Días atrás, una noticia encendió alarmas en el sistema internacional. Rusia informó el descubrimiento de una reserva gigante de hidrocarburos en la zona de la Antártida sobre la cual la Argentina planta bandera. Además, se suma la política menemista de Javier Milei ante la Soberanía y los recursos nacionales. En ese marco, el Congreso no quiere quedarse afuera. Legisladores nacionales de diferentes bloques solicitando información al Poder Ejecutivo Nacional sobre cuestiones vinculadas al descubrimiento, supo AIM.
Ante las informaciones periodísticas que dan cuenta de un gran descubrimiento por parte de Rusia en una región que forma parte del Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente, diputados nacionales presentaron un pedido de informes.
“Queremos saber si el Gobierno nacional tenía conocimiento de las reservas que se mencionan, fruto de las operaciones de exploración de yacimientos hidrocarburíferos que ha estado llevando la Federación Rusa, y fundamentalmente conocer las acciones realizadas, o que se realizarán con respecto a la defensa del interés nacional y de la legítima pretensión soberana argentina, en el marco del Tratado Antártico de 1959 y del Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente, también conocido como Protocolo de Madrid”, señala el texto al que accedió AIM.
Neoliberalismo y Soberanía nacional
Para poder pensar la Soberanía nacional, es necesario analizar el nuevo alineamiento argentino con Estados Unidos, que imita y exacerba el de los años 90, a la luz de eventos que comprometen intereses vitales del país en el Atlántico sur y sus reclamos sobre las Malvinas y territorio antártico.
Esto último fue puesto sobre el tapete de manera súbita por el canal de noticias de los BRICS, que anunció que "Rusia descubre una reserva de petróleo y gas en territorio antártico británico (sic). Contiene un valor estimado de 511 mil millones de barriles de petróleo, diez veces la producción del Mar del Norte de los últimos 50 años".
Una digresión interesante: el medio le atribuyó a Londres un territorio que se superpone con el reclamo argentino, expresión de un despecho alimentado por la decisión de Milei de darle la espalda al bloque de potencias emergentes. Un despecho al que habría que prestarle atención.
Otra forma de ponderar la mencionada riqueza es señalar que equivale al doble de las reservas de Arabia Saudita o a 30 yacimientos como Vaca Muerta. Nada menos.
El Tratado Antártico de 1959 fue firmado por 12 países: Argentina, Australia, Chile, Francia, Nueva Zelanda, Noruega, Reino Unido, Bélgica, Sudáfrica, Japón, la Unión Soviética (Rusia) y Estados Unidos.
Los siete primeros reivindican soberanía sobre diversos sectores, en muchos casos superpuestos, del continente blanco, mientras que otros –Washington y Moscú– declaran tener bases para reclamos futuros. Todos esos planteos quedan congelados durante la vigencia del acuerdo, que sólo se abriría y eliminaría el paraguas sobre los mismos por acuerdo unánime de los Estados signatarios.
La Antártida está abierta a la investigación científica regulada y a explotaciones pesqueras y turísticas. No así a las hidrocarburíferas ni las mineras, actividades sí admitidas en el Ártico y que han dado lugar a una carrera desenfrenada en el primer caso y a incipientes proyectos de prospección de minerales en el lecho marino.
Abrir el Tratado Antártico es virtualmente imposible por sus propias cláusulas y, de hecho, Argentina tiene como política de Estado mantener su reclamo salvaguardado a futuro por el reconocimiento internacional que supone el texto y no forzar su concreción.
En efecto, abrir el pacto lo convertiría en una caja de Pandora de reclamos y apetencias extractivas que un país diplomática y militarmente débil no tendría cómo contener, lo que lo supondría el riesgo de quedarse con nada.
Asimismo, no se debe ignorar la importancia de las masas de hielo –ya mermadas, por otra parte– para las corrientes marinas y, por consiguiente, para el frágil equilibrio climático global.
Argentina coincide con Chile e incluso con el Reino Unido –cuyo reclamo se fundamenta en su posición colonial en Malvinas y demás islas del Atlántico sur– en esa voluntad de mantener el statu quo, lo que también supone una barrera para el despliegue de los intereses de potencias extrarregionales. Potencias como Rusia.
El statu quo, con la mancha de la base militar británica en nuestras islas ocupadas, es también una garantía de seguridad en una zona de valor geopolítico de difícil ponderación. Esto es así porque es vital para la Argentina, pero lo es de modo sólo virtual para las grandes potencias, que únicamente se lanzarían a una disputa por su control en dos casos hipotéticos: si el Canal de Panamá resultara bloqueado como vía interoceánica por un hecho imprevisible o si, justamente, se desatara una carrera por recursos naturales que, de acuerdo con el Tratado Antártico, hoy no pueden ser explotados.
Argentina, show me the money
Para un país en crisis permanente como la Argentina, el hallazgo de semejante riqueza en territorio que reivindica parece una noticia de enorme calado. ¿Lo es?
La tentación de explotarlo sería un error. El predominio de los combustibles fósiles tiene, tecnología y consideraciones ambientales mediante, un horizonte de, digamos, una generación. En ese lapso, haría más mal que bien al interés nacional que la apertura –técnicamente complejísima, por otro lado– de explotaciones antárticas los convirtieran en commodities superabunbdantes y, por tanto, baratos.
De hecho, un despliegue productivo pleno del tesoro que es Vaca Muerta resulta de por sí problemático para la capacidad argentina de atraer inversiones, tal como lo prueba el debate en torno al Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), planteado de modo abusivo por el Gobierno y, se espera, en proceso de revisión en el Senado.
No sólo eso. Existen perspectivas de que la cuenca de aguas profundas que hizo de Brasil un jugador en el mercado petrolero mundial podría seguir hacia el sur, algo que ilumina las esperanzas de Axel Kicillof de ser el pionero de una provincia saudita de Buenos Aires.
Algo similar podría decirse de Rusia, segundo exportador de crudo del mundo antes de la guerra en Ucrania. ¿Para qué, entonces, provoca este revuelo con su hallazgo antártico, anunciado además por una vía indirecta? Principalmente, para marcar presencia y diversificar el TEG de su choque con Occidente.
Javier Milei, alineamientos e interés nacional
Ya sea por consideraciones de soberanía futura, de equilibrio climático, de seguridad y hasta económicas, las claves del interés nacional en el Atlántico sur son el bajo perfil y el mantenimiento de una zona de paz. Esto último incluye el objetivo de poner en la caja alguna vez, arreglo por Malvinas mediante, la presencia militar británica.
Esto nos lleva al rescate emocionado del menemismo que hizo este martes Milei y que se mencionó al inicio de estas líneas.
Las "relaciones carnales" con Estados Unidos vuelven y se suman al rechazo a los BRICS; a las dudas que Diana Mondino y el presidente dejan cada vez que abren la boca respecto de la postura oficial sobre Malvinas; a la visita de la jefa del Comando Sur Laura Richardson a Tierra del Fuego y a la invitación para que la hiperpotencia sea parte del desarrollo de la Base Naval Integrada en esa provincia.
Sin embargo, nuestro país, que no es capaz hoy ni siquiera de controlar con submarinos la pesca ilegal sin mandar a la muerte a sus marinos, difícilmente pueda darse a esa tarea de marcar presencia sin cooperación. Lamentablemente, el ideologismo extremo de Milei ha puesto a la Argentina al margen de Unasur, un agrupamiento regional concebido inicialmente en términos de seguridad y que podría ser la base de una integración militar virtuosa con Brasil y otros países.
Con información de Letra P