Se cumple hoy, 10 de diciembre, el primer año de gestión de Alberto Fernández como presidente, que estuvo atravesado de lleno por la pandemia y sus consecuencias económicas, sociales y políticas.
Un año en política argentina es una eternidad, Alberto Fernández lo sabe mejor que nadie. En diciembre de 2018 respondía con insultos los agravios de usuarios anónimos en Twitter, que nadie se molestó en borrar. También proponía la idea de que Cristina Kirchner compitiera con Sergio Massa en las PASO, que ahora 22 gobernadores y el Ejecutivo quieren suspender. Incluso comparaba a la ex presidenta con Lionel Messi. Doce meses después, Mauricio Macri le colocaba la banda presidencial.
En su discurso de asunción trazó su horizonte. “Quisiera que seamos recordados por haber sido capaces de ayudar a volver a unir a la mesa familiar (…) Quisiera que seamos recordados por haber sido capaces de superar la herida del hambre en la Argentina (…) Quisiera que dejemos como huella haber reconstruido la casa común con un gran proyecto nacional, un Acuerdo Estratégico para el Desarrollo”, sentenció frente a la Asamblea Legislativa.
En la intimidad, Fernández sugirió desde los primeros días de su mandato un norte mucho más concreto, que más tarde hizo público. “Quiero resolver de una vez para siempre el problema de la deuda”, repitió en varias entrevistas. Pretendía hacerlo al mismo tiempo que reactivara -con estímulos- el consumo interno; dos operaciones que, como explicaban en la Casa Rosada, no suelen afrontarse como un mismo movimiento.
Cinco certezas arroja la hiperactividad que el peronismo imprimió al primer año parlamentario de la tríada que conformaron Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa. La primera es que el oficialismo es rehén de los acuerdos en Diputados, donde no tiene ni quórum ni mayoría propia. La segunda es una verdad brutal para el Presidente: el albertismo no existe (en los términos de bancas parlamentarias), aunque encuentra apoyo en el kirchnerismo moderado, los gobernadores y el ala anti K de la coalición de gobierno.
La tercera es que Cristina Fernández ejerce el poder sin pudor ni culpas aunque se frustran algunos de sus deseos que encuentran en la Cámara baja un freno. La cuarta certeza es también una duda: Máximo Kirchner hace equilibrio entre lo que le falta al Frente de Todos en Diputados y lo que impone la Vicepresidenta en el otro ala del Palacio Legislativo. ¿El jefe del bloque de diputados oficialistas es flexible o sólo habilita los acuerdos obligado como primera minoría? La quinta certeza es la habilidad de diputados y senadores de Juntos por el Cambio para aprovechar los errores del oficialismo y la facilidad con que traducen sus derrotas en el recinto en triunfos políticos.
Sin embargo, a fines del año pasado y durante las sesiones Extraordinarias del último verano, la oposición se allanó a los pedidos del Poder Ejecutivo y acompañó colaborativamente las leyes pedidas para renegociar la deuda. En el inicio del aislamiento hubo más acuerdo en Diputados que en el Senado donde Cristina Fernández impuso un protocolo de funcionamiento que tardó en consensuar. Tuvo dos charlas en el año con el jefe del interbloque opositor: Luis Naidenoff. La primera después del fallo de la Corte que reconoció las facultades del propio Congreso para determinar su modalidad de trabajo.
Acordaron acotar los temas al marco de la pandemia. En octubre tuvieron que volver a sentarse después de que la oposición denunciara reiterados atropellos y dejara de participar en comisiones y sesiones que consideraba inválidas. Los modos de la Vicepresidenta en el recinto, el temario y el avance sobre la Justicia y sobre la Procuración fueron los temas que más los enfrentaron. Si fuera ajedrez podría decirse que terminaron en tablas: tampoco a la oposición le convenía dejar los debates en la cámara.
Aún en ese contexto hubo leyes votadas por unanimidad como el auxilio al turismo, el nuevo mapa argentino, la creación de una comisión por Malvinas y la ley de donación de plasma, entre varias otras.
A pesar de las diferencias internas, el Frente de Todos termina el año con su tropa alineada en ambas cámaras. Fue además el debut de Máximo Kirchner como jefe de bloque, apoyado en figuras como Cecilia Moreau y Cristina Alvarez Rodríguez. Por lealtad o por temor no hubo leyes de las que algún diputado o senador oficialista se despegara. Sí ocurrió lo contrario: el Gobierno logró sumar a favor a algunos legisladores de Juntos por el Cambio para dos leyes clave: Presupuesto 2021 e impuesto a las grandes fortunas. Abrió una grieta que de todos modos no generó contagio.
Conocedor de los equilibrios del poder, Sergio Massa buscó acordar con la oposición hasta principios de septiembre. Juntos por el Cambio le puso condiciones a los debates remotos hasta esa fecha: sólo los temas consensuados que no fueran polémicos. Fue la razón por la que Máximo Kirchner cajoneó su iniciativa más importante, el impuesto a la riqueza. Para leyes conflictivas, Massa y Kirchner sumaron a fuerzas provinciales y lograron sesionar el 1 de septiembre, cuando Juntos por el Cambio convocó al recinto a toda su tropa. La sesión terminó judicializada pero el fallo fue a favor del oficialismo: la Justicia indicó que estaba garantizada la voz y el voto de los legisladores. Esta semana tiene una batalla más ardua con la interrupción voluntaria del embarazo y el posible avance para suspender las Paso del año próximo.