¿Podemos pensar la menstruación desde un punto de vista económico? Sí. ¿Lo hacemos? Casi nunca. En época de crisis, los productos de gestión menstrual representan un gato elevado, al que se suman los costos por el "impuesto rosa". El "período" empieza a salir del tabú y la sangre a ser mostrada, por primera vez, de color rojo.
Sin embargo, prueben: pregunten a las mujeres que conozcan en edad de concebir y seguramente la mayoría no tiene la menor idea de cuánto gasta por mes en toallitas y tampones ni en analgésicos para los días de sangrado o para los de ovulación. Mucho menos qué porcentaje representa ese gasto en su sueldo o en la economía familiar. ¿Y qué pasa en las familias donde hay dos o más mujeres? ¿Cuánto se gasta en productos de gestión menstrual? ¿Solo se trata de buscar ofertas?
¿Por qué, si se trata de insumos mensuales indispensables? ¿Por qué tampoco se los incluye en ninguna canasta familiar, no figuran en ningún índice de precios cuidados, se multa a las mujeres al aplicarles el IVA y a lo sumo les toca un descuento junto a otra tanda de productos de "cuidado personal"? ¿Debería el Estado tomar cartas en el asunto?
Hay otras preguntas para hacerse: por ejemplo, ¿cómo hacen las mujeres a quienes no les alcanza para comprar esos insumos? ¿Algo de todo esto tiene que ver con cuestiones que van más allá o más acá de lo económico? ¿Pesa el tabú sobre la menstruación? ¿O es al revés?
Menstruación no es anticoncepción
En 2017, la organización Economía Femini(s)ta lanzó en la Argentina la campaña #MenstruAcción, con el objetivo de visibilizar la menstruación como un factor de desigualdad mostrando datos sobre el impacto económico que tiene en la educación, en la salud y en el ambiente.
Desde entonces, el colectivo reclama tres acciones políticas: quite del IVA para los productos de gestión menstrual (como toallitas y tampones); distribución gratuita de esos insumos en espacios públicos como instituciones educativas, cárceles y hospitales; e investigación y generación de datos y estadísticas para decisiones informadas respecto a la menstruación y una mayor libertad de elección en un asunto que, históricamente, se consideró "cosa de mujeres" y no cuestión de Estado.
La campaña acompañó la presentación de una serie de proyectos de ley, que esperan su tratamiento, y se posicionó con fuerza en las redes. Las organizadoras se sorprendieron con algunos comentarios en Twitter, del estilo: ¿y por qué no reparten gratis preservativos? ¿o papel higiénico? Preguntas que indican una gran desinformación, por un lado, y más de una idea confusa.
En segundo lugar, comparar preservativos con productos de gestión menstrual implica confundir anticonceptivos con productos que no lo son. Aunque si lo que se piensa es a la menstruación, es decir, ese momento del ciclo en el que el cuerpo de una mujer o varón trans expulsa los óvulos, como un método anticonceptivo en sí, la noticia es que no lo es. Para decirlo en muy pocas palabras: es posible que una mujer quede embarazada durante el ciclo menstrual.
La comunicadora científica Agostina Mileo, conocida como La Barbie Científica, autora del libro Que la ciencia te acompañe, dicta talleres en barrios y escuelas como parte de las acciones de la campaña.
Mileo opina que esos comentarios indican "la poca aplicación de la ESI (Educación Sexual Integral) o de la información acerca de estos programas gubernamentales y evidencian una idea de la igualdad que tiene que ver con trazar paralelismos directos y no que reconozca ciertas diferencias". Porque es cierto que no hay un equivalente "masculino" para la menstruación.
Mancharás tu bombacha
La comparación con el papel higiénico, por otra parte, implica la idea de la suciedad, la mancha roja, humillante, el estigma que recién ahora las publicidades empiezan a mostrar.
Recordemos que, entre los ortodoxos judíos, por ejemplo, las parejas no pueden mantener relaciones sexuales durante la menstruación y las mujeres son sometidas a baños rituales antes de retomar su vida íntima para volver a cierto presunto estado de pureza. También podría pensarse que durante el período menstrual, mal asociado con un momento de infertilidad, esas relaciones que no apuntan a procrear son proscriptas.
En cambio, algunas culturas originarias y religiones orientales veneran la sangre menstrual. En otras, es un asunto silenciado que tímidamente va corriendo sus velos. No por nada el Oscar 2019 a Mejor Corto Documental haya sido para la producción original de Netflix Period. End of Sentence.
En 26 minutos, esta película cuenta la historia de un grupo de mujeres en Hapur, un pueblo rural en las afueras de Delhi, en la India, que se unen para fabricar toallas higiénicas. Y cuestiona la estigmatización histórica de las mujeres como personas menstruantes.
¿Y por casa cómo andamos?
A pesar de la falta de estadísticas, en la Argentina "se sabe en términos informales para las que damos talleres en los barrios que las que faltan a sus trabajos esos días son vendedoras ambulantes que tendrían que comprarse tampones y toallitas pero también leche y pan para sus hijas e hijos y no pueden afrontar los dos gastos -explica Agostina Mileo-. Muchas chicas nos cuentan que faltan a la escuela". Y cuenta que si bien hoy muchas jóvenes toman la menstruación con más naturalidad que sus madres o sus abuelas, siguen avergonzándose si se ve la mancha.
En algunos gremios existe todavía el "día femenino", es decir, licencia para faltar al trabajo un día durante el sangrado. ¿Costo laboral?
Sangrar tiene su precio
Pero, ¿cuál es el precio por menstruar todos los meses? Es muy difícil hacer el cálculo en un contexto inflacionario como el que vive la Argentina hoy.
Economía femini(s)ta hizo un cálculo en 2018, y concluyó, en base a una asignación por hijo, que el costo de los productos de gestión menstrual representaban el 10 por ciento de los ingresos.
Hoy (y nunca la palabra hoy fue tan precisa), por ejemplo, un recorrido por las góndolas de tres cadenas de hipermercados y de farmacias, arroja un promedio de entre 8.50 y 10 pesos por cada toallita y de 8.75 a 13 pesos por tampón. La cantidad de insumos que utiliza cada mujer por mes es variable, pero un cálculo promedio aproximado podría dar treinta toallitas o tampones o una mezcla de los dos insumos (por ejemplo, para las que realizan deportes) por mes.
Es decir, que un gasto mensual promedio se aproximaría a los 300 pesos. Lo que hoy equivaldría a tres kilos de pan, seis paquetes de fideos, o un kilo y medio de milanesas de pollo o de carne preparadas.
Eso, sin contar con el consumo de toallas diarias ni de analgésicos como el ibuprofeno o el propinox en su versión "rosa", "fem" o "mujer", que se utilizan tanto en la menstruación como en la ovulación, y que habían sido gravados con el impuesto rosa o pink tax, un impuesto de género para productos de igual composición pero con el sello de color. De todos modos, es interesante observar que algunos de esos precios, frente a una ola de críticas y denuncias, en los últimos meses la industria farmacéutica ha igualado.
Pero no solo se trata de números fríos. Como aclara Mileo, estos insumos representan "un gasto no optativo porque dado el estigma alrededor de la menstruación, hay una censura social ante la evidencia del cuerpo menstrual. Es decir, si hay una mancha, no se puede habitar el espacio público, no está bien visto. Ese gasto impacta en ingresos que de por sí son menores. Siete de cada diez personas pobres del país son mujeres, las mujeres tenemos mayores tasas de desempleo y de precarización, hay brecha salarial. Entonces hablamos de poblaciones triplemente vulneradas en lo económico, también muchas mujeres son jefas de hogar, y tal vez en una casa donde hay una madre soltera con dos hijas que menstrúan, el gasto representa gran parte de los ingresos."
Levantar la copa
Un producto relativamente nuevo, la copa menstrual, que en la Argentina se fabrica desde 2013, un dispositivo de siliconas reutilizable y que puede durar diez años, tiene un costo mínimo de alrededor de 500 pesos, lo que implica un gasto inicial que no todas las mujeres pueden hacer, pero que puede pensarse como inversión.
Pero no solo no está publicitado del mismo modo que las toallitas, que son de consumo masivo y están instaladas hace años en el mercado, sino que además genera dudas acaso por desinformación. Las talleristas coinciden en que, en distintas edades, ya sea en una villa o en un seminario doctoral, es tal el desconocimiento que siempre hay alguien con miedo de "perderla" o que se "meta para adentro".
"La copa es un método más higiénico y de una mejor relación costo efectividad, aunque no es recomendable en lugares sin agua corriente", señala La presidenta de la Fundación para el Estudio e investigación de la mujer (Feim), Mabel Bianco, y agrega: "Da una gran libertad de movimiento y es ecológica ya que no genera residuos contaminantes como los tampones o las toallas. En cualquier hogar de sectores medios y bajos, el presupuesto de las toallitas y/ o tampones en la familias con varias hijas y mujeres jóvenes es muy alto, de modo que en el tiempo resulta más económica".
Bianco le pone números a la brecha: "En la Argentina el ingreso salarial de las mujeres es 27 menos al de los varones y la tasa de actividad de las mujeres, del 46.1 por ciento, es muy inferior a la de los hombres, que es de 69,6 por ciento y a esta desigualdad hay que sumarle el impuesto rosa."
La sangre real era azul, ahora es roja
La otra cara del aspecto económico de la menstruación: la venta de los productos de gestión menstrual, habla mucho de las representaciones simbólicas, sobre todo a través de la publicidad.
En su tesis "Cambiar la regla: análisis de contenido publicitario de toallas femeninas y su vínculo con el discurso social en torno a la menstruación", la licenciada en Comunicación por la Universidad de San Andrés, Jazmín Gaddi, investigó cómo evolucionaron las publicidades de toallitas en los últimos 25 años. "Si bien ha habido algunos cambios en la manera de vender el producto, hay grandes patrones que se repiten hasta el día de hoy", observa Gaddi.
Del lado de las continuidades, dice: "Las publicidades siguen sin nombrar a la menstruación. Se refieren a esta mediante eufemismos como 'el período' o 'esos días'. Desde mi óptica, hay un doble mensaje porque, por un lado, pareciera que se habla de menstruación al mostrarnos una toallita, o mostrar la sangre; sin embargo, se refuerza el tabú mediante la omisión de su nombre".
Pero también hay transformaciones. Según la especialista, "durante años las marcas se han valido de un líquido azul casi transparente para hacer la demostración de la absorción de las toallas. No fue hasta este año que una marca comenzó a utilizar líquido rojo, como el color de nuestra sangre. Otro cambio es en la imagen de la mujer. Hasta hace pocos años, había un rol estereotipado: la mujer blanca, flaca y sin marcas de edad era la que nos mostraban como usuaria del producto. Una mujer que se volvía irritable y sensible en 'esos días', que detenía sus actividades cotidianas por el malestar menstrual. Hoy esa imagen cambió: las publicidades muestran mujeres diversas, de todos los colores de piel, con distintos tipos de cuerpos; profesionales, estudiantes, bailarinas, deportistas, no solo amas de casa".
La directora del área de Comunicación y Cultura de Flacso, Belén Igarzábal, analiza que desde una publicidad de los 90 en la que Natalia Oreiro pasa "airosa" entre un grupo de chicos que miran su shorcito blanco, que la cámara también enfoca de atrás, sin que se vea la "mácula", hasta hoy, cuando las mujeres hacen deportes tranquilas porque están "protegidas", lo que se pone en escena y lo que importa en relación al cuerpo de la mujer sigue siendo la mirada del otro (de un otro varón).
Por eso, Igarzábal apunta contra la categorización de los insumos menstruales en las góndolas: "protección femenina" o "higiene femenina", como algo que hay que proteger, o algo sucio, cuando debería hablarse de productos de "contención menstrual".
Igarzábal considera que "el azul tiene que ver con el higienismo y la asepsia, y estas publicidades muestran una artificialidad llevada al extremo como laboratorio. Mientras que el color rojo tiene que ver con un clima social, de mayor liberación. No nos olvidemos que siempre hay un marco legal que acompaña. La ESI es ley nacional, se tiene que trabajar la educación sexual en las escuelas. El mercado tiene que ir detrás del clima social. El rojo es disruptivo porque rompe con un estilo de lenguaje que se había dado en las últimas décadas."
En el mismo sentido, Gaddi entiende que, si bien los cambios en las publicidades pueden leerse como estrategias de marketing, "en un contexto de lucha por la legalización del aborto, y el reclamo por los derechos de las mujeres, es entendible que una marca utilice este recurso para generar una identificación con las mujeres jóvenes haciéndoles un guiño y apoyándolas en este cambio social. Y son esos pequeños grandes cambios los que ayudan a la deconstrucción y desmitificación de la menstruación como proceso natural de la mujer".
Y concluye: "No importa si a las marcas les interesa realmente el cambio o es más por un rédito económico, la cuestión es que el mensaje está cambiando. Se busca romper con la idea de que la menstruación 'es cosa de mujeres' como decía el slogan de un famoso calmante durante muchos años. Sí, es cosa de mujeres en cuanto a una mirada biologicista, porque los hombres cis no menstrúan; ahora bien, no podemos pensarlo como cosa de mujeres en el contexto actual donde hay tantas identidades disidentes" (los hombres trans sí menstrúan).
Estigmas, estereotipos, pero también cambios que se generan frente a la visibilización de la problemática y de la presión de género, mediática y social. Entre ellos, el de ver el costado económico de la menstruación. Acaso podamos pensar al revés. Pensar que ese ocultamiento histórico, el de la sangre, el de las publicidades que aún no la nombran, disimular la mancha, esa mística lo que en realidad esconde, de lo que en verdad no se habla es del aspecto económico. ¿Asunto de mujeres? Quizás, en la medida en que la economía también lo es.
Fuente: Infobae