El 20 de febrero de 1827 el ejército argentino derrotó en Rosário do Sul, actual estado de Río Grande, junto al arroyo Ituzaingó, al del imperio brasileño.
En 1817 aprovechando la pasividad del Director Supremo de las Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón, las fuerzas portuguesas ocuparon todo el territorio del actual Uruguay con aspiraciones sobre nuestra Mesopotamia. En realidad, Pueyrredón respaldaba a los portugueses y pactó con ellos porque quería librarse de la influencia de Artigas y hacer prevalecer el interés porteño.
El general Lecor, jefe de las fuerzas lusitanas, convocó a un Congreso en Montevideo que resolvió la incorporación de la Banda Oriental al Reino Unido de Portugal y Brasil con el nombre de “Provincia Cisplatina”.
Los orientales no querían ser parte del Brasil. Si bien existía cierta rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires, los lazos con las Provincias Unidas del Río de la Plata y España eran mucho más fuertes que con el Imperio de Portugal.
A principios de 1825 el coronel oriental Juan Antonio Lavalleja con la ayuda de federales porteños entró en el Uruguay por la playa conocida como “La Agraciada”, después de atravesar el sur de Entre Ríos.
En el congreso de La Florida, los orientales decidieron reincorporarse a las Provincias Unidas del Río de la Plata, como nunca dejó de ser la voluntad de Artigas, mañosamente presentado como un héroe provincial partidario de la independencia.
Por estos hechos el Emperador del Brasil Pedro I declaró la guerra a las Provincias Unidas 1 de diciembre de 1825.
En diciembre de 1826 el ejército al mando de Carlos María de Alvear comenzó a marchar hacia el lugar del enfrentamiento. Las fuerzas de Alvear cruzaron el río Santa María y acamparon en los médanos y esteros comprendidos entre el río y el arroyo Ituzaingó, curso de agua que dará nombre a la batalla por elección del mismo Alvear.
La batalla duró entre cinco y seis horas. Las tropas argentinas lograron uno de sus mayores éxitos militares, cuando aun la Banda Oriental pertenecía a las Provincias Unidas. Sin embargo, la persistencia de la política rivadaviana, que también permitió la escisión de Bolivia, terminó haciendo que el Uruguay declarase su independencia de acuerdo con los intereses británicos, que desde las sombras movían las decisiones de los gobiernos del Plata.