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El canónigo Nicolás Copérnico, condenado por la iglesia

El 5 de marzo de 1616 la iglesia católica publicó el decreto que condenó el libro de Copérnico “Revoluciones de las esferas celestes”, que contiene la teoría astronómica heliocéntrica.

El 5 de marzo de 1616 la iglesia católica publicó el decreto que condenó el libro de Copérnico “Revoluciones de las esferas celestes”.
El 5 de marzo de 1616 la iglesia católica publicó el decreto que condenó el libro de Copérnico “Revoluciones de las esferas celestes”.

El decreto fue precedido por el estudio de la obra de Copérnico, que el astrónomo polaco, que también era canónigo, se cuidó de publicar con un pie en la sepultura, al punto que salió a la luz el día de su muerte.

La iglesia confió a una comisión de teólogos consultores de la Inquisición el estudio de las teorías copernicanas, que reflotaban y precisaban la de algunos griegos clásicos, como Aristarco de Samos. Los teólogos “confirmaron” la inmovilidad de la Tierra en el centro del universo. El punto sostenido como dogma por la iglesia no es propiamente bíblico. La Biblia se limita a constatar lo que cualquiera puede ver: que el sol se desplaza en el cielo desde el alba hasta el ocaso, según las apariencias girando alrededor de la Tierra. Fue Aristóteles quien interpretando a su manera a Pitágoras creó la doctrina que luego haría suya Tomás de Aquino y con él, la iglesia.

El 19 de febrero una “comisión de expertos” de la iglesia reclamó la censura para la obra de Copérnico. Entre tales expertos no había ningún astrónomo que pudiera contestar razonablemente al autor, muerto hacía ya varias décadas.

El primero de marzo de 1616 la Congregación del Índice prohibió varios libros relativos al heliocentrismo como contrarios a las conclusiones de la teología y suspendió “De Revolutionibus Orbium Coelestium”, obra de Copérnico publicada el mismo día de la muerte del autor en 1543.

El libro debía permanecer prohibido hasta que los teólogos lo corrigieran. Estuvo en el Index librorum prohibitorum hasta 1835. En realidad era consultado por los que lo mantenían prohibido porque sin él no era posible calcular adecuadamente algunas fechas claves del calendario eclesiástico.

La idea de Copérnico fue atacada de frente y de inmediato por Martín Lutero, que dijo que el autor era tonto y advenedizo en astronomía y le contrapuso presuntos principios bíblicos. La iglesia católica tardó más pero su condena fue más decisiva.

Copérnico había terminado su Revolutionibus 12 años antes de decidir publicarlo, porque conocía a la Inquisición. Su idea era que el sistema debido al astrónomo alejandrino Claudio Tolomeo, con sus ciclos y epiciclos, era muy complejo, y había concluido que todo se simplificaba mucho tomando las ideas de Aristarco.

Alrededor de 1510, cuando era canónigo de la catedral de Frombork, Copérnico hizo circular entre sus amigos un artículo de 40 páginas donde esbozaba sus ideas sobre el heliocentrismo que luego expondría con detalle en su obra principal. Para responder a algunas objeciones de éstos, propuso una idea que está entre sus mayores aportes a la ciencia: la gravedad:

“Toda materia tiene gravedad, y las materias pesadas atraerán y serán atraídas por materias similarmente pesadas, del mismo modo en que las materias más pequeñas serán atraídas por las más grandes”.

La aplicación de este principio al movimiento de los planetas, obra posterior de Kepler y Newton, produjo una revolución tan importante que el mismo Copérnico fue retirado del Index.

Justamente en Copérnico se inspiró Kepler para escribir “Somnium”, obra de ciencia ficción donde narra un viaje a la Luna, y se pregunta cómo se verían los astros y planetas desde fuera de la Tierra, y si se verían desde la Luna las revoluciones de la Tierra alrededor del Sol.

Adónde podían llevar las novedades copernicanas y la necesidad que sintió el clero de cuidar la salud que venía perdiendo gracias a la reforma protestante, se ve en uno de sus seguidores más famosos: “Hay una sola y vasta inmensidad a la que podemos calificar libremente de vacío: en él hay innumerables globos como éste en el que vivimos y crecemos; este espacio es infinito. Pues no hay razón, ni carencia alguna en los dones de la naturaleza para no permitir la existencia de otros mundos en el espacio.” (Giordano Bruno, De l’infinito universo e mondi, 1584)

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