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Introducción a la antropología ambiental: lugar al lugar

 Puntas de una madeja interminable que nos permitirá abrir el aula y la redacción a aromas, melodías, luchas, sabores, saberes, amores y amigos que nos asustaban. (Parte 1, de 3). Por Daniel Tirso Fiorotto.

Niñarupá. Arbusto indígena de delicadas flores blancas y aroma inconfundible.
Niñarupá. Arbusto indígena de delicadas flores blancas y aroma inconfundible.

¡Salud, lola! Mirá en qué nos convertimos los seres humanos, desde que algunos de tus hermanos se animaron a salir del agua y probar suerte. Vos seguís en tus trece, y nosotros (los herederos) ya no te saludamos siquiera, o te calificamos de monstruo como ocurrió hace poco en un arrozal, porque parece que olvidamos nuestras deudas. ¡Salud, lola, y permiso!

Con esta inclinación ante Lepidosiren paradoxa, la abuela de todos que habita nuestra cuenca, vive a metros de todos nosotros, le manifestamos nuestro asombro, y le pedimos perdón por la ignorancia que nos ha hecho miedosos predadores. Con este celo nos sentimos abrazados por la Pachamama, la madre tierra en equilibrio, y con una venia para iniciar un paseo por el paisaje.

En algunos ámbitos llamamos antropología ambiental al estudio de las relaciones del ser humano con su entorno, aunque sea obvio que no podemos conocer al ser humano extirpado de su entorno. Y bien, daremos el primer paso de este viaje en caracol, interminable, con Lepidosiren paradoxa, y elegiremos medio al azar un lugar: el delta del Paraná-Uruguay.

A los taxónomos les resultó increíble un pez de escamas parecido a un anfibio, rareza hasta el día de hoy por su respiración pulmonar, su dentadura, sus aletas como manitos (lobuladas), en fin. Desde que lo clasificaron pasó mucha agua bajo el puente. Hoy, más de un científico mira estas serpientes de agua, que habitan las cuencas del Paraná y el Amazonas, y ve allí el antepasado del ser humano, pero lo ve vivo, preservando rasgos que en sus primos se hicieron patas, manos, hasta llegar a distintas especies, incluida esta belleza que llamamos Homo sapiens, especie inteligente dada a matar sin lástima a sus ancestros.

Comadreja. Antiguo marsupial, fósil viviente, menospreciado en la región. Foto gentileza Cerrito.
Comadreja. Antiguo marsupial, fósil viviente, menospreciado en la región. Foto gentileza Cerrito.

Lola, pirá cururú (pez sapo), piramboia (pez serpiente), Lepidosiren paradoxa nos precede en millones de años por estos parajes y anda como pez en el agua en nuestra región, con primos en África y Australia, testimonio de la vieja Gondwana. Para estas salamandras de agua, nosotros somos huéspedes recién llegados al litoral, pero convertidos en la medida de todo y por eso dispuestos a arrasar con lo distinto. Qué pena para todos. En febrero de 2019 encontraron un ejemplar en una arrocera de San Javier. Los medios titularon. “Parecía un monstruo pero era un extraño animal”, “Extraña criatura”, “Conmoción”, “Susto en Santa Fe”, y pensar que lleva aquí millones de años.

Un millón en peligro

Organismos internacionales están confirmando en estas horas en las Naciones Unidas que, de seguir como vamos, en pocas décadas completaremos el exterminio de un millón de especies animales y vegetales en el planeta, de los 8 millones existentes. Hoy mismo estamos en plena faena destructiva a pesar del alerta. ¿Es que perdimos la capacidad de respuesta? ¿En verdad nos sentimos al margen de la hecatombe? Esta indiferencia no confirma que seamos muy avispados, ¿no?

Lepidosiren. Un antepasado nuestro en el río. Foto gentileza Tomasz Doron
Lepidosiren. Un antepasado nuestro en el río. Foto gentileza Tomasz Doron

“Sin darse cuenta, la humanidad está intentando asfixiar al planeta vivo y el futuro de la humanidad", manifestó el biólogo Thomas Lovejoy, al difundir el informe de la ONU. Y nosotros preguntamos, ¿la humanidad? ¿O un sistema pensado para pocos?

En el decálogo presentado ante las mismas Naciones Unidas hace pocos años, dijo Evo Morales: “los cambios climáticos no son producto de los seres humanos en general, sino del sistema capitalista vigente, basado en un desarrollo industrial ilimitado. Hay que acabar con la explotación de los seres humanos y con el saqueo de los recursos naturales. El norte debe pagar la deuda ecológica en vez de que los países del sur le paguen la deuda externa”.

En ese mismo decálogo, Morales manifestó, como expresión indigenista, que también el resto de la humanidad debe aceptar un consumo austero, sin lujos, de bienes locales. Sabias palabras.

Un modo de combatir la decadencia depende de la conciencia. Sin embargo, nosotros conocemos a los hermanos más antiguos de la vida bajo el repetido título de los diarios: “Hallan monstruoso pez con dientes humanos”, y tonterías por el estilo. Ellos ya eran tales cuando nosotros éramos como ellos, y con qué altanería los destratamos hoy.

No muy distinto a lo que hacemos con los mamíferos que tienen origen en el tiempo de ñaupa, sin mayores cambios, a quienes conocemos aplastados en las banquinas, como ocurre con el mbicuré, también llamado zarigüeya, comadreja. (En este punto volvemos a inclinarnos, porque hemos nombrado a otra abuela muy muy antigua). Su modo es tranquilo, su trote es natural, ¿es natural un fierro lanzado a 120 kilómetros por hora, como una guillotina, en nuestras rutas?

Fósiles vivientes, llamamos a las lolas y a las comadrejas, porque han cruzado las eras. Y cuánto perdemos los humanos por ese vicio de mirarnos el ombligo, por colocarnos en la cima y observar al resto por sobre el hombro, ahora como nunca, entretenidos en nuestros inventos, cuando no patentando genes milenarios, adueñados.

¿Acaso no queremos ver en esas como anguilas con pulmones y esos como canguritos a nuestros ancestros? ¿Nos cuesta reconocer nuestro origen en el agua, en la orilla, en los árboles?

Cuánto mejor sería, claro, bajar del cielo, envueltos en un pañuelo, en el pico de una cigüeña, pero probamos en la vecindad y fue desconcertante porque hemos perdido la relación también con el tuyango, nuestra cigüeña.

Ni lolas ni ratas ni musarañas ni comadrejitas ni monos ni tuyangos: envalentonados, nos preferimos a imagen y semejanza de Dios, de allí nuestras confusiones.

Niñarupá y fogón

La pantalla ofrece refucilos, gritos, manotazos, cambios repentinos, curvas y juegos como dulce; no sé qué anzuelos capaces de pescar a muchos, y arte a veces, cómo no, también arte.

A la naturaleza le sobran hechizos para hacer del aula una celebración, un convite, sea por vía de los trinos, el deporte, la música, los oficios, las texturas, las danzas. ¿Compite el aula en desventaja con la tecnología? Puede ser, pero sólo si entramos en una absurda competencia y con las reglas de la pantalla.

Arrimemos el niñarupá al aula, o el aula al niñarupá, y entonces hablemos de aromas. Tema del día: niñarupá en el aula, en sus dos variantes (hojas anchas, hojas angostas). Y jazmín, y rosa, y clavel casero, del jardín de la abuela. ¿Podremos distinguir cada flor por la nariz, con los ojos cerrados?

Ha florecido el paraíso, tema del día: color y aroma del Himalaya en las barrancas. Qué tremenda belleza exótica, invasora, a la vuelta de la esquina. Ha florecido el espinillo, tema del día: flores nativas que pintan con calidez el invierno.

¿Estamos acaso preocupados por la falta de orden en el aula? ¿Y por qué no adecuarnos a los ciclos naturales? Si sembramos el maíz y lo vemos brotar, crecer, florecer, granar, madurar, y acompañamos su historia, su vida y compartimos sus frutos como lo hemos hecho por milenios en comunidad, ¿no nos estará facilitando el maíz una disciplina que buscábamos mediante procedimientos coercitivos?

Mujeres y hombres hechos de maíz, como dicen nuestros padres, ¿no recuperaremos un sentido volviendo a las fuentes?

Amigos sensibles

Las aves trinan, anidan, se alimentan, ocupan espacios que en otra hora y en otro clima ocuparán otras especies, ¿qué tomaremos de esa organización? ¿Por qué obligarnos todos, uniformarnos con artificial rigidez?

Claro: si nosotros extirpamos la flor del aula, después no reneguemos porque faltan colores y perfumes. Si arrancamos el tala no habrá frutitas. Si prohibimos el fogón, el aula será fría.

Prohibido tomar mate en el auditorio, para cuidar el tapizado, ¿acaso fueron marcianos los que eligieron el tapizado? ¿No sabemos que aquí la meditación, el pensamiento, el encuentro, la amistad, se riegan con mate, camino directo de ida y vuelta entre nuestros corazones y la Pachamama? Ya nos extirparon del monte, ¿nos contaminarán también el aire?

Vayamos al zorzal, a los pirinchos, a las tacuaritas; pidamos prestado un trino y el otro, en el patio de casa, en la plaza… ¿Jugaremos con la música que nos regala el río? Sentémonos alrededor de un fogoncito a treinta metros de aquella laguna, en silencio, para dejar que hablen las ranas y los sapos, que digan sus amores a coro. Llamemos aula a la laguna, una vez, otra vez. No se trata de conocer cada especie, cada ejemplar, cada nombre científico: el conocimiento profundo, esa red, no requiere clasificaciones ni datos amontonados, pide nomás amor, amistad, actitud para abrirnos a los mensajes de la madre tierra por vías inesperadas, para tejer nuestra urdimbre. Silencio, y que hable entonces la Pachamama. El coro lagunero dice más que una rana bajo el bisturí.

Los anfibios son mensajeros insuperables por su alta sensibilidad, incluso para avisarnos del camino equivocado, como lo ha demostrado Rafael Lajmanovich. Y la vida misma de los sapos es un misterio que resume millones de años, un espejo de nuestra propia composición, si nos preparamos varios meses como renacuajos en ese mar que es el vientre materno para forzar luego las rodillas y la cintura en tierra.

Un viaje

Durante un encuentro con docentes en Paraná sobre antropología ambiental, convocados por el Consejo General de Educación, imaginamos una provincia “tendida en sueño lúcido”, como dice Calos Mastronardi, y nosotros sentados en los palmares del Este, mirando al Oeste, con el sur a la izquierda, por donde empezamos un paseo, luego de pedir permiso, como decíamos arriba. E imaginamos la noche en el sur, una comadreja saliendo del hueco de un árbol con sus cachorros. Marsupial, fósil viviente, heredero de toda una diversidad de marsupiales extintos en el sur del Abya yala (América), y hoy víctima de nuestros apuros.

Así encendimos una charla que duraría siete horas, entre mate y mate. Más de un centenar de docentes llegados de Federal, Concordia, Maciá, Gualeguay, Cerrito, Bovril, además de los locales, se dispusieron a la rueda sobre el humano en la biodiversidad, y en presencia de la profesora Cristina Martínez, que conoce la relación del humano con los alimentos del monte. Días antes, los mismos docentes habían participado de un encuentro similar con el maestro Guillermo Priotto.

Los comentarios sobre la comadreja pueden ser interminables. El marsupio, la crianza, los relatos de Marcos Sastre en El Tempe Argentino sobre el cuidado de la prole, los versos de Claudio Martínez Payva en “Guacho”… Pero había que dar lugar a otros compañeros, y entonces llegó el aguará popé. Claro, el mbicuré como dueño de casa junto al peludo y la mulita, y el osito lavador invitado, porque es uno de los primeros animalitos que viajó del norte al sur saltando de isla en isla, cuando empezó a asomar Centroamérica. Ya con el istmo de Panamá formado, vendrían también elefantes, felinos, guanacos, y de aquí viajarían al norte comadrejas, mulitas, ungulados.

Como hablábamos de habitantes de la noche, apareció en la geografía imaginaria Lepidosiren paradoxa, y en seguida la tararira, pez de las orillas dueño de un temperamento filoso cuando cuida su nido bajo el agua. La tararira, también con una condición especial para tomar oxígeno por una aleta dorsal, cuando merma en el agua.

Sentadita, al lado, una familia de carpinchos, los roedores mayores que llegaron alguna vez del África, como llegó la garcita bueyera, tan aquerenciada hoy con la garza blanca y la garcita blanca, una de pico amarillo y patas negras, la otra de pico negro y patas amarillas como nos hizo ver a manera de curiosidad cierta vez Adolfo Beltzer.

Para todos los gustos

¿Y aquellas cuevas? Vizcachas, coipos, peludos, mulitas, ¿qué cosa vive allí? Si es una lechucita nos estará observando, parada en el patio tapizado de sobras, con la mirada fija.

¿Adónde van los patos sirirís? ¿O son cuervillos? ¿Porqué la tararira mordió a un vecino en lo playo? ¿Es cierto eso del reino bajo el agua, que cantaba Jorge Cafrune con letra de Osiris Rodríguez Castillo?

No sé si pescar, pero podría ser. Y si sale un Lepidosiren paradoxa no responderemos como es habitual, dándole palazos en la cabeza y vociferando sobre monstruos. Ese camino ya está trillado, mejor sería salvar al ejemplar, y agradecer el encuentro.

Las aulas pueden ser cajas de resonancia, fuentes de inspiración, si las abrimos al paisaje. ¿Colores? El mburucuyá, el cardenal, las vaquitas de San Antonio. ¿Vida diminuta? El torito de campo, el marandová, la bandera argentina, los killis. ¿Gigantes? El ñandú, el carpincho, el argyrosaurus, el mastodonte, toda fauna autóctona de ayer y de hoy. ¿Paraísos? El palmar, el espinal, la selva en galería, la orilla de un arroyo…

Dráculas autóconos

Más allá, las cuevas de la lechucita y con ella aprovechamos para viajar desde el sur hacia el norte, bordeando el río Uruguay en nuestro paseo imaginario. Ya en los palmares, de noche, el Desmodus rotundus, murciélago vampiro, y lo recordamos porque dos por tres una lechucita da con el Desmodus, lo atrapa y lo traga de una, enterito.

Claro, el pobre tiene mala fama porque transmite la rabia, y porque, como vampiro que es, fue familiarizado con Drácula. Sin embargo, he aquí un ejemplo de su práctica: llega la noche, tiene hambre, acude a un animal de gran tamaño, clava dos dientitos en la pata o en el lomo, y su saliva anticoagulante le asegura algunas gotitas que él lame con una pequeña lengüita de gato. Así de sencillo. Ya en su descanso, en algún hueco, su amiguito de al lado le avisa que no comió, y entonces el Desmodus acude a su estómago y devuelve un poquito: el chupasangre es el más generoso de los animales, no dejará a un compañero en la vía.

Cortamos aquí por hoy. En la siguiente entrega, el suelo, los fósiles, los misterios, el ser humano, los símbolos, los saberes, las artes, los alimentos, en una espiral que nos permite conocernos en las barrancas, el monte, los ríos, y explicarnos por qué el lugar volverá por sus fueros en nuestras aulas y redacciones.

Daniel Tirso Fiorotto. Diario Uno  de Entre Ríos. Domingo 19 de mayo de 2019.

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Huéspedes recién llegados al litoral, dispuestos a arrasar con lo distinto.

¿Gigantes? Carpincho, argyrosaurus, mastodonte, fauna de ayer y de hoy

Por qué el lugar vuelve por sus fueros en nuestras aulas y redacciones.

 

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