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Política
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Las desventuras de ser docente en tiempos de pandemia

Luego de las declaraciones de la jefa de la cartera educativa en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Soledad Acuña, los docentes nos vimos afectados de maneras en las que ya nos cuesta nombrar. Por: *Valeria Canoni, para AIM.

Podría llamarse impericia, desubicación, maltrato laboral, prejuicio de clase, infinidades de epítetos que no corresponden al lenguaje escrito ni a la modalidad adecuada para transmitir ideas ni conocimientos.

En consonancia, venimos soportando desplantes de otros funcionarios de educación como el de Entre Ríos, Martín Müller, que nos menciona como obstaculizadores de la enseñanza por no aceptar volver a la presencialidad bajo nuestro propio riesgo y negándonos el derecho a la salud.

Ambos responsables de las decisiones educativas menosprecian nuestra capacidad, Acuña más ponzoñosamente, más agresiva porque el paraguas del Pro se lo permite; mientras Müller lo hace sutilmente porque el peronismo, su identificación política, no le deja cometer semejantes exabruptos. Al menos, no por ahora.

Más allá de los discursos, quiero enfocarme en algo más específico y que considero el nodo de la construcción de esta representación mediática del enemigo. ¿A qué me refiero? Cuando no pueden atacarnos y obligarnos porque el ejercicio democrático y la Constitución Nacional se los prohíbe, intentan crear un enemigo para invocar las metáforas militaristas o gerenciales.

Y así, desde la década del 90 del siglo anterior, nos imponen mediciones, estadísticas, índices de éxito o fracaso. Trasladando la supuesta eficacia de las empresas o conglomerados privados a los empleos o instituciones públicas. Antes no conocíamos los parámetros de eficacia, eficiencia, calidad del producto, porque no eran dilemas ni temas que pudiéramos resolver.

La educación pública, en todos sus niveles, no era objeto del escarnio mediático pues era un bastión de la República Argentina. Desde 1918 para acá, no se cuestiona la autonomía de las universidades públicas ni la libertad de cátedra. Pero, gradual o brutalmente, el menemismo y sus sucesores fueron minando la validez y el reconocimiento de los empleos estatales y en especial, poniendo en dudas la capacidad de los empleados públicos.

Nosotros, los docentes, somos empleados públicos, el último bastión de la heredad de Sarmiento, aunque seamos hijos de Freire o de IvanIllich. Estamos en los lugares donde la ministra Acuña o el Ministro Müller nunca llegarán. Los confines de las ciudades, los lugares más relegados, allí donde la desigualdad no se enuncia, sino que se encarna en cada pibe que asiste al comedor escolar. En las barriadas donde no llega ni siquiera la ayuda social. Allí donde entendemos, o suponemos que están los que ellos llaman “chorros” a los que están caídos del sistema.

Además, y en esto no quiero abundar, porque no quiero ejercer la queja constante, hemos sido el objeto del escarnio por no querer trabajar en medio de la emergencia sanitaria como si fuéramos los que la provocáramos. Suena absurdo, pero así nos muestran. Los mismos que hemos aprendido sobre la marcha a usar Zoom, Meet, classroom, etc. A sostener a los pibes y pibas en sus problemas emocionales, en sus rupturas o continuidades pedagógicas.

Me quedo con una pequeña reflexión, también votamos, señores ministros, y ejercemos la ciudadanía. Nos gusta nuestra profesión porque nos permite comunicar ideas y conocimientos, pero, sobre todas las cosas, nos hace profundamente humanos. Sensibles, vulnerables, a ves también nos enojamos o lloramos de rabia.
¿Saben por qué? Es que los desplantes y los desmanes los estamos soportando todos los días con sus faltas de políticas públicas, con los sueldos miserables, con la bronca a flor de piel.

No queremos ninguna medalla, no la necesitamos. No peleamos ninguna guerra y no nos gustaría tampoco mandar a morir a otra generación. Con las políticas permisivas a los grandes capitalistas ya están condenando a estos pibes y pibas a un menor promedio de vida. O, al menos, a una peor calidad de vida. Sí, hablamos de las políticas económicas que están por encima de la conservación de la naturaleza, de la vida sustentable. De los terratenientes de hoy, que no tienen problemas en contaminar el aire y el agua, y de esta manera enfermarnos a todos por medio de las fumigaciones.

De los humedales que queman para seguir con la ganadería para exportación a cuestas de la destrucción de la biodiversidad.
¿Cómo puedo abordar tantos temas en unas cuantas líneas? Porque soy docente, estudiosa, porque aprendo todos los días y no quiero que me gobiernen personas que no saben de qué estoy hablando. Que maquillen los discursos y produzcan basura con los acuerdos económicos.

Sigan ensayando la construcción del enemigo público número uno y disparando a los estatales en todas sus facetas. Somos quienes, pese a su maltrato, estamos al pie del cañón. Llegamos a los bordes, a los lugares donde el hacinamiento y el humo mancharía los trajes de los funcionarios.

Si nos quieren sumisos, no saben que somos fuertes y poderosos, no por los bienes económicos, sino justamente porque poseemos un capital cultural que no se equipara a sus bolsillos y a sus cerebros vaciados.

Y tenemos un compromiso con los vecinos y vecinas, con los estudiantes y sus familiares, y es educar a esta generación para que siga votando y luchando por sus derechos a la educación, la vivienda, los salarios justos.

Estamos de pie, y en vez de apoyarnos, nos siguen menospreciando.

Pobres necios, si esta es la destreza que muestran en tiempos de crisis, creo que ser funcionarios públicos es una tarea que les queda demasiado grande.
* Valeria Canoni, profesora de Filosofía. Docente de escuelas públicas.

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