Las prácticas agroecológicas son producto de una reacción que surge en la sociedad a partir de la concientización de que el modelo imperante afecta la salud y la biodiversidad, señaló a AIM Martín Tincho Martínez, dueño de la granja agroecológica La Porota, ubicada en la Picada. El establecimiento alberga numerosas iniciativas que se meten en el debate e instalan en la agenda la perspectiva de que otra forma de cultivar es posible.
[{adj:30175 alignright}]
En diálogo con esta Agencia, Martínez se refirió a los orígenes del proyecto que donde hoy funcionan las prácticas agroecológicas: “Mi señora y yo no somos campesinos pero tenemos este pedacito de tierra que un día decidimos abrir a la gente interesada en trabajar en este modo de producir. Hoy, tenemos varias iniciativas que están funcionando a la par”.
—¿Cómo trabaja el modelo de producción agroecológica?
—No es sólo un conjunto de técnicas, sino una forma de respeto a la identidad cultural del respeto a la población local y la búsqueda de relaciones económicas justas. Pero, por sobre todo, la producción de alimentos sanos, que es lo que nos está faltando. En el modelo hegemónico de producción, la calidad del suelo no importa. Lo que se hace es matar la vida para que las malezas no molesten al monocultivo que se quiere instalar. En cambio, la agroecología busca la forma de producir de forma armoniosa con el lugar, con la naturaleza. Una forma es asociar cultivos. A la hora de poner trigo, por ejemplo, se puede sembrar también un trébol rojo, que cumple diferentes funciones que ayudan al cultivo, dan un forraje para los animales, y garantizan la humedad del suelo. También es necesario rotar cultivos, porque una siembra saca un determinado nutriente del suelo. Si yo repito ese cultivo voy empobreciendo el suelo.
—¿Cómo llega el modelo hegemónico actual a nuestra provincia?
—El ingreso de los transgénicos en la década del 90 fue un hecho trascendental. Pero la decisión equivocada arrancó en la década del 50, con lo que en ese momento los impulsores del agronegocio llamaron la revolución verde. Entre Ríos arrancó un poco más tarde, pero cuando el proceso llegó, lo hizo con tal virulencia que nuestra provincia es ahora la más afectada en la salud de la población. Cuando uno empieza a juntar la pérdida de la biodiversidad que genera el monocultivo, los problemas de salud, el despoblamiento del campo y el abandono de prácticas ancestrales en la agricultura, tenemos como resultado la dependencia de las poblaciones urbanas de alimentos generados en base al uso de químicos.
—¿Cuándo llega entonces el momento de pensar en otras alternativas?
—El concepto de agroecología surgió con mucha fuerza en Brasil, donde los agrónomos comenzaron a pensar que no eran los absolutos poseedores de la verdad y se conectaron con campesinos, uniendo la academia con lo ancestral. La agroecología respeta las identidades culturales de los distintos países, como así también de los procesos biológicos de cada lugar. Si estos procesos no se respetan, generamos una tierra cada vez menos fértil, sin vida, que nos obliga a utilizar productos para reemplazar los nutrientes que le cuestan a la tierra.
—¿Qué pioneros pueden destacarse en nuestro país?
—En Argentina, la agroecología tiene pioneros como Eduardo Cerdá, que empezó hace 20 años a trabajar en el campo La Aurora, al sur de la provincia de Buenos Aires, que tiene 600 hectáreas. Así, desmintió que la agroecología sea algo para pequeños huertos y no para grandes extensiones. Actualmente, Cerdá y su equipo asesoran la producción agrícola de un total de 80 mil hectáreas en distintas provincias del país. Él sostiene que, sin usar toda esta parafernalia de agroquímicos, él obtiene rendimientos similares a los de sus vecinos, sin el 40 o 50 por ciento de los costos necesarios para lograr estos resultados de una forma tradicional.
—¿Cuál sería el rol del Estado para multiplicar estas prácticas?
—El Estado debería apoyar este movimiento de distintas formas. Económicamente, a aquellos productores que decidan cambiar su forma de producir. Difundiendo, a través de la divulgación de los principios de la agroecología. No hay muchos ingenieros agrónomos trabajando en esta misma dirección, y habría que apoyar fuertemente a los que están en el tema, y también llevarlos a dar charlas, asesorar a productores, etc. Y sería hermoso comenzar por esas 300 mil hectáreas que están afectadas por el fallo de protección de las escuelas. O también siguiendo el ejemplo de Gualeguaychú y su programa de alimentación sana, segura y soberana.