Cuando la última dictadura militar se derrumbó tras la derrota en una guerra pensada por el dictador en jefe para eternizarse, la política vieja abrió los ojos, se declaró nueva y generó ilusiones. Pero rápidamente se aplicó a sus asuntos y mostró su cara de siempre, que sabe variar de apariencia con multiplicidad de maquillajes.
Siguió la norma válida para todos los gobiernos: encontrar un esquema de rotación de las oligarquías en el poder formal que no implique rispideces como las de la primera mitad del siglo XIX, que terminaron con una violencia suprema en las provincias argentinas y en el Paraguay.
En eso, la clase política ha tenido relativo éxito, aunque la violencia no se ha evitado del todo, como por ejemplo en la década de los 70 del siglo XX. Últimamente, con la "grieta" de por medio, hay quienes la saltan de un borde a otro sin problemas a pesar a veces de su edad y de su peso, lo que hace pensar que tan malo no ha de ser el tigre como lo pintan.
El trabajo de los intelectuales de uno y otro lado de la grieta es romper con denuncias, sobre todo de corrupción, el silencio que según ellos amordaza al pensamiento. No cumplen su promesa, solo lanzan petardos estruendosos pero inocuos contra los adversarios con los que son capaces de abrazarse al final de la pelea, como los boxeadores.
Los intelectuales opositores atribuyen la mordaza al gobierno y el gobierno a los opositores. Ninguno reclama pertenencia a partidos, que la decadencia política ha convertido en mascotas de vitrina, objeto de recordación de algunos ancianos sentenciosos.
No se puede jugar al ajedrez en un tablero de ta-te-ti; pero dentro de la opción por el gobierno o por lo que no es gobierno cabe lo que en el tablero de ta te ti.
Hay otros tableros mayores que permiten juegos con más variantes. En 1970 un matemático inventó un juego que los divulgadores llamaron "juego de la vida". No es difícil; lo notable es que se juega en un tablero infinito, o más precisamente con bordes que pueden crecer indefinidamente a medida que los jugadores van explorando las posibilidades.
Nosotros hemos convenido de hecho limitarnos rigurosamente al de ta te ti. Todo "pensamiento" está permitido, con la sola condición de respetar las reglas del juego. Se puede gritar lo que se quiera, pero cuidando de no cometer errores que hagan aparecer en pantalla el "game out".
El pensamiento hegemónico no se reduce a las facciones argentinas. Se trata de un proceso reductivo que viene de lejos: hubo una época en que se jugaba en un tablero mucho mayor. Pero luego se juzgó conveniente concentrar el interés en algunas casillas juzgadas como centrales porque eran las más pisoteadas: las aplicaciones técnicas, las cuestiones sociales, del lenguaje, los problemas políticos limitados a los turnos de grupos dominantes en el poder, más equivalentes cuanto más diferentes se quieran presentar.
En la cuesta abajo el interés se ha vuelto casi exclusivamente político o menos todavía. Y entre nosotros, últimamente las alternativas terminan reducidas a K o anti K, en el fondo los que están y los que esperan estar cuando los que están se gasten. Confían en que el desgaste será para los otros más rápido que fue para ellos.
Si la opción se reduce a estar con el gobierno y su proyecto o contra el gobierno y el proyecto contrario que conserva las mismas categorías de pensamiento y acción, se conseguirá acelerar los turnos en el poder.
Un juego político que tiene interés para los profesionales. No es fútbol, pero en primera fila están los jugadores y a distancia "la gilada", los que esperan que caigan algunas fichas de manos demasiado cargadas.
De la Redacción de AIM.