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Política
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Liberalismo y después

El  comunismo  y  el fascismo  son ideologías  basadas en el   "sujeto" cartesiano. Las  aplicaciones de este "sujeto" han creado las tres formas generales de la filosofía política: el sujeto, como individuo, es el centro ideológico del liberalismo; el sujeto, como clase, es el centro del marxismo y el socialismo; finalmente como Estado o nación, es  la esencia del fascismo.

El liberalismo concibe al estado como un mal necesario para mantener el mínimo de orden: no el que brota de la naturaleza de las cosas sino el que pueden asegurar por la fuerza el juez y la policía.
El liberalismo concibe al estado como un mal necesario para mantener el mínimo de orden: no el que brota de la naturaleza de las cosas sino el que pueden asegurar por la fuerza el juez y la policía.

El liberalismo es la ideología que mejor expresa  la modernidad en desarrollo desde el Renacimiento europeo. En el siglo XX chocaron con violencia las  tres ideologías. El   liberalismo venció y se impuso como la única  posible. Por eso hoy el mundo es liberal en economía,  pero también en política y en cultura. Ese es el sentido del "fin de la historia" de Fukuyama: "no hay alternativa", el mundo es posmoderno y totalitario. No hay alternativa según la frase de Margaret  Thatcher secundada en este punto por Ronald Reagan, pero con una consecuencia imprevista: no hay alternativa para nadie, tampoco para el imperio liberal.

El liberalismo propone dentro de sus modos propios la emancipación del individuo de todos los vínculos con la comunidad y con su propia identidad. Ese es el sentido de la superación de las naciones a nivel político y del sexo a nivel social y personal,  y finalmente emancipación de la misma condición humana, que es la propuesta del transhumanismo  posmoderno y también del feminismo radical.

La "deconstrucción" del individuo prosigue por ejemplo en el transhumanismo con el reemplazo de órganos hasta lograr un ser en parte humano, en parte máquina, idea que Osho consideraba que tarde o temprano se haría realidad, y con la intención de retirar la conciencia humana del cuerpo biológico y transferirla a una base tecnológica, cibernética.

Lo que resultaría ya no sería propiamente un ser humano sino el producto  de la deconstrucción del individuo, por ahora utópica y dependiente de "avances" tecnológicos.

El triunfo ideológico liberal se manifiesta como ausencia de toda transcendencia, como  manipulación sin límites y cierre definitivo de un mundo sobre sí mismo.

Sin embargo, el destino liberal no es  inevitable, o al menos no su condición de estado final insuperable. Hay que admitir la victoria liberal pero todavía es posible oponerle valores que el mismo liberalismo se encargó de enterrar y  que  como semillas que soportaron una larga sequía, amenazan brotar en medio de la declinación imperial.  No se trata  de un retorno reaccionario al pasado sino del resurgir de principios perennes.

Esta posibilidad es negada por la  modernidad ilustrada, que ha llegado a sostener con Umberto Eco, por ejemplo,  que la tradición -por la que parece entender sólo las diversas expresiones del gnosticismo-  es un producto de los tiempos revueltos del helenismo y de la formación del Imperio Romano. Eco limita así su horizonte a su propia tradición cultural europea y deja afuera a todas las demás.

Es posible que en lo que resurja de la inhumación del liberalismo haya un potencial revolucionario, y no meramente un mortecino regreso al pasado, que por otra parte es imposible. Se trata   de una revolución espiritual, social, política y económica que implicaría una renovación total del estado de cosas y no de un reacomodo ni de poner abajo lo que está arriba y arriba lo que está abajo.

Todas las ideas que hemos conocido están devaluadas por la modernidad y sometidas a pareja presión para mantenerlas bajo tierra. Entre ellas están las  autóctonas de América anterior a la invasión europea, donde subsiste una valoración de la comunidad y un concepto de propiedad muy alejados del liberalismo.

Los liberales, sin embargo, con su manera totalitaria de concebir y actuar, imponen la modernidad no como una opción sino como un destino: no se puede no ser moderno.

Pero entre los elementos con que debe contar la modernidad y la posmodernidad está la  resistencia de la población contra las élites liberales que dictan la política que está llevando el mundo al abismo.

Las expresiones de resistencia, a veces contrahechas o desorientadas,  son reacciones contra   amenazas directas,  contra el liberalismo que reducía la sociedad a una  suma de individuos pero ahora cuestiona incluso la integridad individual.

De la Redacción de AIM.

 

 

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