
El 30 de enero de 1933, hace hoy 87 años, el anciano presidente de Alemania, el general Paul von Hindenburg, influido por el político conservador Franz von Papen, nombró canciller a Adolf Hitler. Diez años después del putsch de Munich, cuando intentó llegar el poder mediante la fuerza, el Führer lo consiguió a través del sistema parlamentario que tanto despreciaba.

Tras el fallido putsch de 1923, Hitler y el resto de líderes del partido nacionalsocialista (Nsdap) revisaron sus tácticas para ampliar el partido. Fomentaron alianzas con grupúsculos de derecha, agrupaciones de soldados y pequeños propietarios rurales de Baviera. Pese a ello, su avance parlamentario fue lento. Aunque en las elecciones al Reichstag de mayo de 1924, liderados por Gregor Strasser, lograron 32 escaños, con el 6,6% de los votos, en las elecciones anticipadas de diciembre del mismo año vieron reducida su representación a 14 diputados ( tres por ciento de los votos).
Desde 1925 a 1929, la República de Weimar gozó de estabilidad política y una apreciable mejora económica. En este contexto de relativa prosperidad, los resultados del partido nazi en las elecciones de mayo de 1928 fueron todavía peores: 12 diputados, con el 2,6 por ciento de los votos.
Pese a su escaso peso parlamentario –noveno partido en el Reichstag- el Nsdap era popular entre los agricultores, pequeños empresarios, funcionarios públicos y otras personas de la clase media que se sentían ignorados o traicionados por el gobierno de Weimar. En 1928, el partido tenía más de 100.000 afiliados, apoyados en un eficiente aparato de propaganda, dirigido por Joseph Goebbels, que aprovechaba la insatisfacción y resentimiento dondequiera que se produjera para ir creciendo. Paralelamente, la rama paramilitar, las temidas tropas de asalto (SA), engrosadas con exsoldados y jóvenes descontentos alcanzaban los 80.000 miembros. También aumentaba su influencia entre militares, empresarios y grandes industriales que le proporcionaron financiación y cobertura en las altas esferas. Entre ellos, Alfred Hugenberg, dueño de varios periódicos y, desde 1928, líder del nacionalista Partido Nacional del Pueblo Alemán, que apoyaría decisivamente a los nazis en 1933.
Cuando en octubre de 1929 se produjo el crac de la bolsa de Nueva York, la frágil economía alemana se deterioró rápidamente. En pocos meses hubo tres millones de desempleados. En las elecciones de septiembre de 1930, los nazis obtuvieron 6,4 millones de votos (18,3%), 107 escaños. Aunque fuera del gobierno, su protagonismo político era indiscutible: segundo partido en el parlamento e intimidatoria presencia en las calles.
El gabinete de centroderecha de Heinrich Brüning no pudo evitar el agravamiento de la crisis económica y política. Ante el bloqueo del parlamento por el veto de socialdemócratas y comunistas, el presidente Hindelburg empezó a gobernar por decreto, basándose en el artículo 48 de la constitución de Weimar. En abril de 1932, Hindelburg fue reelegido en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales con el 53 por ciento de los votos frente al mismo Hitler, al que votaron 13,4 millones de alemanes - 36,8 por ciento de los sufragios-. Muy lejos, el comunista Ernst Thälmann con el 10,2 por ciento.
En mayo dimitió Brüning e Hindelburg eligió a Franz von Papen, otro dirigente del Partido del Centro para dirigir el Gobierno. Pero la crisis económica empeoró hasta limites insostenibles: cinco millones de parados, un tercio de la población activa alemana. Aunque no fue aquel ejército de desempleados el que votó por Hitler, fueron los que teniendo trabajo temieron las consecuencias del paro. Todo ese proceso hizo que una parte de la sociedad alemana apoyara al partido nazi como el garante del orden, la autoridad y la disciplina. En las elecciones del 31 de julio de 1932, los nazis ganaron las elecciones al Reichstag obteniendo 13,7 millones de votos, el 37,4% de los sufragios; 228 diputados.
En un último intento de evitar que los nazis llegaran al poder, el general Kurt von Schleicher formó gobierno el 2 de diciembre, con el apoyó cada vez menos firme de católicos y nacionalistas de Hugenberg. Pero día el 28 de enero, aislado por las maniobras nazis, dimitió.
El anciano presidente Hindenburg, aconsejado por Von Papen, que pactó su nombramiento de vicepresidente, y venciendo su antigua aversión al cabo austríaco, entregó la cancillería a Adolf Hitler. Este había sabido combinar la violencia callejera, imputada hábilmente a los comunistas, con la presión política a los partidos de la derecha antirrepublicana y antisocialista de centro que no pudieron evitar que muchos de sus votantes se aproximaran a los nazis.
Una vez instalado en el poder, le bastaron unos pocos meses para establecer una dictadura absoluta. Inmediatamente presionó a Hindenburg para que convocase el 5 de marzo nuevas elecciones que le permitiesen lograr la mayoría absoluta. El incendio del Reichstag el 27 de febrero, atribuido a los comunistas, le permitió presionar a Hindenburg para que firmase el estado de excepción, que le facilitó deshacerse de sus enemigos. Miles de comunistas, socialistas y pacifistas fueron encarcelados en los primeros campos de concentración. Se legislaron las primeras medidas contra los judíos y en mayo se creó la Gestapo.
Sólo un año más tarde, el 30 de junio de 1934, en la conocida noche de los cuchillos largos , fue descabezada la cúpula de las SA, que dirigía Ernst Röhm. Junto a los dirigentes de las tropas de asalto fueron ejecutadas más de 300 personas, entre ellas el dirigente nazi Gregor Strasser y el excanciller Kurt von Schleicher. El 2 de agosto de 1934, murió el presidente Hindenburg y Hitler asumió el cargo de jefe de Estado, comandante de las fuerzas armadas y se proclamó Führer, líder indiscutido del III Reich.