directamente de hacer posible la vida en el planeta. El modo en que se produce y se desarrolla la industria alimenticia, con la expansión de animales inyectados con antibióticos sobre la devastación de selvas, bosques y humedales, a su vez, se vincula con la proliferación de virus como el actual y pandemias (diez en los últimos diez años).
Pero esta contradicción no es un fenómeno nuevo, ni ha sido descubierta ni analizada por “nuevos movimientos sociales” como el ecologismo, en boga en occidente desde la década del sesenta del siglo pasado. Ya en 1844, en sus manuscritos redactados en París, Marx señalaba la alienación del hombre con respecto, no solo al trabajo, sino también a la naturaleza y señalaba que el comunismo sería la “verdadera solución del conflicto que el hombre sostiene con la naturaleza y con el propio hombre (…) es la unidad esencial plena del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el naturalismo consumado del hombre y el humanismo consumado de la naturaleza[2]”. Estos desarrollos sobre el “problema de la naturaleza” (el concepto de medio ambiente es más reciente) acompañaron la reflexión marxiana sobre el modo de funcionamiento y desenvolvimiento del capitalismo, como puede evidenciarse en la cita de El Capital que abre el presente escrito. Anton Pannekoek, un comunista holandés de formación marxista, defensor de la democracia de los consejos (y crítico del proceso de cooptación y burocratización de estos de parte de los bolcheviques), ya alertaba en 1909 sobre la devastación capitalista de la naturaleza y el peligro de la explotación de los recursos naturales como si estos fuesen inagotables, orientada por la obtención de ganancias acaparadas en unas pocas manos privadas. Y recomendaba: “Un orden social razonable tendrá que usar los tesoros de la naturaleza puestos a su disposición de tal manera que lo que se consume sea al mismo tiempo reemplazado (NdR: hoy se le dice “desarrollo sustentable”) [El capitalismo]no piensa en el futuro, solo vive en la instantaneidad. En el orden económico actual, la naturaleza no está al servicio de la humanidad, sino del capital”. Es el apetito del lucro privado el que gobierna la producción: el capitalismo es “una economía sin cerebro”. La sociedad organizada de acuerdo con este modo de producir la vida “se puede comparar con la fuerza gigantesca de un cuerpo desprovisto de razón. A medida que el capitalismo desarrolla un poder ilimitado, al mismo tiempo devasta el entorno en el que vive locamente. Solo el socialismo, que puede darle a este poderoso cuerpo conciencia y acción conscientes, reemplazará simultáneamente la devastación de la naturaleza con una economía razonable[3]”
Volviendo sobre los humedales que hoy nos (pre)ocupan, hay que decir que representan el 21.5 por ciento del territorio nacional y no solo se trata de enormes reservas de agua dulce y son el hábitat de biodiversidad sino que también operan de amortiguadores de inundaciones sobre campos y poblaciones costeras, cumpliendo la función ecosistémica de esponjas. Por esto y por el desenfreno de los capitalistas que rifan el futuro colectivo en la festichola de sus ganancias privadas es que la Ley de humedales es urgente, pero sería ingenuo pensar que nos van a proteger a nosotros y a nuestro entorno los mismos que nos explotan diariamente y depredan el planeta por ganancia, que nos fumigan con agrotóxicos, que envenenan el agua con cianuro, que fomentan la megaminería y el extractivismo que destruye la tierra sobre la que nos paramos y nos nutre. No es la ciencia ni la técnica en sí, es su uso capitalista, es el capitalismo, la lógica de funcionamiento de un sistema mundial. Por eso se impone el pensar más allá, el ser capaces de organizarnos para poder presentar una alternativa de sociedad, siendo conscientes que esto no se producirá sin lucha, puesto que los que tienen la sartén por el mango, los que disfrutan de sus ganancias despreocupados por la naturaleza y por los explotados de ayer, hoy y mañana sobre los que cimentan su riqueza, no renunciarán al placer individual por el bienestar colectivo por un acto de buena voluntad. Ahí está el ecocidio en marcha, con todas las pruebas científicas confirmando la debacle sistémica planetaria para confirmar este diagnóstico.
El proyecto de Ley de humedales encuentra una frontera en la propiedad privada de la tierra (en este caso, de las islas), por lo tanto, mientras no se avance sobre una expropiación de los humedales (reconociendo y respetando los derechos adquiridos por los isleños sobre las tierras que habitan) y se garantice la protección del área no se podrá proteger realmente el ecosistema en peligro. Pero atento a lo que desarrollamos, este tipo de medidas “legales”, en el marco del capitalismo, no son más que paliativos que patean la pelota para adelante. Por eso reafirmamos, el modo de producción capitalista y su lógica de funcionamiento entra en abierta contradicción con el cuidado del planeta. Solo una planificación con una lógica colectivista donde la posesión de los bienes comunes se haga sobre otra lógica en la que, al decir de un joven Karl Marx, se consiga una “unidad esencial plena del hombre (y las mujeres, agregamos) con la naturaleza”, será capaz de satisfacer, con los beneficios del desarrollo de la cultura y la ciencia que ha conseguido la humanidad, las necesidades de todos los habitantes del planeta, sin depredar el ambiente del cual formamos parte. Tal vez allí, sin hacer volar el planeta por los aires con la humanidad y todas las especies dentro, podremos ingresar en una nueva era de nuestra historia.
* Alejo Mayor. Sociólogo y docente. Miembro del Grupo de Estudios Históricos sobre Clases y Conflictos Sociales en Entre Ríos (Uader) y militante de Agmer.
[1]Petruccelli, Ariel, “Algunas reflexiones sobre el marxismo de nuestro tiempo”, 2020.
[2]Marx, Karl, “Manuscritos económico-filosóficos”, 1844
[3]Pannekoek, Anton, “La destrucción de la naturaleza”, 1909.