"-¡Esto es transmutación! / -Por dios, no le llames transmutación. Nos cortarán la cabeza por alquimistas." Este diálogo en 1901 entre los físicos Ernest Rutherford, y su discípulo Frederick Soddy, ambos futuros premios Nobel, tuvo en cuenta ante todo el tratamiento que la comunidad científica a que pertenecían dispensaría a los alquimistas, arquimistas y sopladores si expusieran el cuello.
En el prólogo de un libro de Fulcanelli, su discípulo Eugenio Canseliet cuenta que un famoso químico de fines del siglo XIX consideró posible la transmutación, pero de realización dudosa. Preguntado sobre qué haría si un testigo sincero le dijera haberla visto y le aportara pruebas seguras, dijo: "un hombre así debería ser despiadadamente perseguido y suprimido como un malhechor peligroso".
Rutherford, que conocía el paño y de pronto se había convertido en un testigo sincero que podía aportar pruebas seguras, sintió en peligro su cabeza.
Lo que Rutherford y Soddy habían visto en la universidad de Montreal, Canadá, era un resultado sorprendente del fenómeno de la radiactividad, descubierto por Becquerel y descrito por Marie y Pierre Curie.
Habían comprobado que los átomos de los metales radiactivos se desintegran, de modo que un elemento se transforma en otro elemento, transmuta.
Algunos científicos, comentando con entusiasmo el descubrimiento, no se privaron de decir que el "sueño de los alquimistas" había sido realizado por la ciencia moderna. Para los alquimistas reservaban el sueño en el mejor de los casos, si no el delirio o las alucinaciones ululantes del hospicio. A la ciencia moderna, en cambio, le correspondían la racionalidad, la eficacia, la mente despejada, la verdad clara sin ilusiones ni fantasías.
La transmutación era espontánea y natural; el uranio inestable se convertía en plomo estable. Rutherford y Soddy presentaron sus resultados como "transformación" evitando la palabra "transmutación" para no herir cerrazones dogmáticas. “La causa y naturaleza de la radiactividad” era el título del trabajo que daba cuenta de sus experimentos.
De paso, Rutherford mostró otro hecho, mantenido en penumbras gracias a tenaces prejuicios religiosos. La velocidad de la transmutación de uranio en plomo pasando por otros elementos radiactivos de vida corta, evidenció que las rocas que los contenían eran viejas de 1000 millones de años, mucho más que la edad admitida de la Tierra entonces.
Termodinámica y economía
Soddy, uno de los discípulos de Rutherford junto con Geiger -el inventor del instrumento para medir la radiactividad que lleva su nombre- no tenía solamente preocupaciones físicas y químicas: sabía que la ciencia económica liberal era una estafa monumental y la analizó con las leyes de la termodinámica.
Demostró que el sistema económico mundial confunde riqueza con deuda, y criticó hace un siglo el crecimiento basado en el uso de combustibles fósiles. Propuso cambios revolucionarios del sistema monetario, que tiene engrillado al planeta; pero sus ideas fueron desestimadas por "excéntricas". Poco faltó para que lo fulminaran con el terrorífico anatema: "¡pseudociencia!"
De todos modos, fue comparado con un alquimista que buscara la piedra filosofal económica. Paradójicamente, que la deuda sea considerada riqueza es un malabarismo de "sopladores" muy usado por los especuladores modernos.
En una conferencia de 1921, con su prestigio reciente de premio nobel de química a cuestas, Soddy demostró sus tesis sobre la economía "ecológica".
Tomó una frase de Descartes, del Discurso del Método: "conociendo las fuerzas y los procesos del fuego, del aire, de las estrellas y de todos los demás cuerpos que nos rodean, tan detalladamente como conocemos las diversas ocupaciones de nuestros trabajadores, podremos emplearlos del mismo modo y así convertirnos en dueños y poseedores de la naturaleza, contribuyendo a la perfección de la vida humana".
Contrastó entonces el avance del conocimiento con el retroceso de la "perfección" humana. Hizo ver que la economía depende ante todo de la energía y toda energía terráquea proviene de la fusión nuclear en el sol y está sujeta a degradación.
Consideró "extravagante" el período en que la humanidad usó el capital de los combustibles fósiles para producir cualquier tipo de máquinas, período que todavía no se ha cerrado por intereses que no quieren resignar ganancias, tanto que para cuando se agote el petróleo tienen planes para volver al carbón hasta que también se agote. Para Soddy, este era el punto final del esfuerzo de supervivencia del imperialismo.
Hace casi un siglo hizo este pronóstico: "Los países industrializados están produciendo una plétora creciente de meras mercancías fabricadas con un entusiasmo que recuerda un asilo de lunáticos, enviándolas a competir en mercados cada vez más pequeños a cambio de comida, y están vomitando una corriente cada vez mayor de armas para luchar entre sí por los mercados. El único fin previsible es guerra y más guerra". En esos días todavía no se habían inventado las armas atómicas.
Mientras el análisis de la física en su tiempo era claro, no lo era tanto el de la economía, que sigue pensando que los recursos naturales no deben ser limitantes. Para Soddy, eso era así porque "los sistemas económicos actuales se basan en la simple confusión entre riqueza y deuda".
Sostuvo que John Ruskin -el gran crítico de arte inglés- y Carlos Marx, acertaron al entender que la riqueza sólo puede aumentar por la producción y la innovación, no por el intercambio y menos por la especulación.
Después de exponer algunas ideas económicas de Ruskin, se preguntó: "¿De qué sirven los hallazgos de los hombres de ciencia en cuanto a nuevos modos de vivir más holgadamente mientras las leyes de la naturaleza humana hagan que esa riqueza adicional difícilmente conseguida se convierta en más poder de pocos sobre las vidas y trabajos de muchos?"
Se entiende que Ruskin sea considerado todavía hoy una autoridad en materia de estética pictórica, pero un "pasado de moda" económico ya en tiempos de Soddy.
La economía neoliberal sigue proponiéndose como avanzada de la modernidad, pero sigue atada a las ideas del siglo XIX cuando las otras ciencias, en particular la física, han cambiado radicalmente.
Los economistas neoliberales operan en un sistema perfecto de equilibrios automáticos donde los factores energéticos importan poco; es decir, van camino hacia lo no sustentable porque los sistemas físicos están sujetos a la degradación de la energía según el segundo principio de la termodinámica.
La economía entiende como cantidades fijas o sustituibles a factores sujetos al agotamiento. El punto de partida de la economía biológica lo dio Soddy en los años 20 del siglo pasado. Los recursos no son infinitos y las consecuencias de su uso indiscriminado no son tenidas en cuenta por los neoclásicos.
La transmutación tiene historia
Hay quien reconoce incluso desde la ciencia moderna que el fenómeno de transmutación era conocido desde tiempo inmemorial; pero no en laboratorios de física sino en los seres vivos. Allí tendría lugar la llamada "transmutación biológica", o fría, que ha vuelto a la consideración hace algunas décadas gracias al químico francés Corentin Louis Kervran.
Muerto en 1983, pudo escapar de la Gestapo durante la guerra pero no de la acusación académica de "pseudocientífico". Sus ex colegas le acordaron después de muerto el premio "Ig Nobel", es decir, "Nobel innoble". Soddy llegó sólo a "excéntrico" por sus ideas económicas, desde que en el centro están los neoliberales. Como siempre, el poder fija la norma y distribuye el prestigio según la norma.
Kervran experimentó con anfiboles y piroxenos tomados de las Ardenas belgas y luego en Argelia, y concluyó que el silicio se transmutaba en aluminio a bajas energías, muy inferiores a las implicadas en las reacciones nucleares. Los anfiboles y piroxenos son rocas ígneas muy abundantes, silicatos formados por solidificación del magma en episodios volcánicos.
Más adelante Kervran hizo experiencias biológicas. Verificó que quitando totalmente el calcio de la dieta de una gallina, lo mismo ponía huevos con buena cáscara y mantenía la integridad de los huesos: de alguna manera, obtenía calcio. Luego le quitó el potasio y obtuvo el mismo resultado; pero cuando retiró el silicio la gallina dio muestras de sentir la ausencia.
El sueño de los alquimistas
La certeza científica es que ninguna transmutación, es decir la transformación de un el elemento en otro, es posible mediante procedimientos químicos.
Las reacciones químicas comprometen sólo la capa externa de electrones del átomo, donde se forman los enlaces covalentes entre átomos para constituir moléculas; pero no afectan el núcleo.
La transmutación en cambio implica la alteración de los núcleos atómicos, algo totalmente diferente. Para cambiar un elemento en otro hay que modificar el número de protones del núcleo. El plomo tiene 82 protones y el oro 79. Así que para transmutar de plomo a oro, "sueño" de los alquimistas, el plomo debe perder tres protones.
La creación artificial de oro fue posible para la ciencia moderna en 1983 gracias al físico estadounidense Glenn Seaborg a partir del bismuto, un metal parecido al plomo, que tiene 83 protones en el núcleo y es conocido desde la prehistoria.
La experiencia de Seaborg creó oro, pero en cantidades ínfimas, unos 1000 átomos apenas y mediante tal empleo de energía que el oro conseguido por este medio era mucho más caro que el natural en la Tierra, que según los astrónomos se formó durante la explosión de una supernova. En cualquier caso, la advertencia de los alquimistas, siempre velada, de que "nuestro oro no es el oro del vulgo" también era pasada por alto.
La transmutación a baja energía
Según Kervran, cuando un organismo vivo necesita un elemento que no está en los alimentos, transmuta otro elemento en el que necesita. Así como en los animales, también hay transmutaciones en las plantas y el suelo.
Los mecanismos del proceso permanecen desconocidos para la ciencia moderna, que ignora o rechaza lo que no puede explicar, pero son esenciales a la vida, que no funcionaría sin ellos.
Kervran consideraba probado experimentalmente que un cuerpo se remineraliza sin necesidad de ingerir todos los elementos que necesita y lo atribuía a que a partir de algunos, produce los otros.
Aparentemente, las hormonas segregadas por las glándulas suprarrenales, la tiroides y otras cuando funcionan en un organismo que está psicológicamente bien, facilitan las transmutaciones del calcio y el sodio en magnesio y del sodio y calcio en potasio.
Kervran midió la escasa entrada de calcio al cuerpo de un pollo y luego midió la cantidad de calcio en la cáscara del huevo. Concluyó que es cinco veces mayor.
Una inferencia de estos hechos es que no resulta necesario ingerir todos los elementos necesarios a la salud para estar sanos.
Los que se niegan a comer animales, que se mantienen en salud, deben estar bien psicológicamente y su cuerpo hará el resto.
El odio y otros estados negativos son capaces de producir toxinas peores que las que produce la carne.
El suelo transmuta
El suelo, ampliamente usado y actualmente devastado por la agricultura industrial, también tiene posibilidades de producir los elementos que necesita.
Hace tiempo se viene mencionando la deficiencia natural de potasio como limitante de la agricultura y el hecho no escapó a la perspicacia para los negocios de los fabricantes de fertilizantes sintéticos.
Pero un análisis paciente determinó que tras 38 años de pastoreo racional, el nivel de fósforo extraíble del suelo pasó de miserables 0,96 partes por millón a 28 partes por millón, sin la incorporación de fertilizantes. El fósforo total llegó a 100 partes por millón contra trazas en el lote testigo.
No hay explicación suficiente de estos fenómenos, pero reaparecen las ideas de Kervran sobre la transmutación de elementos a baja energía producidas por enzimas y bacterias.
La agricultura industrial tiene el efecto de compactar el suelo e impedir la aireación porque los procesos mecánicos, por efectivos que parezcan, agreden la estructura del suelo.
El primer paso para la dependencia es el arado, la rastra o cualquier otra práctica de agresión al suelo. Se se rompe la estructura, se destruyen la porosidad y la capilaridad, la vida aeróbica sucumbe por la ausencia de aire y la anaeróbica desaparece por la presencia de aire. Este es el primer paso desastroso, resultado de la remoción del suelo. Con la ruptura de la estructura y la consecuente compactación se inhiben tanto la aerobiosis como la anaerobiosis.
Posiblemente, esa perturbación biológica inhibiría también los procesos de transmutación según las ideas de Kervran, que sería la fuente permanente de los nutrientes para las plantas en un proceso sin agresión al suelo.
Con esto, las plantas y sus micro-ecosistemas pierden la capacidad de nutrirse con elementos y sustancias disponibles en el suelo, que se tornan no disponibles.
Con la destrucción de la capacidad natural de autorregulación de la absorción de los nutrientes, las plantas sólo pueden prosperar con el aporte externo de nutrientes solubles, listos para ser absorbidos, sin necesidad de intervención de los agentes biológicos.
Estos nutrientes se encuentran en los fertilizantes solubles fabricados por síntesis química, los que producen aminoácidos libres y azúcares solubles. Estos son los alimentos preferidos de los parásitos: ácaros, insectos, nematodos, bacterias, hongos y virus. Los parásitos son entonces combatidos con agrotóxicos, también de síntesis química, que son sustancias extrañas a la naturaleza.
Se establece así un ciclo de dependencia, que trae aparejados erosión, costos crecientes para el productor y, principalmente, contaminación ambiental.
Agricultura sinérgica
En este punto, con el fin de evitar la degradación irreversible del suelo, otras ideas interesantes son las sinérgicas del microbiólogo y agricultor japonés Masanobu Fukuoka, expuestas en la década de los 30 del siglo pasado.
Los principios de la agricultura sinérgica de Fukuoka son: 1) ningún trabajo del suelo; 2) ningún fertilizante, ni químico ni biológico; 3)ningún tratamiento 4) ninguna comprensión del suelo.
Fukuoka sostiene con pruebas evidentes de rendimiento vegetal que no son necesarios fertilizantes ni manejos, ni aireación artificial. Entiende con Kervran que las plantas son capaces de producir transmutaciones biológicas, además de sintetizar materia a partir de la luz solar usando la fotosíntesis clorofiliana. Al final las plantas dejan en la tierra más de lo que retiraron de ella.
De la Redacción de AIM.