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La juventud de El Quebracho se capacita y desafía al desarraigo

Una semana destinada a conocer la Pachamama con amplia participación de estudiantes y docentes que imaginan un futuro con alimentos sanos y cuidado de la biodiversidad. Por Daniel Tirso Fiorotto (*).

Enamorado de la biodiversidad, el gran botánico Juan de Dios Muñoz en los montes de El Quebracho junto a los pastajeros.
Enamorado de la biodiversidad, el gran botánico Juan de Dios Muñoz en los montes de El Quebracho junto a los pastajeros.

Qué aliento nos llega desde la juventud que estudia, trabaja con honestidad, proyecta y escucha y toma conciencia en los asuntos del oficio, el arte, la biodiversidad, los saberes de su comunidad. Lo vemos en  muchos sitios, pero esta vez nos referiremos a los estudiantes de El Quebracho, en el departamento La Paz, que realizaron un homenaje a la Pachamama precisamente en agosto, cuando la tierra se apronta con vistas a la primavera.

El contexto no es el mejor y lo sabemos. Hay chicas y muchachos obligados en la Argentina a trabajar diez, doce horas diarias, para sostener alquiler, servicios elementales y, con suerte, la cuota de un autito que hoy cumple la función de una dependencia de la casa, con ruedas. Pero cuántas frustraciones, en jóvenes que, sin cuñas políticas o de clase, deambulan en busca de un empleo, aunque sea informal, o en algo que no les agrade; empleo al fin, para empezar.

Con los parques industriales estancados por décadas en nuestra provincia, los servicios copados por la tecnología y el campo hundido en la economía de escala y los robots, las chicas y los muchachos se preparan, se ilusionan, se enamoran, tejen planes, y el juego tiene muy pocas sillas para los muchos que danzan alrededor. Sin embargo, como veremos, no figura en el vocabulario de la juventud la palabra resignación.

No renuncian 

Los jóvenes caminan “alvertidos”, como decía Yupanqui. Van como blindados, un tanto desconfiados, y cuando encuentran una grieta para desarrollar sus aptitudes, sea en forma independiente, en cooperativas, empresas, corporaciones o el Estado mismo, entonces muestran todo un potencial que los de alrededor ignorábamos.

En simultáneo tratan de que los viejos operadores de esas entidades y organismos no se les peguen mucho, porque es común eso de succionar prestigios por cercanía, para luego embarrarlo todo con las picardías propias del poder.

Entonces las y los jóvenes marchan como se marcha en nuestras rutas, observando todas las reglas del tránsito y a su vez mirando lo que harán esos que van adelante, atrás, al costado, y aun así sin mayores garantías. Pero se animan y emprenden, se dan fuerzas y presentan sus currículos, hacen los trámites farragosos que les exige el sistema, es decir: no renuncian. Y esa actitud, esa fortaleza auténtica puede contagiar a toda la comunidad.

Hacer bien lo que se hace, estudiar a conciencia, escuchar al otro y al entorno, practicar un oficio con compromiso por los resultados y por la comunidad, todo eso es habitual en nuestros jóvenes. Es una  marea que está allí, como latente, y no se manifiesta en situaciones de poder caracterizadas por valijas, cuadernos, acusaciones mutuas, competencia sin reparos, todo un mundo bien armado para ir fagocitando poco a poco a los jóvenes con sus mil formas de engaño y soborno. Los vicios del poder llevaron a un presidente del Uruguay a decir que los argentinos somos “una manga de ladrones del primero al último”. ¿Qué tiene que ver esa mala fama con la juventud que conocemos? Nada. Nada de nada.

Cuando recorremos la provincia de Entre Ríos en nuestra función de periodistas vemos esfuerzos indecibles para sostener la familia, para gestionar un trabajo, para darle un camino a la comunidad, un servicio básico. Esfuerzos para crear espacios donde la juventud se explaye con sus  modos auténticos. Hay, por caso, establecimientos educativos que, lejos de resignarse al sistema y caer en el abandono, alumbran cada día otros senderos, estimulan a los  jóvenes para que desplieguen sus conocimientos, dan valor a las identidades del lugar y las condiciones regionales que el sistema suele menospreciar. Allí vemos trabajo, arte, conciencia, y eso se replica en numerosas organizaciones, asambleas, foros, y también en las escuelas.

Pachamama 

Decimos esto, conmovidos por el Proyecto Madre Tierra que conocimos esta semana en la Escuela Agrotécnica Paraje El Quebracho. Por la creatividad de los docentes y estudiantes, la capacidad para explicar, la buena onda para  atender a los propio compañeros de curso, el respeto de todos por los modos de hablar de las chicas y los muchachos, sin ataduras, ni prejuicios ni afectaciones.

La institución organizó una Semana de Enseñanza Agropecuaria, como expresión del Proyecto Madre Tierra. Allí abordamos saberes antiguos y vigentes sobre la Pachamama y el vivir bien y bello, y escuchamos exposiciones durante una de las jornadas, este viernes 10 de agosto, pero fueron cinco días de enseñanza/aprendizaje para alumnos, docentes y visitantes, para toda la comunidad del establecimiento y los que tuvimos el privilegio de compartir esas reuniones, en un frío galgón de chapas que no pudo con la calidez de trabajadores y estudiantes.

Qué helada la del viernes, y la comunidad firme, allí, desde horas muy tempranas.

Durante una mañana conocimos cómo hacer una parra para tener uvas en casa, supimos de gramíneas y legumbres, escuchamos el proceso de elaboración de los quesos más variados y el dulce de leche, con participación en grupos: lo que uno sabía a medias, lo completaba el de al lado. Chicas y muchachos, con lugar para todos y en un clima de amistad.

Forrajes, diferencias entre silos y fardos… No faltaron exposiciones sobre la organización de la empresa, planillas, y juegos para diferencias una semilla de la otra y reunir cada semilla con su planta. Lechuga, arveja, haba. Nosotros mismos fuimos invitados y pudimos reconocer las semillas gracias a una alumna que nos sopló el resultado. Como era un juego, se permitían trampitas a la vista, para salvar a los neófitos.

Las y los profesores, participando de esos juegos, aprendiendo en comunidad lo que ofrecen las distintas asignaturas, escuchando las exposiciones  de vecinos de Santa Elena y Paraná, invitados para compartir con el estudiantado. Para cerrar, el acordeón de un joven virtuoso de El Quebracho, a puro chamamé, con los alumnos y las alumnas bailando aquí y allá con sus compañeros y sus profesores.

Qué difícil lograr esa comunión en zonas urbanas, en escuelas encerradas llamadas “peceras” donde los estudiantes y docentes sufren el amontonamiento, y el ruido y el apuro interrumpen cualquier intento de diálogo.

Un edificio nuevo

Cultura, trabajo, oficios, artes, humor, manejo de tecnologías, todo a galpón, donde corría el mate en todas las filas, para hacer más amigable aún la reunión.

Humor, decimos, por la expresión fresca de los estudiantes, bien dispuestos a escuchar, y porque era el cierre además de un concurso de manera que varios alumnos estaban vestidos de pollos, ovejas, gatos, ratones, abejas, y se paseaban con sus trajes de buena factura y sus rostros pintados.

Qué frío, el viernes, y qué jornada cálida con estos entrerrianos, mayoría de El Quebracho, Santa Elena, Avigdor y cercanías. Cuánto se aprende allí.

Nos contaron de un proyecto para construir un edificio nuevo para la escuela, porque dan clases en el casco viejo de la estancia y el auditorio es un galpón nomás, donde guardan las herramientas. Lindo premio sería, al talento y el esfuerzo, que el Consejo General de Educación y Arquitectura empezaran esa obra.

En las escuelas agropecuarias hay semillas para un futuro de arraigo, trabajo y comunidad; futuro no muy claro, pero las semillas están. El departamento La Paz expulsa a sus hijos. Emprendimientos como éste pueden colocar una bisagra en ese proceso de destierro que va dejando el tendal de taperas. Y el entusiasmo joven nos entusiasma.

Vivimos de ajuste en ajuste, promesas, denuncias, pero allí están los estudiantes y los docentes calentando el galpón con sus palmas, sentados sobre los fardos, bien dispuestos a afrontar heladas. Qué sería, si los gobernantes nos sorprendieran con una devolución: el edificio nuevo.

A veces, sin darnos cuenta, las sociedades formamos un equipo, cada cual cumple allí una función. Si en ese equipo encontramos un Maradona, hay que darle la pelota, es obvio. En nuestro sistema que provoca el desarraigo y la expulsión desde hace décadas por falta de trabajo, y con todas las críticas que conocemos y los males que ignoramos, hay algunos Diegos y Lioneles que no necesariamente nos traerán la copa pero sí servirán de estímulo para todos. Y nos referimos a escuelas que logran formar una comunidad, con jóvenes a los que les gusta asistir, aprender, conversar.

El frigorífico, cerrado

Los estudiantes saben allí de colmenas, tambo, aves, porcinos, ovinos, viveros, aromáticas, frutales, pero más que todo eso, en un lugar así aprendemos a amar al monte y sus habitantes junto al Feliciano, a compartir el trabajo y el estudio, y nos contagia la energía del amanecer. Allí el dulce de leche la miel, el escabeche, los demás dulces con frutos de la huerta.

No podríamos extendernos aquí sobre el Proyecto Madre Tierra que conocimos hace un mes en un encuentro ecologista en Avigdor. De allí la invitación para saber más del establecimiento en El Quebracho, en la ruta de entrada a Santa Elena.

Todas las exposiciones de los alumnos fueron realizadas con proyección de audiovisuales o imágenes en cartulinas, y con la presentación de compañeras que ejercían de maestras de ceremonia. Nada quedó librado al azar, y todo corrió sin acartonamientos y sin personalismos. Algunos cursos imprimieron folletos explicativos, como uno que tenemos en la mano realizado por 4to. Año de la Escuela 151, bajo el lema: “La tierra no es del hombre, el hombre es de la tierra… cuidémosla”.

El folleto tiene imágenes de árboles, cada cual con nombres vulgares y científicos, y de las llamadas malezas, y un espacio para las máquinas y los equipos de la tarea rural.

Antes, un grupo de profesoras nos había explicado su vivero de árboles autóctonos, todo un desafío para la escuela porque los mismos docentes aprenden sobre la marcha. La desidia taló y sigue talando, y estas mujeres y hombres de El Quebracho quieren repoblar.

Claro: no todas son flores para la zona. Si la falta de trabajo expulsa a muchos, la clausura definitiva del Frigorífico Santa Elena, que reunía a diez fábricas en una, produjo una explosión social y todavía se notan las secuelas.

La entrega de parcelas del frigorífico a empresarios de afuera no alcanzó para amortiguar siquiera el golpe, y los alumnos cuentan que los estudiantes formados para ejercer un oficio en la avicultura, por ejemplo, no encuentran empleo porque las empresas prefieren pocos obreros y sin título… Así, como se lee. Un ejemplo más de las dificultades que debe afrontar la juventud si quiere quedarse en su tierra, desarrollar allí una familia, un emprendimiento. Hoy por hoy, casi todos quieren quedarse y casi nadie cree que conseguirá un trabajo en la zona.

Desde el galpón

¿Y si los gobernantes ayudan a plantar esas semillas, con un nuevo impulso?

Frente al bochorno de los cuadernos de la corrupción, que corroboran lo que ya sabemos, y frente a las noticias que nos permiten avizorar un futuro cercano con escasas fuentes de trabajo, regiones como la nuestra favorecidas por el suelo, el agua, el clima, pueden abrir caminos que parecen cerrados.

Los entrerrianos comemos alimentos que vienen de afuera, y expulsamos a nuestros hijos porque no hay trabajo. Mansa contradicción. Lo vamos constatando en la encuesta del vivir bien y buen convivir que estamos realizando entre varios centros de estudio en la provincia.

Como conclusión: escuchemos a las maestras y los maestros, los profesores y las profesoras, las y los técnicos, las y los estudiantes de El Quebracho; escuchemos a esta juventud, y veremos por dónde pasa ese otro mundo panzaverde y bien tagüé, como dicen en la zona; un mundo que no figura en aquellos cuadernos del chofer ni en los presupuestos del ajuste.

“Ay, quién pudiera vivir como ese pájaro hermano para nacer y morir en tus costas, Feliciano”, dice Linares Cardozo. ¿Podrá esta juventud cumplir el sueño de todos? ¿Y en qué se puede colaborar?, como dijo Enrique Zucco cierta vez en Chajarí, en su lecho de muerte.

Escribimos esta columna agradecidos con las y los docentes y estudiantes. Recibimos una cátedra de amor a la Pachamama. Hay que estar en El Quebracho, beber de esa fuente felicianera, y mirar desde el galpón un amanecer.

Daniel Tirso Fiorotto (*) es periodista, escritor y investigador.

Fuente. Diario Uno

 

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