
El 31 de octubre de 1910 nació en Orihuela, España, el poeta Miguel Hernández, uno de los mayores de su país en el siglo XX . Tuvo que abandonar pronto la escuela para trabajar, pero de todos modos fue un gran lector de la poesía clásica española.

A partir de 1930 comenzó a publicar sus poesías en revistas como El Pueblo de Orihuela o El Día de Alicante. En la década de 1930 viajó a Madrid y colaboró en distintas publicaciones. De vuelta en Orihuela redactó Perito en Lunas, bajo la influencia de los autores que leyó en la infancia
En Madrid trabajó como redactor en el diccionario taurino de Cossío y en las Misiones pedagógicas de Alejandro Casona; y colaboró en revistas poéticas. De esta época son El silbo vulnerado e Imagen de tu huella, y el más conocido El Rayo que no cesa (1936).
Toma parte muy activa en la Guerra Civil española. Cuando la repúbica fue derrotada intendó saliri de España pero fue detenido. Condenado a pena de muerte le conmutaron la pena por 30 años, pero antes murió de tuberculosis el 28 de marzo de 1942 en la prisión de Alicante.
Durante la guerra compone Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) con un estilo que se conoció como “poesía de guerra”. En la cárcel acabó Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). En su obra se encuentran influencias de Garcilaso, Góngora, Quevedo y San Juan de la Cruz.
Niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido
Más humillado que bello,
Con el cuello perseguido
Por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta
A los golpes destinado,
De una tierra descontenta
Y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
De vacas, trae a la vida
Un alma color de olivo
Vieja y ya encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
A morir de punta a punta,
Levantando la corteza
De su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
La vida como una guerra,
Y a dar fatigosamente
En los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe
Y ya sabe que el sudor
Es una corona grave
De sal para el labrador.
Trabaja y mientras trabaja
Masculinamente serio,
Se unge de lluvias y se alhaja
De carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
Y a fuerza de sol, bruñido,
Con una ambición de muerte
Despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
Más raíz, menos criatura,
Que escucha bajo sus pies
La voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
En la tierra lentamente,
Para que la tierra inunde
De paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
Como una grandiosa espina,
Y su vivir ceniciento
Revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
Y devorar un mendrugo,
Y declarar con los ojos
Que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
Y su vida en la garganta
Y sufro viendo el barbecho
Tan grande bajo su planta.
Quién salvará a ese chiquillo
Menor que un grano de avena?
De dónde saldrá el martillo
Verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
De los hombres jornaleros,
Que antes de ser hombres son
Y han sido niños yunteros