Saltar menúes de navegación e información institucional Teclas de acceso rápido

El clima hoy en:

-

- -

El dólar hoy: (BCRA)

$865,0 / $905,0

Provinciales
Provinciales

Del imperio ciudadano al imperio democrático

La  "democracia" norteamericana  se trata de imponer a todo el mundo por las buenas o por las malas. De ella se puede inferir que la democracia imperial es un pretexto de naturaleza ideológica, una ilusión doble, con que el imperio actual arrolla al resto del mundo todavía no conquistado, ya que su naturaleza es extenderse sin medida.

Octavio César Augusto
Octavio César Augusto

Así lo hará al menos  mientras dure el impulso que lo convirtió en un estado hipertrófico destinado a brillar intensamente antes de aniquilarse.

En este sentido, los imperios duran poco en la plenitud, aunque su elaboración puede ser laboriosa y su muerte, lenta e ingloriosa.

La plenitud de Roma imperial estuvo quizá en la época de Octavio César Augusto, que pavimentó de mármol las calles de la ciudad eterna. Sin conceder a la similitud más que un valor superficial, en la cúspide de un poder ya corrompido y en rápida disolución, España pavimentó con adoquines de plata las calles de Potosí.

En las épocas del inicio del imperio español, del desborde renacentista de Europa sobre el resto del mundo, la ideología se adornaba con símbolos religiosos, como era propio de la mentalidad de la época. Por delante iban la cruz y el evangelio, la necesidad de salvar a los que no conocían la Buena Nueva. Les llegó como sabemos (pero fue una pésima noticia) como los "hombres del oriente que matan con centellas".  Detrás de la cruz venía la espada, Cruz y Fierro de nuestro poema nacional, y entre ambos hicieron el trabajo.

Cuando cayó la estrella del imperio español y se elevó la del imperio británico se trataba de llevar las ventajas de la civilización occidental,  ya bien perfilada y con ideología elaborada, a los pueblos "bárbaros", “la pesada tarea del hombre blanco”, según  Rudyard Kipling.

Las necesidades del comercio y de la usura, que ya gobernaban sin límite y podían hasta cierto punto prescindir de la vieja ideología religiosa, se expresaron entonces recubiertas de humanismo, sanidad, cultura, y se actuó en nombre de la libertad y la ilustración para esclavizar.

En su historia de la Segunda Guerra Mundial, Churchill expone sin querer el ropaje ideológico de la "aventura comercial británica". Dice: "la libertad viaja con frecuencia detrás de los cañones de la flota británica", como antes con las carabelas, antes con los pentarremes romanos y la promesa de "ciudadanía" para todos los habitantes del imperio.

Esa promesa no se produjo en tiempos de fuerza y esplendor, sino cuando se veía venir el peligro. Antonino promulgó un decreto concediendo la ciudadanía a todos los hombres libres de Roma y Caracalla lo promulgó cuando la decadencia del siglo III se hizo visible.

Roma se extendió a partir de una ciudad a todo el orbe conocido, pero nunca dejó de tener centro en la ciudad, fue una "polis" hipertrófica. Los pueblos sometidos o "integrados", cuando llegó el momento de cederles algo, recibieron la promesa de hacerlos ciudadanos romanos como una dádiva  valiosa.

Y los bárbaros se hicieron ciudadanos de Roma, seguramente porque encontraban ventajas. Los germanos se cambiaban los nombres, o mejor, agregaban sobrenombres romanos a los nombres propios, como nosotros mechamos palabras inglesas en nuestro vocabulario y les ponemos nombres  ingleses a nuestros hijos.

Algunos vistieron con orgullo los uniformes de soldados romanos, pero al final, cuando ya ser ciudadano de Roma no implicaba ventajas debido a que el imperio declinaba, se produjo el ataque de los bárbaros de afuera y los cristianos de adentro, que derribaron el imperio corrompido desde los inicios, y que solo esperaba la mano que lo matara.

Antes Roma, como presintiendo un destino que siempre había angustiado a sus augures, había disciplinado una fuerza militar invencible, que dominó el mundo entero, pero solo cuando sintió cierta inseguridad de mantener para siempre su primacía. Hoy asistimos a un espectáculo misilístico similar, no "ciudadano" sino "democrático".

Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se vieron con el cinco por ciento de la población y la mitad de la riqueza del mundo. Sus planificadores trazaron entonces la estrategia "democrática" que hoy sufrimos con la intención de mantener esa situación privilegiada, limitando a los otros países para devastarlos y quitarles las materias primas, y previniendo mediante la fuerza militar irrestricta y los ejércitos nacionales convertidos en ejércitos de ocupación que el "rencor" de los pobres pudiera en peligro su "destino manifiesto" de ricos.

Antes de Roma, los asirios habían hecho de la guerra su modus vivendi. Dijeron que su dios era la guerra y que solo a ella rendían culto. Su militarismo imperial, despojado de ilusiones de otro tipo, sin intentos de disimular, terminó con la ruina del imperio, la caída del gobierno y la desaparición de la sociedad asiria, en una ruina tan completa como casi no hay otra debido a una ceguera que los llevó a lanzarse contra enemigos demasiado poderosos, como los egipcios.

Con o sin ideología, el destino de los imperios no cambia, al menos si consideramos la ideología como la justificación racional de las ilusiones, dejando de lado otro de sus sentidos, relacionado con el anterior: el que las ideas con que cada grupo social se explica a si mismo.

Cuando la inundación que provocó el huracán "Katrina" de Nueva Orleans, que padecieron sobre todo los negros, apareció en la televisión un joven argentino, que se había ido a los Estados Unidos y se había conchabado en el Ejército norteamericano. Estaba de guardia en un polideportivo, para evitar saqueos.

Decía que preferia ir a Afganistán, una frontera exterior del imperio, y no a Nueva Orleans, una frontera del proletariado interior, porque se ganaba más y había menos problemas. Hacia acordar a los bárbaros romanizados enviados contra su propia gente integrando las legiones.

Pero lo que parece interesante es que así como el imperio norteamericano ofrece "democracia" respaldada con portaaviones para los refractarios, así como trata de que todos acepten la civilización en que ha venido a parar la vieja cultura de Occidente cuando ya cruje y se agrieta, los romanos tenian la "ciudadania" como hoy nuestro imperio tiene la "democracia" para ofrecer. Y tantos que la aceptan como "el mejor sistema"  aceptarían en otra época la ciudadanía de Roma como lo mejor que se puede anhelar.

Un viejo ideólogo neoliberal argentino, ya fallecido, entrevistado por la CNN dijo que la verdadera libertad, la verdadera democracia, la verdadera política, la verdadera sociedad,  fue la pergeñada por los padres de la patria norteamericana, porque ellos y solo ellos supieron crear una estructura estatal que tuviera en cuenta "el hombre tal cual es".

Es decir, aquellos prohombres pararon el huevo de Colón después de milenios de intentos infructuosos. Es una postura ususaria más, de las tantas a que nos tienen acostumbrados los imperios, sobre todo éste, que más que ninguno se basa en concepciones meramente económicas, casi con exclusión de cualquier otra cosa, porque el "hombre tal cual es"  es un ser puramente egoísta sin otra mira que expandir al modo imperialista su propia esfera de acción. Por eso los que fueron a ver cómo vivían los tojolabales en México, por ejemplo, volvieron algo desconcertados y entendiendo poco, ya que si no cambiamos para hacernos capaces de ver como los demás, sencillamente los reduciremos a lo que nosotros pensamos y de ellos no quedará nada, solo lo que alcancemos a ver en ellos.

La historia de Atila es ejemplar en este sentido: Atila estaba lejos de ser el bárbaro inclemente y brutal que nos presenta la historia de los vencedores. Fue un joven huno que vivió toda su juventud en Roma, en francachelas con los  aristócratas romanos, a los que había sido enviado por su gente en una especie de intercambio.

Atila asimiló en sus mejores años las costumbres y las concepciones de la gente con que convivió, las aceptó hasta cierto punto, sin olvidar nunca de donde provenia. También supo que se trataba de un estado final de degradación,  sobre todo si lo comparaba con su propio pueblo, en el que las costumbres ancestrales eran firmes y bien arraigadas.

Y concibió un profundo desprecio por Roma que luego, cuando debió reemplazar a sus mayores al frente de los hunos, nómades que desde siglos se arrimaban a Europa provenientes de las estepas del Asia Central, expresó de manera contundente en el campo de batalla, conociendo perfectamente bien al enemigo, al punto que algunos de los generales que debió enfrentar habían sido sus compañeros de aventuras juveniles en Roma.

Atila no era demócrata, según los criterios modernos, porque la democracia no existía en su tiempo, pero rechazó ser ciudadano de Roma, que era el equivalente entonces del "democratismo" imperial moderno.

 

imperio Octavio César Augusto

Artículos Relacionados

Teclas de acceso