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Copa Libertadores: El fútbol violento y la necesidad de reconstruirnos

Con el 2 a 1 que le dio el triunfo a River, culminó hoy un periplo futbolístico atravesado por el despojo y la humillación de un país que no supo estar a la altura de las circunstancias para ver su partido del siglo. Mafias, violencia, prepotencia dirigencial y actitudes de grupos de hinchas fueron los ingredientes de un cóctel de despojo y humillación que obligaron a trasladar el partido tan soñado hasta Santiago Bernabéu, Madrid.

Foto ilustrativa.
Foto ilustrativa.

Cuando un país esperaba uno de los más trascendentes partidos de la historia, debió enterarse una vez más de que, por su pasión y los intereses políticos de algunos pocos, no estaba lo suficiente maduro para vivir esa gran final.

El 24 de noviembre, el colectivo que transportaba al equipo de Boca, fue atacado a pedradas por grupos violentos cuando quiso ingresar al estadio Monumental. El capitán de Boca, Pablo Pérez, sufrió lesiones en el ojo izquierdo en una situación de peligro, tristeza e impotencia.

A la violencia de los hinchas le siguió la del Estado: La policía reprimió con gas pimienta para dispersar y afectó también a los jugadores. La evaluación de los hechos se dilató algunas horas y, finalmente, el espectáculo se canceló.

A esto le siguieron los arrepentimientos públicos de los responsables, siempre asesorados por las estrategias de sus defensas leguleyas para suavizar la gravedad judicial de su situación.

River, en su defensa dijo que la culpa de la seguridad y la responsabilidad del Estado. La Conmebol no le dio la razón, como así tampoco a Boca, que pretendió los puntos del partido, tal y como había pasado en otro doloroso partido cuando el millonario obtuvo los puntos sin jugar debido a las agresiones con gas pimienta a jugadores de River. Como resultado, se resolvió sacar la final de país y se trasladó a España.

En lugar de contribuir a la no violencia y dar mensajes que permitan tomar el fútbol como un espectáculo y no como una cuestión de vida o muerte, los máximos dirigentes de ambos clubes intercambiaron chicanas que los propios medios deportivos contribuyeron en un punto a alimentar. Así, terminaron por chupar los pocos niveles de ilusión, ganas, y entusiasmo que la gente tenía para disfrutar el partido de fútbol más trascendente de los últimos tiempos.

La hora de los violentos se consagró en uno de los hechos más tristes, donde paradógicamente el torneo a disputar llevó el nombre de Libertadores de América. Fuimos una vez más víctimas de un sistema de mafias y negociados que produce violencia, y muchos optaron por ser cómplices de esta violencia que genera negocios y rating. Pero la violencia no es sólo una consecuencia, es un sistema inserto no sólo en el fútbol sino en todos los ámbitos de nuestra vida. Se vive, se potencia, se suaviza y hasta se negocia, según las circunstancias, pero nunca logramos que desaparezca. Nos entristecemos y nos indignamos, pero no sabemos y a veces no queremos que se detenga.

Es como si hubiera una necesidad de negar al otro de la forma más fascista. Y esta chicanas que se esconden detrás de las conductas más domésticas, tiene sus grandes tronos en el poder económico que se juega impera detrás del gran mundo del fútbol, lleno de promesas, grandes cantidades de dinero y una gloria que quienes están detrás del televisor nunca van a llegar a conocer.

Educarnos para que esto se desacelere hasta desaparecer parece una frase hecha, pero es necesario entender que es lo más urgente, y la única opción. La cancha, como dijo la dirigente humanista Bernardita Zalisñak, es también un buen ámbito para establecer el tema de la educación para la no violencia y comenzar a reconfigurar el sentido que tiene un partido de fútbol.

Y el Estado tiene que estar presente de forma más activa que nunca, reemplazar la policía por mensajes, políticas culturales, sociales y prácticas deportivas que nos enseñen de chicos que debemos respetar y no negar, amar, y no odiar, escuchar más al otro y hablar menos de nosotros mismos. Solo así, podremos hacer volver nuestros partidos de fútbol a nuestro país, disfrutarlos de la forma más madura y, a partir de allí, reconstruirnos a nosotros mismos.

De la redacción de AIM.

 

violencia en el fútbol

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